Una fábrica de ataúdes en tiempos de pandemia

Una fábrica de ataúdes en tiempos de pandemia

La familia Piñeros, que lleva 50 años elaborando cajas mortuorias, ha tenido que pasar a la producción en serie de cajones en aglomerado para los fallecidos del covid-19

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noviembre 18, 2020
Una fábrica de ataúdes en tiempos de pandemia

La fachada es modesta. No tiene ningún aviso que muestre su nombre ni que enseñe a qué se dedican los ocho empleados que empiezan a trabajar allí desde las siete de la mañana. El primero en llegar es Nofar Reyes, el administrador. Desde hace 35 años, cuando tenía 14, ha trabajado en lo mismo: fabricando ataúdes.

La empresa Disfuncol, que fabricó los ataúdes de alta gama para el ministro de Protección Social, Juan Luis Londoño, que murió en un accidente aéreo en 2003, y para los jefes guerrilleros Raúl Reyes y el Mono Jojoy, queda en el barrio Santa Librada, en el sur de Bogotá. Los dueños, la familia Piñeros, están en el negocio hace unos 50 años, cuando don Leoviceldo Piñeros, llegado en 1970 a la fría Bogotá, desde La vega, Cundinamarca, empezó a trabajar en la fábrica de ataúdes de su hermano.

Con el paso de los años los hermanos se hicieron socios y montaron otra pequeña fábrica en el garaje de la casa donde vivía don Leo y su familia, en el barrio Marco Fidel Suárez. Luego se dividieron y don Leo se quedó con la empresa que hoy está en manos de su hijo. El señor Piñeros ya está retirado. Levantó la empresa y sacó adelante a sus tres hijos con la fabricación y venta de ataúdes, que ellos llaman cofres.

 - Una fábrica de ataúdes en tiempos de pandemia

En el área de carpintería trabajan dos empleados que hacen al día unos 20 ataúdes. Foto Leonel Cordero.

La fábrica, una bodega gigante de dos pisos bien dividida por secciones, ahora está dirigida por Jenkinson Piñeros, de 45 años, el mayor de los hijos de don Leo. Jen –como le dicen amigos y conocidos— nunca ejerció la Contaduría Pública porque decidió desde muy joven trabajar junto a su padre. Desde hace 15 años tomó las riendas del negocio familiar en el que creció desde muy niño.

Los primeros recuerdos de Jen son correteando en medio de maderas, aserrín y carpinteros que trabajaban para su papá y escondiéndose detrás de una pila de ataúdes a los que nunca les tuvo miedo aun cuando desde niño supiera de su relación con la muerte y los muertos.

El negocio ha cambiado desde tiempos de don Leo. La fábrica funcionaba con unos 20 empleados, 10 de ellos carpinteros que trabajaban maderas como cedro, marfil y tajo como materia prima para sacar al menos 10 ataúdes al día. Desde hace varios años se usan láminas de Mdf o aglomerados. Es una materia prima más barata. Gracias a la industrialización la fabricación es más rápida y se necesitan menos empleados para lograr el doble de producción de años pasados.

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Viviana lleva cinco años en Disfuncol, es quien cubre con masillas las imperfecciones que traen los cofres desde la carpintería. Foto Leonel Cordero.

En la actualidad Disfuncol trabaja solo con dos carpinteros, cuatro pintores, una tapicera y un auxiliar que está aprendiendo de todo un poco para ver en que sección se queda. Aquí todos los empleados se han formado desde auxiliares y algunos como Alberto Osorio, uno de los carpinteros, llevan en la empresa más de 20 años, cuenta Nofar Reyes mientras apura a anotar en una planilla el nombre de Viviana, la hora de llegada, y el 36.4 de temperatura que le arrojó el termómetro como prevención del covid.

Viviana trabaja en el segundo piso, arriba de la sección de carpintería. Mientras tararea un merengue de Wilfrido Vargas que resuena desde abajo de una empolvada grabadora, corrige con masilla y lija las imperfecciones de la madera antes de que los cofres pasen a pintado, al otro lado de la bodega, lejos del aserrín.

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El último paso que se le hace a los ataúdes es la tapicería, esta se realiza con satín y espumas de diferentes tamaños y colores. Foto: Leonel Cordero.

La muerte ha sido un buen negocio para los Piñeros, al menos un negocio regular. El número de ataúdes que venden al mes no ha tenido grandes variaciones, ni tan siquiera en estos meses de pandemia en los que han muerto por covid-19 un poco más de 32 mil colombianos. Los muertos por riñas, borracheras y accidentes de tránsito en la época de pandemia disminuyeron, pero este número fue reemplazado por las víctimas del covid-19, que aumentó en muy poco el pedido de ataúdes.

Jen pasó de vender en promedio 300 cofres regulares a vender unos 350. Las ganancias no aumentaron. Los cofres que pedían sus clientes pasaron a ser en gran mayoría, un 80%, para covid-19, que al ser más baratos dejan poca utilidad. En estos meses de pandemia las fábricas de ataúdes venden más, pero ganan menos.

Un ataúd de los que más le solicitaban las funerarias antes de la pandemia, la línea económica, lo vendían en promedio a $200 mil.

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Los ataúdes para los fallecidos por covid son sencillos, sin lujos ni adornos. Al comienzo estaban fabricados en cartón. Foto: Leonel Cordero.

Las cajas mortuorias que utilizan las funerarias para los fallecidos por covid-19 son sencillas, tanto en diseño como en el material que se emplea –parecen un envase de mantequilla al revés: una bandeja en aglomerado bien reforzado y cubierta por una caja hermética sin puertas, ni vidrios, ni herrajes para proteger al difunto y evitar el contagio de quienes lo manipulan. Tampoco llevan una sola gota de pintura para que la lámina de madera combustione velozmente en el horno crematorio. Estos los producen en serie y se los venden a las funerarias a $90 mil.

Ahora, con la posibilidad de que se logre controlar el ritmo de contagios del covid-19, tal vez el negocio de los Piñeros y el ritual de la muerte vuelvan a la normalidad, donde las familias de los deudos puedan tomar decisiones y escoger a su gusto y de qué manera quieren despedir a sus seres queridos, una tradición en medio del duelo que la pandemia ha arrebatado.

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