Él promovió, impulsó y materializó una serie de obras que le cambiaron para siempre el horizonte a esta cabecera del Bajo Cauca antioqueño, sin olvidar el gran trabajo y la semilla que sembraron con responsabilidad y denuedo sus antecesores Gumercindo Flórez Mendoza, Luis Manuel Galván Herazo y Héctor Darío Velasco Vargas.
Ahora, cuatro años, diez meses y diecisiete días después de haber dejado su cargo, esta cabecera municipal comenzó a hacer agua por los cuatro costados y se sumió en una parálisis y en el más profundo de sus letargos, como resultado, primero, de una administración que se hizo elegir bajo la sombra de un nombre etéreo, que todo lo parecía contener, y que en su período apenas quedó un aviso de revista: la transformación social; y segundo, de una que comenzó con el ímpetu del recién llegado, de la escoba nueva barre bien, pero que hasta ahora es apenas la caricatura —el meme, dicen los más jóvenes— de un alcalde que hace rondas nocturnas con una canasta de huevos en sus manos.
Echeverri Avendaño, como le dicen algunos que lo recuerdan en la escuela de varones de Pueblo Nuevo, bajo el patrocinio y la beneficencia de la entonces compañía Mineros de Antioquia, le propuso a sus electores un proyecto de gobierno resumido en una frase que hizo renacer las esperanzas a una comunidad que daba la sensación de haber olvidado de qué estaba hecha: “De palabra, gestión y hechos, de la mano con el pueblo”, y con ella comenzó a gobernar en la segunda década, sin darse cuenta, quizá, de que a veces no es lo que uno le propone a la vida, sino lo que ella lo obliga a ejercer a cada uno de nosotros.
Y cuando apenas sus recién posesionados funcionarios comenzaban a darle las primeras puntadas al Plan de Desarrollo 2012-2015, fueron sorprendidos por una invasión de más de 300 familias que ocuparon tierras de propiedad de los particulares Fredy Galván, Luis Alfredo Beleño y Arnoldo Echavarría, como si fuera una continuación del ADN de los primeros pobladores que llegaron a este sitio por allá por los primeros años del siglo XX.
Era viernes 13 de enero y para entonces no había tiempo para darle largas a un asunto que reclamó la mayor atención y por eso fue considerado, años después, como la prueba ácida puesta a la administración por la que en principio nadie daba un peso por sus logros, pues si bien El Bagre se ha comportado como un pueblo aguantador y pacífico, nada extraordinario se podía esperar de un joven venido del sector del comercio, pero que fue de allí de obtuvo sus primeras herramientas para enfrentar este y otros asuntos espinosos a lo largo de su cuatrienio, recuerda hoy más tranquilo y seguido por unas notas lejanas del Binomio de Oro en sus años más floridos.
Fue con el derecho en una mano y en la otra el poder de disuasión del Esmad, como se arreglaron aquellas cargas que le dieron vida a uno de los barrios organizados que llevan el nombre de Villa Echeverri, así como pudo sortear un par de incursiones en otros terrenos sin que se hubiera producido algún hecho que lamentar. Logró convencer a los moradores de esas tierras que, primero, había que respetar la propiedad privada, y, de otro lado, el de construir comunidad en donde todos se rigieran por las mismas leyes y se trazaron las vías y se dejaron escritos los compromisos y el resto es historia patria.
Sin embargo lo que hoy resalta de su gobierno es que se había fijado como una meta que a El Bagre lo sacaran de la lista roja de los pueblos violentos, aguijoneados por el estigma que dejaban los ataques guerrilleros, que a muchos los llevó a negar como su tierra natal el nombre de aquel pueblo que surgió del interés de unos aventureros que se inventaron un caserío alrededor de los campamentos de la Pato Consolidated Gold Dredging Ltde, por allá por los años de upa de 1935. No se trataba, dijo alguna vez a un medio nacional, de esconder nuestras miserias, sino la de rescatar los esfuerzos que hacemos los bagreños por encontrar nuestro propio sitio en la historia y para eso teníamos al fútbol y otros deportes que fueron la insignia y la bandera izada en otros escenarios y la música y el baile, porque pueblo que baila no es violento, que se ganó la mirada del gobierno de Antioquia y de Colombia, que irrigaron cuantiosos recursos para levantar muchas obras que a la fecha le sirven al ciudadano para verse en ellas y recobrar su identidad.
“Esa era mi obsesión”, repite y agrega que cada vez que tenía la oportunidad de salir del país le recalcaba a quien quisiera oírle que provenía de un pueblo minero cuyos habitantes comparten de manera tranquila un territorio y eso lo impulsó a organizar más de 80 visitas a las veredas, a darles ánimos a los empresarios del campo para que sacaran a la venta sus productos en los mercados campesinos y activar el programa El Alcalde en la Comunidad y mantener al aire su programa de radio, que no era otra cosa que una rendición de cuentas semanal, y hacer todo lo posible por mantener en servicio las vías hacia las veredas, sin abandonar las exigencias de los más de 45 mil habitantes de la cabecera.
Hoy, con aquellas experiencias que carga en su morral, como las del paro armado de noviembre del 2013, cuando las Farc ocuparon de hecho el corregimiento de Puerto Claver, haciendo que más de 160 familias se desplazaran hasta el centro poblado y cuyo drama lo supo expresar a su manera el entonces personero municipal, José Gabriel Navarro Ramírez, quien le dijo a la periodista de El Tiempo, Paola Morales Escobar, que “desde el 31 de octubre no ha habido un momento de tranquilidad para los ciudadanos de este corregimiento y a pesar de esto, ni el gobierno departamental ni el nacional se han pronunciado”. Y para fortuna de todos, el lío aquel fue resuelto sin necesidad de poner más víctimas a nuestro complejo panorama social.
No sin muchas controversias, todas ellas alentadas por la mejor buena voluntad de parte de quienes las estimulan, El Bagre debería aprovechar estos 40 años de vida municipal, pues si bien la Ordenanza que erigió como tal fue aprobada el 30 de octubre de aquel año de 1979, y sancionada por el entonces gobernador Rodrigo Uribe Echavarria, conservador para más señas, fue el primero de enero de 1980 cuando se pudo calzar sus zapatos de material, ponerse sus pantalones largos con correa, encajonarse su camisa blanca enderezada a punta de almidón, y con los porros de siempre, que celebramos lo que en principio pensamos que era una bendición para todos.
Por eso, antes de despedirnos le hice la pregunta: ¿a qué se debe ese letargo en su pueblo? Y su respuesta es aún más enigmática cuando me dice: porque los que se hacen elegir se olvidan de gobernar.