Un mensaje doloroso
Opinión

Un mensaje doloroso

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agosto 05, 2014
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Se perdió claramente la ilusión de algunos que creyeron que la llegada de figuras nuevas y preparadas al Senado lo iba a cambiar. De nuevo, se confirma algo que ya muchos hemos vivido en carne propia: ser minoría es una especie de desastre y lo único que se logra es que algunas figuras sobresalgan pero pensar que se puede cambiar ese recinto de la democracia, es una meta que se derrumba más temprano que tarde. Mientras no sean generaciones de nuevos políticos, con costumbres realmente democráticas, es casi imposible que individuos —por brillantes y transparentes que sean—, puedan renovar el Congreso de la República.

Lo que acaba de suceder en estas primeras sesiones de las plenarias del Senado de la República, no solo confirma que quienes dominan los debates son precisamente los que muchos quisiéramos ver afuera, sino que esos vicios que tanto daño le han hecho a nuestra sociedad, encuentran en este recinto la mejor muestra posible. Ante la posibilidad de realizar un debate sobre los responsables del paramilitarismo, convocado por el senador Iván Cepeda, la mitad del Senado, 52 senadores, votaron en contra. No se trataba de defender al senador Uribe solamente, lo que sí hizo su bancada en la cual el único que apoyó el mencionado debate fue su cabeza —maquiavélica jugada—.

La lectura de esa actuación puede terminar en dos versiones a cual más preocupante. La más simple: hay más uribismo que en el Centro Democrático y 32 senadores que no son declarados miembros de este sector político, están haciendo algo perverso: le ponen una vela a Dios y otra al diablo. Por ese oportunismo de muchos políticos colombianos que cambian de partido como de sombrero, a la hora del té, y cuando les conviene, vuelven a hacer fila frente al que fue su jefe, Uribe. Esta posibilidad le complica seriamente la situación al Gobierno porque sus mayorías en el Senado pueden ser teóricas.

La otra explicación —y probablemente la verdadera para este apoyo masivo al rechazo del debate mencionado—, es sencillamente el pánico que sintieron los Honorables Senadores de que salieran a la luz pública sus relaciones perversas con ese grupo que ha cometido horrores en aras de "refundar la Nación", los paramilitares. Si este debate se saliera de la parapolítica y ahondara en un tema aún encubierto, la paraeconomía, el costo para muchos de ellos podría ser aún más alto.

Lo triste es que esto último se sabe, lo sabe todo el mundo, incluyendo quienes votan por ellos; quienes lo hacen por limosnas, por puesticos, por un café para el cual, los fines de semana, hacen colas alrededor de muchas de las casas de políticos de las regiones. Acabar con la perversa cultura política que cree que el clientelismo es su elemento esencial, es la gran tarea que nadie ha emprendido en Colombia. Esta debería ser la responsabilidad de los partidos pero resulta que son estas instituciones —viejas o nuevas—, las que se alimentan de ese vicio.

La conclusión es obvia. O no se sabe realmente quién es quién en términos de orientación política, o sus vínculos con el paramilitarismo son mucho mayores de lo que se pensaba. Pero lo que más asombra es que, aparentemente, a la hora de rechazar este debate, o no se hicieron estas reflexiones, o lo que es peor, poco o nada les importa. El electorado colombiano no es visto, al menos por la mitad del Senado, como ese sector de la población a quien ellos deben rendirles cuentas. Pareciese que solo lo ven como la fácil fuente de sus votos. ¿Nosotros sus electores nos quedaremos impávidos? Empezó mal este nuevo Congreso.

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