Las mujeres no nacen para ser prostitutas

Las mujeres no nacen para ser prostitutas

"No abolir esta práctica y seguir normalizándola es la vil muestra de lo decante que puede llegar a ser nuestra retrógrada democracia"

Por: Yeferson Estiven Berbesi Palencia
octubre 08, 2020
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Las mujeres no nacen para ser prostitutas
Foto: Tomas Castelazo - CC BY-SA 4.0

La prostitución hace parte del conglomerado de profesiones más antiguas y que aún siguen vigentes. De hecho, con el pasar del tiempo ha ido tenido mayor posicionamiento en la sociedad, a tal punto de ser normalizada y reconocida por los gobiernos como una profesión moralmente aceptable de ejercer y digna como cualquier otra.

¿Realmente las mujeres deciden ser rameras por gusto, mas no por una condición de vulnerabilidad? Este tema es uno de los más generadores de discrepancia en la sociedad, pero no cabe la menor duda de que se incursiona en este marginal mundo ante la agobiante necesidad de querer salir adelante y superar las precarias necesidades (derivadas de la falta de oportunidades laborales por parte de los gobiernos patriarcales).

El cuerpo de la mujer no debe ser reconocido como una mercancía que satisface necesidades sexuales a cambio de una miserable remuneración por parte del varón que se encuentra en posición de superioridad (por ser quien paga por el servicio) y que cree tener el derecho de propiedad sobre súbdita; que está sujeta al cumplimiento de sus abominables perversiones sexuales sin poder inmutarse ante la repugnancia que este cause en ella, ni el dolor que padezca a causa de las incesantes y bruscas penetraciones que terminan por desgarrar sus partes íntimas al estar sometidas a penes de colosal tamaño.

Las trabajadoras sexuales también están latentes a padecer de severas infecciones bucales, vaginales y anales; acompañadas de enfermedades venéreas que terminan por destrozar sus vidas más de lo que ya estaban. Esto es una “profesión” que deshumaniza a la persona: pierden su dignidad ante la sociedad, viven al acecho de la estigmatización y son tratadas como un reprochable objeto, lo cual conlleva a inferiorizarlas a tal punto de padecer trastornos psicológicos (los cuales intentan sanar a través del consumo de drogas licitas e ilícitas para así solventar el dolor emocional que cada vez carcome su alma).

También están expuestas a las agresiones físicas y verbales, a la privación de su libertad y la explotación laboral por parte de los empresarios del sexo; eufemismo empleado por quienes se enriquecen con el tráfico de mujeres y la venta de las mismas. Ellas cada vez están más sometidas al empobrecimiento por parte del proxeneta quien constantemente está luchando por normalizar una profesión moralmente inaceptable de la cual se desprenden cantidad de actividades criminales que solo conllevan a seguir destruyendo el tejido social de las naciones.

¿Realmente es digno y aceptable que nuestras hijas, hermanas, madres estén sometidas a ser penetradas de diferentes formas por un grupo de varones?, ¿que deban tragarse la esperma de alguien que nunca antes en su vida habían visto?, ¿que tengan que estar dispuestas a cumplir con los fetiches sexuales de los parafílicos? ¿En serio debemos seguir normalizando semejantes vejámenes?, ¿qué clase de humano puede llegar a disfrutar de estas prácticas tan degradantes y sentirse en su total plenitud?

Sin lugar a dudas, la prostitución está arraigada a delincuencia organizada. Por lo tanto, deja millones de dólares en ganancias anualmente a los gobiernos por encima de cualquier otro negocio. Hay intereses políticos y económicos en juego y para qué disipar un lucrativo negocio que capitalizó, privatizó y caracterizó al cuerpo de la mujer como máquina reproductora de dinero, donde el enriquecido es un tercero y no el causante de la producción de determinada riqueza.

Acá es preciso señalar que en siglos pasados el asesinar era igual de normal y aceptable como violar hasta que se logró abolir por lo inhumano que resultaba. Esto quiere decir que como no hay una importancia gubernamental por prohibir determinadas prácticas que van en contra de la propia definición de lo que es el ser humano, por ende, las actividades infrahumanas como el sicariato, la pedofilia, la pornografía infantil y la explotación laboral infantil se deberían de regular y normalizar. Dichas actividades aportan colosales sumas de ganancias al producto interno bruto de las naciones y al fin y al cabo es lo único que les importa a los gobiernos. No abolir la prostitución y seguir normalizándola es la vil muestra de lo decante que puede llegar a ser nuestra retrógrada democracia, que no se inmuta por querer legislar para mejorar la condición de vida de dicha población.

Hay entidades gubernamentales interesadas y comprometidas por velar de forma superficial a que se les respeten los derechos laborales a las trabajadoras sexuales y que gocen de las mismas garantías como cualquier otro trabajador siempre y cuando la prostitución sea ejercida desde la legalidad. Pero esto tiene un trasfondo oscuro y es que la mayor parte de estas mujeres son analfabetas funcionales, víctimas de un estado opresor y la guerra.

En consecuencia, constantemente los empleadores vulneran sus derechos y no les reconocen la seguridad social como lo exige la ley y son desechadas cuando ellos creen que es necesario. Quedan desamparadas a la deriva de que el destino le corra con suerte o están propensas a tener conflictos que terminan privándolas del derecho a la vida por parte de colegas debido a que los territorios ya están monopolizados y la envidia predomina por encima de la empatía o la solidaridad. ¿Acaso quién les reconocerá los riesgos laborales?, ¿podrán pensionarse de putas y cargar por el resto de sus vidas con el martirio de los amargos recuerdos que pesan más que el hambre?

Por consiguiente, es imprescindible reconocer la importancia de la educación como un ente mitigador de las prácticas inhumanas que conlleva a destruir moralmente la vida de miles de mujeres que deciden incursionar en este infernal mundo ante la carencia de oportunidades. Acaso la mujer es puta por naturaleza, dispuesta a satisfacer las necesidades del varón cuando sea que este las quiera a pesar de que vaya en contra de la voluntad de quien ha sido convertida en mercancía. Las mujeres creen que llamarlas puta es despectivo, porque las separa de la sociedad, sienten pena de lo que hacen y no hay un orgullo por alardear, por eso apelan a seudónimos que le dan la más mínima de la dignificación a lo que por necesidad le tocó ejercer.

Si en los colegios existieran materias obligatorias que enseñaran sobre sexualidad responsable y la importancia del rol que cumple la mujer dentro de la sociedad no tendríamos que padecer por presenciar estas fatídicas prácticas tan codiciadas por los hombres que solo conllevan a pordebajear al sexo femenino. ¿Acaso no es digno reconocerlas como sujetos de derecho?, ¿acaso tenemos la moral y la autoridad de cohibirles a gozar de felicidad y de una familia?, ¿a que se sientan amadas y protegidas? Esto es inadmisible y por lo tanto el hombre es el único culpable de que la prostitución sea una realidad inherente a las perversiones humanas ante falta de cultura que terminó por convertirlos en seres desalmados e innegablemente machistas.

Para concluir, la prostitución es una fábrica de sufrimiento, desolación y dolor. Allí no existe la compresión, mucho menos el amor, la empatía, los abrazos, las caricias y el gusto reciproco. Además, no se hace el amor, el sexo es brusco y es la representación de la violencia por parte del varón. Simplemente es una distopía no lejana a las realidades sociales que tendrán que seguir padeciendo las naciones como únicas promotoras de las desgracias ajenas, siempre y cuando el dinero siga teniendo mayor importancia por encima de la vida humana.

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