Si quiere usted ser blanco de todo tipo de ataques e insultos en redes sociales solo haga el ejercicio de publicar algo en contra del investigado expresidente, exsenador y hoy expresidiario Álvaro Uribe Vélez. De seguro, en poco tiempo recibirá toda una andanada de improperios, amenazas, mensajes personales y cuestionamientos a su moral... hasta lo tacharán de guerrillero, vándalo, apátrida e incluso de “delincuente hijueputa”, así decía el último de tantos mensajes privados que me llegan; cuando miré el perfil del agresor, era un extrabajador de la Fiscalía General de la Nación, ahora “vigilante”.
Esto lo escribo para enfatizar en lo que describiré como “necropolítica uribista”, utilizando para ello el concepto del filósofo camerunés Achille Mbembe, quien acuñó el término necropolítica para explicar el fenómeno por el cual los gobiernos, aprovechando el estado de excepción ocasionado por el debilitamiento del aparato estatal, desarrollan una política de administración de la muerte, adelantando una política del terror, eliminación física, desplazamientos masivos de población y destrucción sistemática de ecosistemas milenarios. Todo con el objetivo de que unas cuantas corporaciones, multinacionales, terratenientes y grupos al margen de la ley puedan acceder a recursos mineros y tierras expropiando extensas zonas por medios violentos y fuera de la ley.
Así, amparándose en preceptos neoliberales de progreso, explotación de los recursos naturales, confianza inversionista y practicando un anticomunismo arraigado como política de Estado en Colombia, se ha estigmatizado a miles de campesinos, líderes sociales, estudiantes, maestros, sindicalistas, tachándolos de “castrochavistas” o “enemigos de la democracia”, trazando una especie de contrainsurgencia social, convirtiendo al país en una enorme fosa común en donde ejércitos privados, guerrillas, bandas criminales y hasta el mismo ejército nacional compiten en nivel de sevicia y crueldad contra la población civil.
Ni hablar del incesante ataque del uribismo y sus áulicos contra los maestros colombianos. La arremetida se viene dando desde lo constitucional, la reforma al SGP hecha por Pastrana y fortalecida por Uribe desfinanció hasta tal punto el sistema educativo que hoy apenas alcanza para pagar nómina y eso que algunas veces deben extraer del dineros del Fonpet (fondo de pensiones de las entidades territoriales) para poder completar salarios, esta es la razón de la pésima infraestructura en la mayoría de instituciones educativas, la brecha digital manifestada durante la pandemia de COVID-19, la brecha rural, la ausencia de dineros para proyectos escolares y por esa misma vía la falta de “calidad” educativa para utilizar conceptos de la lógica neoliberal.
Pero la acometida también es contra la vida, honra y el buen nombre de los maestros, al no existir históricamente una valoración de la profesión docente en el país, el uribismo diestro en manejar el “estado de opinión” ha utilizado habilidosamente las redes sociales y otros medios de comunicación para difamar de todas las formas posibles a los maestros y a su sindicato Fecode imponiendo en la agenda una guerra mediática en contra de los ya subvalorados maestros y maestras, atribuyéndoles la culpa de los malos resultados académicos de los estudiantes y la baja “calidad”, olvidando referenciar de adrede el problema de desfinanciación estructural de la educación del que el mismo uribismo junto con otros partidos tradicionales es responsable, además de no vincular al debate las profundas desigualdades sociales, las violencias de todo género que agobian a las comunidades, la desnutrición de miles de niños y niñas producto de un sistema económico semifeudal que tiene postrados a sus padres y madres. Seguramente niños mejor alimentados, con apoyo desde su casa, con ambientes familiares no violentos tendrían mejores resultados académicos… “es que llegar a estudiar sin un aguapanela con tostada en el estómago es muy difícil profe”, me decía un estudiante hace unos pocos años.
De esta manera se ha formado un imaginario en amplios sectores sociales de que los maestros son vagos, perezosos, acomodados etc. y que Fecode es un sindicato lleno de guerrilleros de las Farc, comunistas, mamertos, buenos para nada que en palabras del mismo Uribe en su nueva propuesta de referendo “monopolizan la educación pública” por lo cual hay que entregarla a los empresarios para volverla “competitiva”, es decir utiliza los mismos argumentos con los cuales acabaron con el ISS (seguro social) en años pasados, entregándoles la salud a las EPS y volviéndola un negocio.
Lo más peligroso de este asunto —y aquí vuelvo al comienzo de mi relato— es que esos señalamientos en redes sociales contra los maestros por sus posiciones políticas, que la gran mayoría de veces apenas evidencian la exigencia del respeto por la vida, la democracia, su buen nombre y recursos económicos para las instituciones escolares (es decir ni siquiera se habla de la toma del poder o de la organización de un partido político), se convierten muchas veces en amenazas, de muerte, sufragios, boleteos, seguimientos y asesinatos. Es decir, el sindicato apenas exige lo que la constitución le encarga al gobierno y por eso es señalado con adjetivos de alto calibre desde un Twitter, que luego desemboca en asesinatos de maestros a lo largo del territorio nacional.
La necropolítica uribista ataca directamente a la escuela pública, condena a los estudiantes a la pobreza, a la falta de oportunidades, a una vida que en muchos casos es indigna y miserable, condena a sus padres a la pobreza, a la informalidad laboral, al rebusque diario, a la explotación por parte de los empresarios, condena a la muerte moral y física a los maestros que osan denunciar las injusticias de un régimen que cada vez desarrolla más características fascistas.
Pero léase bien, lo más preocupante es que un sector no despreciable de maestros es uribista, es decir asume que el uribismo como forma política tiene la razón, extrañamente y a pesar de las evidencias solo irrefutables en Colombia (en el exterior es otra cosa), nos llevan a la conclusión de que Uribe y su legado ha sido nefasto para la construcción de una sociedad en democracia, para la educación como derecho fundamental, para el respeto a la vida, para lograr la paz; estos compañeros se han tragado el cuento de la “seguridad democrática”, despotrican del sindicato, miran por encima del hombro a sus colegas, pero si disfrutan de los logros producto de la lucha sindical en las calles.
Se le acusa al magisterio de “adoctrinador”. Ojalá se pudiera si quiera convencer a algunos de estos compañeros docentes que gracias a Fecode y sus luchas durante décadas ellos tienen estabilidad laboral, primas, vacaciones pagas y un salario medianamente decente, en comparación con el resto de colombianos. Ojalá entendieran que los errores de unos cuantos no pueden servir para descalificar a una organización sindical que se la ha jugado por la educación pública del pueblo colombiano, me atrevo incluso a decir que sin la existencia del sindicato no existiría educación pública en Colombia y/o sus condiciones serían peores. Algunos incluso por redes sociales se deslindan un poco y apenas expresan “no polaricemos”, tenemos que responder que ya estamos polarizados, tomamos posición o el uribismo con todo lo que esa palabra siniestra representa arrasará con los derechos que tenemos como trabajadores —ya en el referendo Uribe propone el congelamiento de la nómina por seis años— e impondrá definitivamente la necropolítica. Ya no existirá la “escuela como territorio de paz” sino la “escuela como territorio de negocios”, y veremos filas inmensas de maestros mendigando su pensión y otros, los más jóvenes, vendiendo su conciencia y su cátedra al mejor postor, el uribato solo dirá: “solo fue cuestión de negocios, no lo tome personal”.