Si se toma como referencia la primera elección de Chávez (1999) y la destitución de Dilma Rousseff (2016) América Latina vivió, en líneas generales, lo que ha dado en llamarse un ciclo progresista. En países como Uruguay, Paraguay, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Venezuela, Argentina, El Salvador y Honduras, gobernaron mandatarios que fueron calificados, como alternativos, progresistas, democráticos o de izquierda, según el lente con que se mire.
Estos gobiernos fueron muy diversos, pero si algo tuvieron en común fue el desacoplamiento de la agenda internacional de EEUU con la consecuente diversificación de relaciones internacionales, lo cual incluyo el acercamiento a naciones satanizadas por EEUU, como Rusia, China e Irán y la búsqueda de mecanismos de integración autónomos como fue el caso de la Celac y Unasur. También frenaron en diverso grado la disminución del papel del Estado y tuvieron una agenda social más activa, con mayor protagonismo de los movimientos sociales.
Incluso el lenguaje que se puso en boga fue el del “socialismo del Siglo XXI” o la famosa frase de Correa de que no estábamos en una época de cambios sino en un cambio de época. Sin embargo, en cosa de años, uno tras otro cayeron la mayor parte de estos gobiernos.; unos en elecciones, otros por golpes “blandos”, todos influidos o determinados por la activa intervención estadounidense.
A renglón seguido vino la revancha de las fuerzas que habían sido desplazadas, Bolsonaro, Macri, Lenin Moreno entre otros, recuperaron la agenda que había sido ampliamente aplicada e incluso la radicalizaron, con aumentos del endeudamiento, alineamiento con Washington, privatizaciones, destrucción de Unasur y parálisis de la Celac y se pudo observar mirando retrospectivamente cual fue el alcance de los gobiernos alternativos. En primer lugar está claro que sin excepciones subestimaron la fuerza de sus adversarios y sobreestimaron la propia. En segundo lugar no lograron ampliar su base social y se distanciaron de las capas medias, en tercer lugar la agenda social estuvo financiada con la bonanza de los precios de las materias primas y cuando estas cayeron, llegaron los tiempos de las vacas flacas y en cuarto lugar se basaron en liderazgos unipersonales, arbitrarios y caudillistas, sin equipos capaces.
Recientemente se han vuelto a mover las cosas y se habla del retorno del ciclo progresista. Las movilizaciones de más de un año en Chile que dieron lugar a la citación a una Constituyente, el debilitamiento de los candidatos de Bolsonaro en las elecciones municipales en Brasil a manos de sectores moderados. El triunfo de Luis Arce en Bolivia, las movilizaciones en Ecuador, Haití y Colombia; la crisis política en Perú y Honduras y el debilitamiento de los gobiernos de Maduro en Venezuela y Ortega en Nicaragua.
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Es una reacción defensiva ante el creciente autoritarismo y la violación de las reglas democráticas en numerosos países
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Sin embargo, las circunstancias son distintas. No existe una ofensiva de los movimientos sociales contra las políticas neoliberales, sino una búsqueda de lograr o defender la democracia, un amplio descontento con la corrupción y la desigualdad, no se plantea un reto general contra la agenda geopolítica estadounidense sino un cierto pragmatismo, que tal vez consulta con mayor realismo la correlación de fuerzas y una gran diversidad entre quienes protagonizan estas propuestas, que tienen un componente particular en cada país, y la ausencia no tiene esa oleada de internacionalismo latinoamericanista que tuvo a comienzos del Siglo XX. Es una reacción defensiva ante el creciente autoritarismo y la violación de las reglas democráticas en numerosos países y un cierto escepticismo ante las experiencias alternativas que han sobrevivido, especialmente por sus dificultades para resolver los problemas del bienestar de la población.
La ventaja que tienen las fuerzas alternativas es que la globalización ha fracasado, los que evangelizaban con el Consenso de Washington no tienen ninguna idea nueva ni atractiva que proponer, han tenido que refugiarse en el autoritarismo y en la resurrección de las ideas más retardatarias, como lo muestra la influencia de Trump y la forma como las fuerzas de la derecha, independientemente de que este haya sido derrotado en las elecciones de EEUU, simpatizan con su estilo y propuestas.
A comienzos del Siglo XXI tal vez la agenda socialista fue meramente retórica y maximalista, y fuerzas que no habían logrado edificar las bases de democracias sólidas, se lanzaron adelante, dejando a todo el resto rezagado.
En tiempos de pandemia, con el tejido social y empresarial roto, los retos son más complejos, gobiernos como los de Alberto Fernández, en Argentina, Andrés Manuel López Obrador en México y la solitaria Cuba más injustamente hostigada que nunca, deben tener una agenda amplia, cautelosa y diversificada.
Si se lograra juntar la lucha por la democracia con la agenda antineoliberal, podrían venir otros tiempos.