Este nuevo mundo, gracias a la interconexión que permiten las redes de información, vive en exagerado movimiento. Inmediatez, es preciso acotar. Los datos se mueven por el ciberespacio segundo a segundo (o milésima por milésima de segundo) y pasan de persona a persona sin un punto de llegada en particular. Todo se hace muy rápido y todo pasa muy rápido.
En comparación, resulta apropiado el planteamiento de Orozco (2015), al comentar que “el cansancio satura nuestra época, así como otros males eran propios de otras épocas. Si antes se habló de los virus y estaba en boga hablar de vacunas, hoy hablamos del cansancio” (p.170). La sociedad que ahora se traslada al ciberespacio, un lugar con muchas potencialidades, es la sociedad que se agota con más facilidad. ¡Claro que del mundo virtual/digital resultan oportunidades enriquecedoras para el ser humano!, pero, al parecer y como todo en la vida, requiere de un pago, y no monetario (aunque el dinero también se esté transformando en códigos binarios).
El ciberespacio configura nuevas complejidades en las realidades físicas y en las digitales. Mientras que se discrimina en gran porcentaje el ocio y la pereza que genera el internet y todo lo que esto comprende, se ignora el sobre-trabajo que ello establece. Y con trabajo se hace referencia a todos los procesos físicos y neuronales que el cuerpo humano sufre, no solo al campo laboral.
Las redes sociales y el internet engendran dinámicas sociales provechosas para la humanidad, no hay que negarlo, pero sus connotaciones negativas son las que nos preocupan en esta ocasión. Así, retomando argumentos anteriores, la absorción de la humanidad por parte de estos nuevos espacios de interacción y saberes, y el condicionamiento que impone en los sujetos, es de lo que ahora debe hablarse.
Cierto es que el ciberespacio ha moldeado una sociedad del espectáculo, con contenidos banales e inútiles, al igual que contiene inmensas facultades para una sociedad más democrática en saberes y oportunidades. Irónicamente, la saturación de estas facultades le dan un vuelco peyorativo a lo que se pensaba como servible. Gracias al internet todo el mundo quiere estar en todo y saber de todo, lo que al final, como paradoja, no los deja estar en todo ni saber de todo.
No hay que irse muy lejos. En la actualidad, debido a la pandemia por el COVID-19 (hecho histórico ya) han surgido consecuencias que son, en efecto, un exceso de ofertas en el mundo virtual/digital para todos los temas y todas las áreas que los individuos quieren aprovechar en mayor medida. Para ilustrar, María de Jesús, una ama de casa de antaño, cuenta que sus hijos trabajan a través de plataformas digitales en la actualidad, y lo que creyó un beneficio terminó en un martirio autoimpuesto:
Mis hijos veían que por esas páginas les ofrecían cursos, talleres, otros empleos y muchas cosas; y ellos le decían sí a todo. Creían que eso los iba a beneficiar y por eso se les metió en la cabeza que debían aprovechar el tiempo que estuvieran en la casa para hacer otras cosas productivas, pero eso solo los agotó. Ahorita están enfermos por el cansancio y enfermos porque no pueden hacer más (M. Rodríguez, comunicación personal, 10 de octubre de 2020).
Este argumento, encaja con lo planteado por Orozco, al comentar:
Cada vez hay menos sometimiento del tipo amo-esclavo en el que la lucha por el reconocimiento implicaba que el esclavo deseaba ser visto por el amo, y por eso se esforzaba buscando en el otro-amo la mirada gratificante que correspondiera al esfuerzo. Por eso [ahora] uno es amo y esclavo de sí mismo. Uno se impone las tareas, las demandas excesivas, las metas inalcanzables (2015, p.171).
Así pues, la cantidad de estímulos que afectan nuestra vida es casi infinita. La humanidad está pasando por un hiperconsumo de información que la asfixia. Los sujetos se agobian, se sumen en ansiedades. Todos quieren rendir, ser destacados, ser virales en el ciberespacio. Quieren conseguir la vida del otro, y al no lograrlo se deprimen. El internet y las redes sociales son cómplices de este cansancio generalizado. Las situaciones pasan tan rápido que queda corta la banalidad.
La información intoxica a la sociedad actual, e, irónicamente, se está convirtiendo en su nuevo dinero. Un dinero que todos quieren y pocos obtienen. Por ello, cada individuo se obliga a conseguirlo, y se aburre en el intento al no lograrlo, para después enfermarse y engendrar un nuevo problema, porque no hay tiempo de hacer catarsis. Como dijo Orozco (2015), el sujeto actual sufre una atención superficial y amplia. Ya no hay tiempo para asimilar, para detallar, para contemplar. La vida humana se configura a partir de incesantes actividades que, al final, no dejan vivir; se configura una formación de intelectos y una destrucción de bienestares. Ahora, el sujeto se está convirtiendo en un dementor contra sí mismo y todo lo “nuevo” acelera el proceso.