El crimen de Álvaro Gómez confesado por las Farc significó no solo segar la vida de un anciano sabio y necesario, y del estadista más representativo de la derecha y coautor de la constitución de 1991, sino haber condenado al país al régimen más corrupto de la historia desde ese momento hasta el presente.
Muerto Gómez Hurtado, el país perdió a un luchador y símbolo de la ética y la moral pública, además de un líder indiscutible que el país exige para un momento histórico donde se ha caído tan hondo y donde paradójicamente un alumno del claustro que fundó es el presidente, en representación de ese régimen corrupto que él tanto combatió. Qué ironías tiene la historia.
De otra parte, esta confesión no significa que se borre de la historia el patrocinio del narcotráfico a la elección del expresidente Ernesto Samper. Son dos hechos distintos que deben diferenciarse y que no pueden interpretarse como un perdón y olvido del culmen del narcotráfico en la historia del país que eligió a un presidente.
Ahora solo resta saber la confesión de los crímenes cometidos por el narcoparamilitarismo y sus aliados, que frustraron al país de importantes líderes que descollaban en su momento como alternativa política, para que la historia quede completa.