Como por casualidad, hubo dos noticias que coincidieron en una misma semana y que pusieron a hablar a todo el mundo del tema de la Verdad. Por un lado se dio el retorno a Colombia, después de años de extraditado, de Jorge 40 y, por el otro, los exjefes de las Farc aparecieron con el baldado de agua helada de que fueron ellos quienes asesinaron a Álvaro Gómez.
En ambos casos, la palabra más traída a colación ha sido la palabra Verdad.
Que la Verdad como derecho de las víctimas, que la Verdad como compromiso de la paz, que la Verdad como requisito para la No Repetición, que hay que ir a la Comisión de la Verdad, que hay que ir a la JEP como sede de la Justicia Transicional que es la justicia de la Verdad.
Ya está dando la impresión de que toda esta grandilocuencia tiende a quedar reducida, una vez más, a mera y vana palabrería.
Algo parecido nos ha venido pasando con la palabra Paz. Qué interesante resultaría que las nuevas generaciones indagaran por la importancia política y el significado social de la Paz en las décadas de los ochentas y los noventas.
La Paz era una bandera nacional que superaba las fronteras de los partidos. Independientemente de las contradicciones que existieran entre los políticos, tanto ellos como las fuerzas económicas y sociales, de todas las regiones, hacían hasta lo imposible por construir consensos básicos en torno a ella.
La muestra más clara de lo que pasó fue la práctica unanimidad social y política que se forjó para acompañar el proceso de paz con el M-19.
Con el paso de los años, a la palabra Paz se la ha venido manoseando tanto que su significado y su valor han llegado a deteriorarse en gran medida en el lenguaje cotidiano.
Algo parecido ha venido ocurriendo con la Verdad.
Aunque la búsqueda de verdades en todas las áreas de la vida individual y colectiva es una conducta asumida desde hace siglos por la humanidad, pareciera que la entronización de la Justicia Transicional como nueva religión de la paz ha exigido un relanzamiento de la Verdad (así, con mayúscula) como si ella constituyera una institución nueva, un nuevo hallazgo en la historia. Se trata, más que de una nueva Verdad, de un nuevo empaque de la Verdad, más “moral”, más “pacifista”, más “progresista”, más “legitimador”.
El espectáculo de la última semana ha sido memorable, por decir lo menos.
En una esquina vemos a quienes más han recalcado el carácter de asesinos y violadores de las Farc, empeñados ahora en que no les cabe en la cabeza que hayan sido las Farc quienes pudieran asesinar a Álvaro Gómez. Sencillamente porque esa verdad no les cuadra con sus intereses y sus contiendas del presente.
Y en la otra esquina vemos a quienes más han recalcado el carácter de asesinos y violadores de los paramilitares, empeñados ahora en invitarlos como a sus “nuevos mejores amigos” a que compartan su “Verdad” y sus beneficios de la JEP, eso sí, bajo la condición de que señalen e incriminen a su obsesión política, el expresidente Álvaro Uribe.
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A los dirigentes políticos de hoy no les interesa la verdad como fundamento para la paz sino la verdad como arma de guerra política para saciar pasiones e intereses del presente
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Lo que queda demostrado es que a la dirigencia política colombiana le importa un pito la verdad. Tanto a unos como a otros lo que les interesa es que la Verdad venga siempre y cuando llegue a sustentar sus obsesiones y sus estrategias de poder, vanidades y odios.
Por eso nunca hemos podido construir como nación una mínima versión de nuestra historia; porque los odios y la irracionalidad con que se han adelantado las broncas partidistas lo han impedido. Cada día está más claro que resulta imposible construir una verdad histórica en medio de una polarización tan demencial como la que vivimos.
La única verdad que está clara es que a los dirigentes políticos de hoy no les interesa la verdad como un fundamento para la paz sino la verdad como un arma de guerra política para saciar las pasiones y los intereses del presente.
Ya se ve que comienzan a aparecer los cazadores de “verdades” con qué decapitar a eventuales competidores de las próximas elecciones, en detrimento, claro está, del viejo anhelo nacional de construir una Verdad Histórica que nos reunifique como nación.