Si Andrés Caicedo viviera hoy escribiría unos largos y bellos mensajes hilos de Wasap. Serían perfectos, como sus cartas. No podía escribir una línea sin pensar en la forma, en la emoción, en las imágenes. Esa conciencia le permitió escribir, entre 1971 y 1977, 198 cartas a sus amigos, a críticos de cine en Perú y España, a su mamá, a sus tres hermanas, donde plasmó, a conciencia, lo que si, se miran en conjunto sería una una de las autobiografías más audaces y sinceras que joven en el mundo haya escrito jamás.
El látigo de la censura cayó sobre su obra más personal y durante décadas, como uno de esos vampiros que tanto lo fascinaban, dormían a salvo de las polillas en uno de los baúles que don Carlos Caicedo guardaba en su casa de Ciudad Jardín, al sur de Cali, un mamotreto de cartas y críticas de cine. En 1999, después de años de curaduría, Sandro Romero y Luis Ospina, con la autorización del papá del escritor, publican estas críticas en Ojo al Cine. Las cartas tuvieron que esperar unos años más.
Después de una larga lucha y enfrentando la censura de sus dos hermanas mayores, la menor y más cercana Rosario, emprendió una cruzada cuyo fruto son los dos tomos que la Editorial Seix Barral publicó en agosto del 2020, año de la peste, año en donde desde el encierro la gente volvió a la sana costumbre de escribir mails desahogando su desdicha, la depresión que sólo puede causar el encierro.
En este diálogo Rosario Caicedo narra una historia no contada de la lucha, al interior de la propia familia, para que las cartas finalmente vieran la luz pero también la importancia de éstas en la obra literaria de Andrés Caicedo.