En un país de rezanderos como Colombia, Alfonso López Trujillo era un rock star. Nacido en Villahermosa, Tolima, fue ordenado sacerdote por la Arquidiócesis de Bogotá en 1960. Diecinueve años después fue nombrado por el papa Juan Pablo II como cardenal. Se convirtió, a sus 43 años, en el purpurado más joven del mundo. En 1987 presidió la Conferencia Episcopal. Sin embargo, el gran salto de su carrera lo daría tres años después cuando Juan Pablo II lo nombró cabeza del Consejo Pontificio para la Familia en la Santa Sede. En su posición se caracterizó por una postura extremadamente conservadora que compartía con George Pell, el arzobispo de Molbourne que, en este momento, ya convertido en el Tesorero del Vaticano y en uno de los hombres indispensables para el Papa Francisco, está acusado de haber cometido delitos sexuales con niños entre los años 1976-1987.
No había un cardenal que odiara más a los homosexuales que López Trujillo. Solo algo le molestaba por encima del amor entre dos hombres: el uso del condón. El colombiano fue uno de los culpables directos de que el sida se esparciera por el África como una plaga de langostas durante la década de los ochenta. Compartía cada palabra de Juan Pablo II sobre el sexo con protección. En sus sermones hablaba orgulloso sobre ese banquete de la vida que era la sobrepoblación en el continente más pobre y con más infectados de VIH. Desde la peste negra no ha habido enfermedad más terrible que esta. Wojtyla y el cardenal colombiano tienen bastante culpa de la muerte de 37 millones de personas en todo el mundo por su peligroso y retrógrado discurso.
Como tantos homofóbicos colombianos, de dientes para afuera aborrecía a los sodomitas. Sin embargo era un gay desaforado, insaciable. En su investigación Sodoma, el sociólogo francés Frederic Martel denuncia su doble moral. El prelado aseveraba que la homosexualidad era un pecado mortal. Hablaba de terapias de reparación para gais, como si fuera una enfermedad. Lo paradójico es que según Martel era “un homosexual tremendamente activo que abusaba de prostitutas y seminaristas”. A pesar de que la iglesia colombiana condenó estas afirmaciones, sobre Martel no pesa ninguna demanda. Su investigación está soportada en testimonios de primera mano y documentos.
López Trujillo y sus aliados en el Vaticano, entre los que se contaba Pell, realizaron críticas feroces contra todo lo que sonara a progresismo: la clonación, el aborto, la planificación. Sobre las discusiones a favor del aborto dijo que hacían parte de una “cultura de la muerte”. En 2006, después de que la Corte Constitucional le dio vía libre al aborto en tres situaciones específicas, recordó desde Roma que hasta a los médicos les caería la maldición de la excomunión automáticamente.
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Cada vez que se bajaba de uno de sus autos de alta gama les ordenaba a los seminaristas que estaban a su servicio poner una alfombra roja como si fuera un príncipe
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En Medellín era adorado por todo el mundo. Aún hoy es tratado como un santo. Sin embargo, era un hombre que vivía en la más descarada opulencia. Cada vez que se bajaba de uno de sus autos de alta gama les ordenaba a los seminaristas que estaban a su servicio poner una alfombra roja como si fuera un príncipe. De manera teatral ponía primero su pierna derecha para que todos lo vieran, como si fuera la mismísima Reina Isabel. Todos estaban obligados a besar su anillo de cardenal. El incienso debería rodearlo como si fuera una reliquia sagrada.
Los rumores que se dejan escurrir sobre él son terribles. Martel en su investigación habla de su cercanía a Pablo Escobar y la entrega de nombres de sacerdotes cercanos a la Teología de Liberación a grupos paramilitares. Lo que si está fuera de cualquier discusión y duda era su fanático anticomunismo. López Trujillo y Bergoglio no eran amigos. Si hoy viviera estaría del lado de cardenales como Raymond Burke, el norteamericano encubridor de pedófilos que le hace la guerra al papa Francisco. En su tumba en Medellín, enrejada según Martel para que no la profanen, se escuchará de ahora en adelante un ruido. Desde la eternidad de los hipócritas le llegará el rumor de que un papa verdaderamente santo afirmó que no solo no era pecado ser homosexual sino que también podían casarse.
En la historia su nombre solo será un rumor.