Donald Trump tiene en su haber varias quiebras económicas —reales o fraudulentas— que ha sorteado con relativo éxito, no tanto gracias a su habilidad en los negocios, como sí a su agudo instinto para tergiversar sus estados financieros y acomodarlos para su propio beneficio. Tanto es así que, de acuerdo con el Servicio de Recaudación de Impuestos IRS, en los últimos 10 años no registra ningún pago de impuestos por ingresos, y en su primer año como presidente pagó solo 750 dólares en impuestos federales. Según el New York Times, sus finanzas no pasan por un buen momento, se ha visto obligado a adquirir compromisos por millones de dólares que se ha comprometido a pagar personalmente, y sin lugar a dudas afectarán seriamente su patrimonio.
Es probable que Trump, tenga que adicionar a su racha de malos negocios, el haber aspirado a la presidencia de los Estados Unidos. En solo tres años, la fortuna de Donald Trump ha disminuido en US$1.100 millones de dólares. Según Forbes, desde que se trasladó de su Trump Tower en Manhattan a la Casa Blanca, ha caído 64 puestos, pero lo más inquietante para él está por llegar, continúe o no en la presidencia, las investigaciones que tendrá que afrontar de la oficina de impuestos le deben de estar quitando el sueño. Si algo que por convicción los norteamericanos no perdonan es el engaño al tesoro público. Recordemos que fue la evasión de impuestos lo que al final llevó a Al Capone a pagar 11 años de cárcel en la prisión de Alcatraz y un fallo que estaría próximo a darse sobre una reclamación de reembolso de 73 millones de dólares, le caería como un baldado de agua fría.
Su campaña presidencial está haciendo agua por los cuatro costados. En su arrogancia y soberbia, Trump se niega a escuchar los consejos de sus asesores cuando le piden que suavice su alocución contra las mujeres y las personas mayores que tienen un gran poder de convocatoria en las urnas de votación. Su discurso guerrerista y desafiante solo ha exaltado los ánimos de los grupos de ultraderecha y de los grupos de supremacía blanca como el KKK que han encontrado en él la reencarnación de un símbolo vetusto que la sociedad Norteamérica con dolor y culpa ha dejado ya atrás. Su perorata racista aviva el odio contra los inmigrantes y contra los hispanos, pero con tal de conseguir los votos de ultraderecha colombianos en La Florida llama a Álvaro Uribe héroe y se regodea con el apoyo que de manera irresponsable y peligrosa le brinda el gobierno de Iván Duque. Incrementa las sanciones económicas contra Cuba y Venezuela para ganar sus votos sin importar que esas sanciones lo único que han conseguido es deteriorar aún más la vida de sus ciudadanos.
Donald Trump ha pisoteado y despreciado todas las reglas éticas y decorosas que la democracia norteamericana ha atesorado a lo largo de su historia. Con el receso en la economía, un alto desempleo, 7 millones de infectados por COVID-19 y 220.000 muertos es hora de que toda esa sociedad heroica que ha fabricado Hollywood convalide ante al mundo que los valores democráticos de los que tanto hacen gala no se quedan solamente en el celuloide.
