Mucha animosidad[1] se ha percibido en estos días, en sectores sociales, políticos y hasta judiciales, a buena cuenta del que podríamos denominar el posicionamiento de los jefes de los denominados entes de control o las ‘ías’. Las razones saltan a la vista, como en la canción de la recordada Celia Cruz: ‘Songo le dio a Borondongo, Borondongo le dio a Bernabé, Bernabé le pegó a Muchilanga, le echó a burundanga, les hinchan los pies; Monina’; calculen ustedes el espectáculo. Y miren bien, no creemos que exista razón institucional para tal..., podríamos llamar —califique usted— ¿enfrentamiento? Cuando la norma constitucional habla de la necesaria colaboración de los poderes públicos, y ellos lo son, para alcanzar los fines del Estado.
Y, no existe razón institucional si, y solo si, cada cual, es decir, cada Alto funcionario, como la Institución en general, guarda las cláusulas de competencia, que le son estrictas, taxativas.
Desde luego que en temas de iniciativa legislativa, cada uno posee razones constitucionales y, aún legales, para exponer y exhibir sus predicamentos y dejar que el Congreso decida, por ser el Congreso de la República el llamado a aprobar y, por qué no, a no hacerlo, los temas que están bajo su estudio o consideración, según la cláusula del bien común y, por supuesto, la plataforma ideológica que la mayoría defina, debe ser el norte institucional. Faltaba más que ello no fuera así. Sin embargo, ese posicionamiento no parece ser el origen de la supuesta refriega. En materia de política pública y, dentro de ella, la de justicia, le corresponde al Ejecutivo —presidente y ministro del ramo— su aporte; y, en la configuración de la política criminal otro tanto, pero con la anuencia o colaboración del fiscal general de la Nación. Y, en potencias y funciones a la Procuraduría le corresponde otro tanto; así como debe ocurrir con la Contraloría General de la República que no por fenecer el período de su titular, deba quedarse de espectadora; por el contrario, tiene la obligación de ejercer su función.
En cuanto al proceso de diálogo o conversaciones de paz —llámese como se quiera—, ¡Cristo Señor!, como dicen en mi tierra, ¡qué animosidad!; unos predican el derecho penal mínimo; otros, con el báculo de la impunidad ponen en gran dificultad lo que supuestamente se discute en La Habana —digo supuestamente, pues la noticia es mínima ya que, recordarán ustedes que, como lo ordena el ánimo presidencial: ‘nada está acordado, hasta que todo esté acordado’—. Y, si ello es posicionamiento, que no lo creo, la razón de los requiebros no parece estar en nada diferente a la razón fundante de los estándares internacionales y el derecho de las víctimas. Entonces, ¿cuál pues el ‘entusiasmo’?
Así visto el panorama, la sociedad, los comentaristas, hasta la Academia, insisto, espera que tal posicionamiento no tenga por finalidad el mero logro personal, la vanidad para el convertirse en interlocutor válido y casi exclusivo de alguna imaginaria contraparte o, el lujo personal. Debemos reflexionar, a eso aspira la institucionalidad, su estabilidad y el buen propósito estatal.
En verdad, los supuestos contendientes que, no creo que lo sean, según la sensación de los espectadores, es decir, nosotros, no pueden imponer la agenda nacional, pues ella le pertenece al presidente de la República, especialmente en tales temas y, por supuesto, del Congreso Nacional; instituciones que poseen el origen popular y, que acudiendo a los mecanismos democráticos, hicieron que la ciudadanía en un todo votara, escogiera una agenda o mandato. Que el Control, controle sin vanidad; que el Gobierno, gobierne con liderazgo y, que el Congreso realice sus tareas, una de ellas, la de alcanzarla paz que tanto reclama la sociedad.
Entretanto, no pase lo que siempre ocurre, que mientras van y vienen las disputas, la corrupción siga en frenético camino y, como la esposa de Lot, el establecimiento quede por una pesquisa, un avatar, convertido en un bloque de sal[2]; allí sí, como sentenciaba el maestro Darío Echandía: ¿El poder para qué? Es la diferencia entre los Pesos y Contrapesos en el Uso del Poder y el vanidoso ‘posicionamiento’.
[1](Del lat. animosĭtas, -ātis). 1. f. ánimo (‖ valor, esfuerzo). 2. f. Aversión, ojeriza, hostilidad. R. A. E. derechos reservados. http://lema.rae.es/drae/?val=animosidad [2]‘26 Y como la mujer de Lot miró hacia atrás, quedó convertida en una columna de sal’. http://www.bibliacatolica.com.ar/genesis-19.html