Habiéndose aclarado el panorama frente a la victoria del demócrata Joe Biden en la presidencia de los Estados Unidos, sobreviene una alta incertidumbre frente a los derroteros que marcarán su mandato. Algunos se preguntan, si después de los cuatro años de gobierno de Donald Trump, podrán hacerse realidad los cambios revolucionarios que persigue un sector progresista del partido Demócrata. Otros le auguran a Biden un talante más conciliador que lo podría inclinar a asumir una agenda bipartidista más alineada con un espectro político de centro. Lo cierto es que, a un mes de que Biden hubiese obtenido el umbral de los 270 votos electorales necesarios para ungirse como vencedor en la contienda, todavía resulta incierto el devenir de la política estadounidense en los próximos años.
Algo que sí es claro desde ya es que el actual líder mayoritario del Senado, Mitch McConnell, para bien o para mal, va a jugar un papel central frente a la agenda política del próximo gobierno. Actualmente, no se ha decantado la suerte del Senado y están pendientes en Georgia dos elecciones de segunda vuelta, en las que, se decidirá si son los republicanos o los demócratas los que se quedarán con la mayoría en el Senado. Los republicanos solo necesitan obtener una de las dos contiendas en juego para obtener la mayoría en el Senado, mientras que los demócratas necesariamente deben ganar las dos elecciones en disputa, por lo que, las posibilidades favorecen a los republicanos. Adicionalmente, frente a estas dos elecciones especiales, concurre una menor participación electoral y es posible que si los republicanos, enardecidos por la derrota de Trump para la presidencia, logran consolidar una base cohesionada, puedan asirse con la victoria en estos dos escaños del Senado; tesis que se refuerza si se tiene en cuenta la variable de que, incluso para algunos votantes que votaron por el propio Biden, resulta atractiva la idea de un Congreso dividido.
Pero más allá de que McConnell vaya o no a ungirse como el próximo líder mayoritario, lo cierto es que la posición que asuma frente al gobierno de Biden va a ser determinante para los próximos años de la política estadounidense. Por un lado, existe la posibilidad de que McConnell adopte el papel del eficaz obstruccionista que desplegó durante los ocho años de gobierno de Obama. Este experimentado senador no le teme al costo político que pudiera derivarse de una indefinida obstaculización de los proyectos del gobierno demócrata. De hecho, McConnell, en los últimos años, ha sabido afrontar las tormentas de indignación y supuesta impopularidad que diferentes medios de comunicación han construido a su alrededor. Públicamente, ha reconocido que la decisión más consistente de su carrera fue la de negarle al nominado de Obama para la Corte Suprema, Merrick Garland, audiencia para avanzar con su proceso de confirmación, con el argumento de que dicha vacante debía ser llenada por el próximo presidente que, en este caso, sería el sucesor de Barack Obama. Esta decisión que, muchos calificaron como audaz y que, ciertamente, generó una ola de críticas en los líderes demócratas, fue una de las razones por la que Donald Trump, en 2016, encontró vientos favorables para su candidatura. Para ese momento, el hecho de que existiera una vacante en la Corte Suprema que sería llenada por el siguiente presidente electo, fue un elemento esencial para unificar y motivar las bases conservadoras que terminaron ungiendo a Trump como presidente.
Por eso, McConnell, no le teme a las polémicas y calores del día a día de la política, con el ojo avizor en el largo plazo, tiene la piel dura para afrontar la indignación demócrata. En este sentido, con algo de humor autocrítico se ha autoapodado como la parca “grim reaper” de los proyectos de la extrema izquierda. En su natal, Kentucky, mientras los medios de comunicación durante mucho tiempo lo tildaron como el senador más impopular del país, después de haber sepultado la totalidad de los proyectos aprobados por los demócratas de la Cámara Baja, obtuvo una holgada victoria frente a su contendiente demócrata en las recientes elecciones. McConnell que, en su temprana niñez tuvo que afrontar una titánica batalla contra una polio que le impidió caminar durante mucho tiempo, para convertirse después en un jugador regular de la liga local de baloncesto, tiene los nervios de acero y la disciplina necesaria para convertirse en una impenetrable muralla frente a las aspiraciones de los progresistas demócratas. Con unas bases conservadoras derrotadas y ansiosas por una nueva victoria para las elecciones de 2024, Mcconnell, tendría un alto incentivo para convertirse en un dolor en la cabeza del próximo presidente, negándole sus principales iniciativas legislativas.
Sin embargo, con la crisis generada por la pandemia, es probable que McConnell mesure sus estrategias obstruccionistas para llevar a cabo una agenda bipartidista en temas en los que existen puntos en común como es el caso de los asuntos relacionados con la infraestructura, los acuerdos de libre comercio y los estímulos económicos para afrontar la epidemia sanitaria. En este escenario, no se esperan mayores avances por parte del Congreso en asuntos más controversiales como las medidas contra cambio climático “Green New Deal” o la reforma del sistema de seguridad social en salud “Obamacare” o la abolición de las reducciones de impuestos aprobadas por Trump y, en esta misma línea, se espera una férrea oposición a las propuestas demócratas para aumentar el número de magistrados en la Corte Suprema o la adición de nuevos Estados en la Unión.
En un escenario de obstruccionismo republicano, al igual que Obama, a Biden le corresponderá hacer uso de los poderes ejecutivos que plantean un menor campo de acción y que siempre tienen el riesgo de que el siguiente presidente los eche a tierra o que la Corte Suprema de mayoría conservadora las declare inconstitucionales en caso de ser demandadas. Dentro del espectro de las órdenes ejecutivas que hacen parte del legado de Trump es previsible que Biden anule las relacionadas con la política migratoria y con el medio ambiente y, asimismo, bajo este nuevo gobierno, es altamente probable que Estados Unidos se reincorpore al acuerdo climático de París y elimine en alguna medida los aranceles impuestos a China.
Con respecto a los planes de estímulos económicos “Relief bill” está dentro de las probabilidades que, en razón a las consecuencias de la crisis del COVID-19, se alcance un acuerdo bipartidista. Ahora bien, mientras los republicanos prefieren la opción de un alivio económico reducido, ajustado a la regla fiscal y circunscrito a sectores concretos, los demócratas están ansioso en aprobar un proyecto omnicomprensivo que ofrezca un estímulo económico superior a los 2.2 billones de dólares. En este sentido, de concurrir una mayoría republicana en el Congreso, lo más probable es que se acuerde un paquete de alivios económicos de dimensiones inferiores a las esperadas.
Ahora bien, pese a los incentivos que tendría el líder mayoritario del senado para reanudar su estrategia obstruccionista, hay que anotar que Biden tiene un perfil diferente al de Obama. Mientras que el primer presidente afroamericano de EE. UU. fue reacio a establecer una negociación activa con los legisladores, Biden, desde que ejercía como Vicepresidente siempre defendió una posición conciliadora con el Congreso. Ha pasado gran parte de su vida en el Senado. Le gusta este ambiente y conoce a profundidad su funcionamiento, lenguaje y motivaciones. De hecho, Biden, fue capaz de concretar numerosos acuerdos con McConnell y, en Washington, es sabido que tienen buena relación. El líder republicano estuvo de acuerdo con renombrar un proyecto bipartidista para la ayuda de pacientes con cáncer como “Beau Biden Bill” haciéndole honor al hijo de Biden que murió a raíz de esta enfermedad. También fue el único miembro del partido republicano que asistió al funeral del hijo de Biden. La sorprendentemente buena relación que mantienen estos dos líderes tan opuestos en ideas y estilos, podría gestar un escenario propicio para que se concreten acuerdos bipartidistas en asuntos críticos de la política y economía estadounidense.
Lo anterior, provocaría la reticencia e indignación de los representantes de la izquierda americana que apoyaron la aspiración de Biden en las pasadas elecciones como es el caso de Alexandria Ocasio-Cortez o Bernie Sanders; políticos que veían en la llegada de un nuevo gobierno demócrata la posibilidad de avanzar en su progresista agenda política. En efecto, el balance entre las fuerzas de izquierda y de centro al interior del partido demócrata es algo ya se está poniendo a prueba con las primeras decisiones de Biden frente a la nominación de algunos de los miembros de su gabinete.
Recientemente, el anuncio de Biden de nombrar a Janet Yellen para la Secretaría del Tesoro, generó un cuantificable alivio en Wall Street. Ella tiene una posición más inclinada a las medidas dirigidas a combatir el desempleo que la inflación (lo que la clasifica como una paloma en cuestiones de política monetaria “Policy dove”) y, ciertamente, es una experta ampliamente respetada por su liderazgo en la Reserva Federal durante el gobierno de Obama. Todo lo cual, es ilustrativo de la preferencia de Biden por un perfil de asesores cercano al establecimiento tecnócrata de Washington, por encima de perfiles más políticos y polémicos como podría ser la demócrata Elizabeth Warren. Por ello, para la confirmación de Yellen no se espera una oposición republicana, lo que, a la vez, es un indicio del término medio o camino gris que podría estar adoptando Biden para concretar su agenda política, lo cual, sin duda va a generar choques con el progresismo extremo de su partido.
En efecto, es claro que una eventual inclinación de Biden hacía una agenda bipartidista va a generar fracturas internas en el partido demócrata y algunos sectores como el que representa Bernie Sanders se van a sentir traicionados. En este escenario, la disyuntiva de Biden será compleja pues si se alinea con las fuerzas de la izquierda, tendrá una férrea oposición de los republicanos y, es probable, que los distintos proyectos, nominaciones e iniciativas que proponga el gobierno se estrellen contra la muralla del Senado. Pero, si escoge una posición conciliadora para sellar acuerdos con los republicanos, se arriesga a ahondar la división interna entre las distintas fuerzas demócratas, lo cual, en las elecciones de 2024 sería aprovechado por los republicanos.
Por otra parte, es necesario mencionar que los mercados en las últimas semanas han visto con optimismo la división de poderes que plantearía un senado republicano y una presidencia demócrata. En efecto, con la presidencia de Biden, los inversionistas vislumbran señales de aprobación de estímulos económicos y, a la vez, se proyecta que un senado republicano frene iniciativas que causan miedo en Wall Street como es el caso del incremento de impuestos o la imposición de mayores regulaciones a las empresas.
Frente a Colombia, las implicaciones de la presidencia de Biden, se estiman como positivas. El nuevo presidente conoce y ha visitado el país y, adicionalmente, se ha destacado por ser un aliado incondicional del país, siendo uno de los autores del Plan Colombia durante el gobierno Clinton. Colombia, precisamente, es uno de los pocos temas que se enmarcan dentro los objetivos en común de demócratas y republicanos. En este sentido, fomentar estas alianzas bipartidistas será vital para que el país mantenga sus relaciones estratégicas con su principal aliado en el ámbito internacional. Para ello, será de buen recaudo el profundo conocimiento y manejo que tiene el presidente Duque del funcionamiento de las instituciones políticas en Washington. Asimismo, es seguro que, para Estados Unidos, no ha pasado desapercibida la incursión inversionista China en Latinoamérica y es previsible que, bajo un gobierno de Biden, se afiancen los compromisos de cooperación bilateral entre nuestros países, lo cual, sin duda será beneficioso para Colombia.
Entonces, ¿cómo pinta la presidencia de Joe Biden? Creo que la conclusión obvia es que estos años de gobierno no serán nada fáciles. El nuevo presidente, desde que asuma el poder el 20 de enero de 2021, se enfrentará a un momento de serias divisiones políticas, así como a los innumerables retos y desafíos que ha generado la pandemia. Su larga experiencia en el manejo de las relaciones políticas en Washington y su talante conciliador, lo convierten en el perfil indicado para estos momentos de profundas divisiones. Por lo demás, es claro que el talante que asuma el líder republicano Mitch McConnell tendrá una influencia enorme en el legado del presidente Biden. El presente artículo que pretende trazar un perfil de Biden y termina analizando las posiciones que podrían adoptar McConnell y los republicanos, es una muestra de la compleja coyuntura actual.