Hace un par de semanas Daniel Samper Jr. publicó un nuevo libro. Su nombre es Con P de Polombia. El libro, como los anteriores títulos, es una compilación de las que fueron sus últimas columnas en Semana. La semana anterior vi dos cosas del mismo Daniel Samper Jr.: el día de la papatón subió una foto a sus redes sociales con dos o tres bultos de papa comprados a los campesinos. Y días después sacó una canción con el mismo nombre de su libro en la que participan muchos artistas del jet set criollo.
Tres acciones, una sola intención: vender o, mejor, venderse. La canción —con un estribillo en que se reitera el título del libro— sirve para fijar en la mente de sus lectores la frase que alguna vez dijo el presidente y con la que nominó su libro. La foto apoyando la papatón funciona como una manera de decirle a la gente: miradme, yo os apoyo, pueblo mío. Pura pantomima, pura fachada.
El fin de semana que acabó de pasar ocurrieron dos hechos que resultan reveladores en lo que intento explicar: tras la declaración del senador Benedetti de apoyar a Petro en un futuro proceso presidencial, surgieron los ataques de Daniel Samper Jr. y la natural respuesta del senador. ¿Quién ganó y quién perdió? Cuestión de gustos. Yo prefiero pensar que la decisión de Benedetti —un tipo que históricamente ha estado adherido al poder— es importante en tanto revela lo que ocurre en el país.
La determinación de Benedetti —hoy fuera de ese cartel de avales llamado Partido de la U— es loable en el sentido en que nunca antes en Colombia se había arremetido tanto y tan abiertamente contra el ejercicio de pensar libremente. Y hay que tomar una posición contundente contra el uribismo. En definitiva: no andarse con tibiezas.
El otro hecho es más sencillo: el fin de semana Los Danieles fueron tendencia en Twitter no por sus columnas, sino por sus ataques —¿Porque qué otra cosa eran sino ataques? — contra los tuiteros que les criticaban su indeterminación en la elección presidencial pasada. Y mientras se enfrentaban a los tuiteros, pedían apoyo económico para su medio de opinión. El caso es que las columnas, lo que ellas decían, pasaron a segundo plano. Ninguna fue tendencia por sí sola, ninguna fue relevante. Por la tarde, la discusión se centró en la opinión resabida del desabrido Antonio Calderón sobre Petro.
Yo entendí el juego y decidí, sin embargo, entrar a leer las columnas —las de Daniel Coronell, Antonio Caballero y Daniel Samper Padre, aclaro, porque al hijo no lo leo hace muchos años—, pero lo que había allí pasaba fácilmente. Palabras, tan solo palabras.
Y yo creo que eso es Los Danieles: nombres y vanas palabras. Hace muchas semanas las columnas de Daniel Coronell siempre apuntan a la nada. De todas ellas, solo se rescata la denuncia contra el senador Eduardo Pulgar. Daniel Samper Padre es divertido porque es un tipo ilustrado, pero su opinión es de otra época, de otro país. Y Daniel Samper Jr. ¿Qué podría decir yo del youtuber de 44 que no se haya dicho ya en las redes? ¡Una aliteración de las que tanto me gustan!: su humor es ridículo, ramplón y rosadito.
Hace muchos años Antonio Gramsci desarrolló el concepto de hegemonía a partir del concepto marxista de ideología. La hegemonía se definía allí como la manera en que los grupos dominantes hacían perpetuar sus propios intereses haciendo que los grupos dominados los conciba como propios. Para ello, las élites construyen toda una red de instituciones políticas y culturales (iglesia, escuela y medios) que aseguran el control y la dominación sin necesidad de recurrir a la fuerza.
Y este es el asunto: Los Danieles, los periodistas que han sumado en todas estas semanas, hacen parte de la hegemonía ¿De cuál? De la hegemonía que está muriendo porque se ha quedado sin pulmón económico y sin poder político. El país —en medio de eso que llaman polarización— se ha ubicado en dos frentes: por un lado, una élite económica de derecha, relacionada, en ocasiones, con poderes oscuros; y por el otro lado, una sociedad civil empoderada y hastiada de las lindezas de la élite bogotana y de los horrores del uribismo.
Esta Colombia—que no es mejor ni peor que la del pasado— puede pasar fácilmente de Los Danieles. Ellos puedes seguir escribiendo, claro, pero nosotros podemos decidir también a quién leemos. Y no se trata de hacer lecturas ideologizadas, como las que proponen algunos medios hiperpartidistas, sino construir una verdad con sensatez. Y no, Los Danieles no son esa verdad. Porque como ya lo dijo Nietzsche lo que existen son interpretaciones de los hechos y las interpretaciones de Los Danieles ya no se las traga la gente porque también las hegemonías son cambiantes.
Los Danieles son una suma de tres o cuatro nombres que siempre han tenido vitrina, premios y pantalla. Su techo no fue la gente, sino el poder. Cuando salieron de Semana, perdieron la posibilidad de crear un nuevo medio con nuevas voces y nuevos periodistas. ¿Pero cómo iban a hacer tal cosa? Ellos no se juntan con la chuma.
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