La paz en un día oscuro y lluvioso

La paz en un día oscuro y lluvioso

"No lograremos nada si no dejamos la tonta idea de que esos otros del conflicto no son humanos sino medio monstruos, que no duermen y no sonríen, no aman y no creen"

Por: Juan Santiago Gómez García
noviembre 04, 2020
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La paz en un día oscuro y lluvioso
Foto: Pixabay

Los ministros informan incesantemente al pueblo cuán

difícil es gobernar. Sin los ministros el maíz crecería

hacia dentro de la tierra en lugar de crecer hacia 

afuera.

Ningún pedazo de carbón saldría de la mina si el canciller

no fuera tan sabio. Sin el ministro de propaganda,

ninguna mujer quedaría embarazada...

—La dificultad de gobernar, Bertolt Brecht

El 29 de octubre de 2020, un jueves de esos fríos, húmedos y oscuros, marcado, además, con esa fatídica simetría del año que lo signa, y que, por un conjuro extraño de estas simetrías cronológicas, tal vez es que ha sido tan aciago, tan lleno de días raros, en fin, tan maluco.

El jueves pasó algo así, raro y maluco. Fue un día oscuro y lleno de nubes que se iban muy rápido. Hizo un frío tremendo.

La vecina, doña Julia, me dijo que había visto en las noticias que un ejército extranjero estaba acercándose a la región. Me pareció extremadamente sospechoso lo que me dijo, teniendo en cuenta que para ese mismo día estaba programado el recibimiento a los caminantes por la paz. ¿Planeaba algún ejército extranjero una invasión para el mismo día en que los farianos llegaran a Marinilla en su peregrinación por la paz? No, sé.

Como sea, descartándolo como mero chisme de ancianas de barrio, me despreocupé por la supuesta invasión. Sin embargo, el resto de la tarde tuve visiones de los hunos, de los bárbaros germánicos, de los caribe, de los españoles. No me cupo el disparate.

Por las 5 de la tarde llegaron. El frío cobijó la llegada de los caminantes y los acompañó a todas partes. Un frío no meteorológico, no venía del cielo. Pensé que quizás a toda la gente del pueblo se le olvidó cerrar las neveras y, luego de rebosar de frío las casas, comenzó a escapar por las ventanas y a llenar también las calles. Eso pensé. Ya sé, me quería hacer el loco, no quería ver las cosas como son.

Lo que pasó fue que la desconfianza que mamaron del tetero de los canales oficiales no los ha abandonado en su formación madura, en su ideario de gentes sin la mayoría de edad kantiana suficiente para, de cuando en cuando, mirar por fuera del marco social que creen encontrar en el rectángulo del televisor.

En el ánimo de esa educación tan perniciosa para la comprensión política de nuestro país, las opiniones basadas en el prejuicio crearon una atmósfera de miedo y de rumores malintencionados sobre la achicopalada marcha de los farianos, luchando cuesta arriba contra una tradición de polarización y de odios sectarios, patente sobremanera en este pueblo godo y rancio, donde hasta hace más bien poco la amenaza de un panelazo en la cabeza cundía en cada liberal que entrara a los límites del pueblo.

Algunos de los locales acompañaron la marcha desde la glorieta de Rionegro.

Las camisetas blancas, las banderas blancas, la seriedad de tantos, el cielo gris, y una esperanza grande, con la talla precisa del croquis de Colombia, que también se dejaba ver intentando rescatar del olvido un pacto que hicimos como sociedad hace cuatro años, pero que hemos descubierto ser algo así como rescatar un pedazo de carne entre un montón de perros bravos y hambrientos, una tarea de valor y de abnegación porque, inevitablemente, en dicho rescate se dejará algo de sangre y de piel. Así como la Farc, desde la firma, ha dejado la sangre de más de doscientos excombatientes.

Sí, venía un ejército, tenía razón doña Julia. Pero un ejército sin armas y lejos de ser extranjero. Campesinos, negros, indígenas, colombianos pobres de todos los colores, caminando con unas banderas blancas, ridículas trantándose de escudos para las balas.

Imaginemos cómo sería: quizás podrían empuñar las astas de las banderas y usarlas de garrotes contra las pistolas, o agitarlas muy fuerte esperando confundir la visión de los tiradores.

No olvidaremos la guerra y sus exageraciones tétricas, el paisaje de muertos que ha sido este país, las fosas, las minas, las botas nuevas en cadáveres, las niñas violadas, las pipetas. Pero todo acto de paz, que tanto necesita este pacto de supervivencia, es valorado.

Si del lado fariano, de los que firmaron y lo ratifican marchando y trabajando en sus iniciativas, hubo un cese de hostilidades hace cuatro años; del lado de la población armada de prejuicios, de los funcionarios estúpidos y de la mano firme y tenebrosa del estado no ha habido tal cese.

Un día antes de la llegada de los peregrinos, cuando estaba organizada la concentración, cuando ya se había comprometido a algunos músicos, ya había una tarimita y la voluntad de celebración de la paz estaba dispuesta, la administración municipal de Marinilla concedió la merced de responder a una carta que se le había dirigido hacía una semana.

La respuesta fue parca y goda. Que no.

Como dice en la biblia, vino la desesperación y el rechinar de dientes entre los que impulsaban el recibimiento. No, solo exagero, acostumbrados a recibir mensualmente el fantástico cheque del foro de Sao Paulo, de inmediato gestionaron un sonidito cutre que cuando se fue a usar dejó tirados a varios cantantes; una carpa con la estampa de la administración y el permiso de usar el coliseo para que pernoctaran los caminantes (pernotar, como escribió el secretario de salud de Rionegro en un malicioso comunicado de alerta), y, sin embargo, solo después de que se descubriera que sí había agua en el coliseo —contra lo que sostenía la administración—.

Una marcha sobria y arriada por los oficiales de tránsito a través del parque principal y después al coliseo a organizar el cambuche, hasta donde los acompañó la fauna local.

Hubo musiquita y charla, chicha y baile, hasta las 10 de la noche. Una pequeña alegría en lo que, en palabras de un caminante, había sido el mejor recibimiento que les habían hecho. El mejor...

Desde hace años me acompaña el axioma de Gramsci: pesimismo del pensamiento, optimismo de la voluntad. Ahí estuvimos sosteniendo la chispa de la esperanza, aunque en la mente un duende malo me diga que no habrá paz, que no hay con qué, que a los colombianos les gusta la guerra. Y no habrá paz si no dejamos la tonta idea que aprendimos en la televisión de que esos otros del conflicto no son humanos sino medio monstruos, que no duermen y no sonríen, no aman y no creen; no habrá paz si no nos atrevemos recordar la guerra, pero con sabiduría, no con rencor.

Coda. La guerra en Colombia no es únicamente una cuestión de plomo, les revelo. La violencia política toma avatares como los de este caso, en el que el sabotaje solapado de una administración pública quiso frustrar una acción bonita y valerosa. Humana. Sin embargo, también cobra cuerpo en el ensañamiento mediático y en el repetir la agria letanía de las costumbres políticas que heredamos y nos quedamos odiando por odiar.

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