Ni podemos producir un par de zapatos en forma virtual ni podemos sustituir, vía Zoom, el intercambio social directos que requieren los estudiantes, los pequeños, los adolescentes y los adultos.
Usar Zoom, Teams, Meet Google o cualquier plataforma de encuentro virtual ha permitido a muchos estudiantes y empleados desplegar formas amigables de aprender y trabajar. Ventajas como la del ahorro en tiempo y dinero del transporte, solo para citar una de gran valor en ciudades del grado de congestión como Bogotá, les hace sentir que la virtualidad ha valido al pena, que la calidad de lo aprendido y trabajado puede, incluso, ser mayor que en esas, pareciera, remotas épocas de la presencialidad.
La contabilidad y las finanzas de las empresas y muchos otros procesos pueden ser realizados mediante el teletrabajo, a menores costos para los empresario. El mundo de las consultorías anda eufórico porque el trabajo colaborativo a través de las plataformas aumenta la calidad de sus entregables.
Sin embargo, así como es imposible fabricar por la vía de la virtualidad un par de zapatos, un litro de kumis, pilotear un avión o conducir un vehículo de carga, así haya procesos de apoyo a estas actividades que se pueden realizar en forma virtual, así también, en el ámbito de la educación, es imposible reducir a zoom el marco de las relaciones entre maestros y estudiantes, y las interacciones entre estos. La pandemia nos ha ayudado a comprenderlo.
La interacción con los docentes, con los compañeros, los trabajos de laboratorio, la participación en juegos que se desarrollan en las sedes físicas de colegios y los campus de las universidades requieren de dosis apreciables de presencialidad. Trátese de un niño de cinco años, que necesita aprender a compartir, del adolescente o del estudiante universitario, requieren todos de la interacción social directa, presencial, entre pares.
Vamos para nueve meses desde que colegios y universidades, jardines infantiles y toda suerte de instituciones que imparten formación técnica y tecnológica tuvieron que zambullirse en el mundo de la virtualidad. Al cabo, finalizando este tremendo 2020, en el mejor de los casos, se ofrecen hoy esquemas que combinan la presencialidad con el mundo en línea. Es probable que así permanezca en el futuro: educación híbrida, mezclando las dos modalidades. Sin embargo, los retos para que la educación sea de alta calidad son inmensos.
Todavía hay quienes siguen esperando que en algún punto cercano en el tiempo, quizás cuando la vacuna que nos libre del covid-19 ya esté disponible, el mundo de la educación regresará a ser el mismo de antes. No será así. En sentido contrario, algunos creen que la virtualidad debería imponerse, que todos los programas académicos deberían transcurrir en línea. Tampoco ocurrirá.
La pandemia y los confinamientos no han hecho más que resaltar las profundas inequidades en materia de acceso a internet y computadores y tabletas, así como la crisis de los modelos educativos tradicionales y, en esa medida, ha servido para que una parte de las instituciones educativas en los diferentes tramos (pre-escolar, básica, media, superior, para el trabajo...) hayan comprendido la necesidad de cambiar. No obstante, se requieren elementos indispensables de política pública que permitan extraer lo mejor de los dos mundos, la virtualidad y la presencialidad.
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El modelo híbrido, de educación virtual y presencial, llamado a imponerse, tiene graves problemas en la calidad de la educación y brechas enormes en el acceso y formación de docentes
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Muchos comprendieron mal la realidad de la virtualidad y creyeron que bastaba trasponer las clases a los escenarios de zoom. Una de las virtudes de las herramientas de la virtualidad, las que permiten el trabajo colaborativo entre estudiantes no ha sido exhibida por la mayoría de los docentes, simplemente porque no saben cómo hacerlo.
Para aclarar: estamos metidos en una trampa crónica de calidad de la educación, que nada tiene que ver con la pandemia. Los resultados del desempeño de Colombia en las pruebas Pisa (2018, recientemente publicados), independiente del disgusto que a algunos les provoque la OCDE, son pobres en extremo. Pese a algunas mínimas mejoras de Colombia respecto a la última prueba, el ejercicio de los chicos colombianos en lectura, matemátias y ciencias nos coloca en la cola de los países miembros de la OCDE. Vamos ligeramente detrás de México y Chile y, sin que sea consuelo, superamos a un país no miembro, Argentina. Mal, América Latina.
El contraste, como ya es regla, con los asiáticos (China, Singapur, Macao, Hong-Kong y Taipei), cuyos resultados superan, con creces, los de los países OCDE, no puede ser mayor.
El modelo híbrido, de educación virtual y presencial, llamado a imponerse, se pone en práctica, entonces, en contextos de graves problemas en la calidad de la educación y de brechas enormes en el acceso y la formación de docentes.
La política pública deberá, en primer lugar, buscar la equidad en el acceso a internet y a los dispositivos. Sin ello, las brechas sociales entre colombianos seguirán ampliándose. Segundo, debe invertir en plataformas para estudiantes y docentes que permitan la entrega de contenidos de alta calidad y las metodologías que propicien las interacciones entre estudiantes y docentes, es decir, el aprovechamiento de la virtualidad. Para ello, tercero, el estado debe proveer, a estudiantes y maestros, de recursos que les permitan aprender a desplegarse en tal virtualidad.