A diferencia de los foros celebrados en Villavicencio, Barrancabermeja y Barranquilla, en esta ocasión llegaron a Cali dispuestas a hacerse oír. Lo hicieron con mucha entereza moral, y acudieron desde las regiones más apartadas del país. De un total de 1.520 víctimas registradas se identificaron 263 como víctimas de las Farc, la mayoría mujeres, madres y viudas de secuestrados-desaparecidos. El primer día la queja se convirtió en consenso: la metodología utilizada por la ONU y la Universidad Nacional permitió en foros anteriores la invisibilización de las víctimas de las Farc, que por no estar organizadas asistieron en menor número y siempre fueron opacadas en las mesas de trabajo (la proporción fue de ocho a dos por cada diez asistentes). El segundo día les tocó ponerse una camiseta y juntarse en el auditorio principal, establecer una mesa exclusiva y relatores propios, exigir a la Iglesia, a la ONU, y a la Universidad Nacional que las escucharan en sus reclamos de verdad y de justicia (no acudió a esa invitación ningún representante de la Universidad Nacional). Una a una fueron haciendo uso del micrófono para ponerle palabras al dolor. En respetuoso silencio las tragedias fueron escuchadas, el alma y los corazones desgarrados por la memoria de los protagonistas fueron parte de la narración, las lágrimas, los sollozos y el amor de Dios invadieron el recinto. No hubo un solo grito, ningún insulto a sus verdugos, no había odio en sus corazones. Hubo grandeza hasta para expedir un comunicado de respaldo a los diálogos, para exigir la devolución vivos o muertos de los demás secuestrados, y para hacer un llamado a la unión de las víctimas sea quien fuere su victimario. ¡Qué dignidad, qué entereza moral demostraron!
Pero que nadie se confunda: la grandeza espiritual y la autoridad moral que solo alcanzan quienes han trascendido la catarsis para construir una ética del dolor que les permite decir con inmenso amor y generosidad “Yo ya perdoné”, no significa que se pueda jugar con su bondad y abusar de su nobleza. ¡Perdonar no implica renunciar a la verdad y a la justicia! Ojalá que en La Habana entiendan que las víctimas esperan que no hayan sido invitadas a estos foros solo para legitimar acuerdos hechos a sus espaldas. Ojalá que el Gobierno decida jugar del lado de las víctimas y exija a los victimarios actuar con la altura moral que la historia y el respeto por la dignidad de sus víctimas les demanda.
Las Farc, más temprano que tarde, deben mirar al futuro y entender que en este punto de las víctimas no es la argumentación racional convertida en excusa y retórica política para eludir responsabilidades históricas —algo muy parecido al sofisma y al cinismo— la que debe seguir guiando su conducta. Las Farc tienen que entender que esta sociedad enferma de violencia requiere iniciar la construcción inmediata de una ética del perdón y una cultura de la reconciliación que nos conduzca a una paz duradera. Tienen que entender que hay heridas que todavía están sangrando y que hay demasiados dolores acumulados en la historia que solo pueden superarse con estatura histórica y grandeza espiritual. Tienen que entender que para hacer del posconflicto un proceso de sanación y no un proceso de venganza deben por lo menos aceptar su cuota de responsabilidad y pedir perdón por todo el daño que han causado. Las Farc tienen que entender que si quieren volver a integrar la sociedad de la que algún día se apartaron no pueden seguir disparando y poniendo bombas contra ella. Tienen que entender que la injusticia y las desigualdades sociales no justifican ni legitiman la violencia. Las Farc tienen que estar dispuestas a reivindicarse como seres humanos y no como los fanáticos deshumanizados en los que se convirtieron. Tienen que comprometerse y garantizar que no continuarán asesinando niños en nombre de la vida ni secuestrando ciudadanos en nombre de la libertad. Tienen que entender que eso es lo menos que el pueblo que dicen defender y, especialmente quienes hemos sido sus víctimas, esperamos de ellos.
¿Serán capaces de responder sin arrogancia ni artificios a los reclamos de verdad y de justicia que con tanta dignidad han hecho sus víctimas? ¿Y de actuar a la altura que el momento histórico les exige? ¿Serán capaces de responder a sus víctimas con la entereza moral que ellas han exhibido con su disposición al perdón? Sigo convencido que la arrogancia de las Farc es el mayor enemigo de este proceso y que de la actitud y el respeto que exhiban por la dignidad de sus víctimas depende en gran medida que los colombianos refrenden o no los acuerdos de la mesa de La Habana.