Cuando Pekerman se fue de la selección, después de perder casi que de manera heróica contra una potencia como Inglaterra, decían que no trabajaba. Al menos eso lo afirmaban periodistas como Carlos Antonio Vélez, su principal contradictor, su enemigo jurado. Se quejaban que no tuviera la base de operaciones en Bogotá, que viajara tanto a su casa en Buenos Aires.
Nadie le cuestionó que los jugadores, en los últimos años de su gestión en la selección, hubieran perdido protagonismo en los principales clubes de Europa, que James no jugara en el Madrid. Se fue por la puerta grande a pesar de que lo echaron de la peor manera.
Llegó Queiroz porque su proyecto se acomodaba de mejor manera a los ejecutivos de la Federación. La Copa América del 2019 arrancó bien, victorias contra Argentina, Paraguay y Catar, empate y derrota por penales contra Chile. Luego vinieron derrotas tan preocupantes como la goleada en el amistoso contra Argelia. En la pandemia Queiroz viajó a su casa en Lisboa y allí se quedó casi seis meses. Sin ver partidos de la Liga, desconectado de la realidad. En la época del Zoom fue incapaz de organizar reuniones con entrenadores locales, cursos virtuales para que él comparta su sabiduría de técnico avezado. Nada, Queiroz sólo cobraba sin cargos de conciencia.
Le dimos espacio, confiamos en sus pergaminos y, sobre todo, en que tuviera la situación controlada. Pero al parecer en Lisboa el aislamiento le hizo perder el contacto con la realidad. Al regresar a la Eliminatoria Colombia arrancó bien, le ganó a una Venezuela sumida en una crisis y en una Chile que no encuentra el camino con Reynaldo Rueda. Pero los nueve goles recibidos en dos partidos deja en claro que el portugués no tiene idea, ni plan ni contigencia, ni conoce la liga local.
Lo único que tenemos que pedir es que se vaya pero que no lo vaya a reemplazar Juan Carlos Osorio. Por nada del mundo.