Cuando tenía doce años Mabel Lara tuvo conciencia del racismo. Estaba en el Unicentro de Cali con su hermana María Fernanda y su papá, Javier Lara. Él es alto, de pelo rubio y ojos azules. Una mujer pasó por su lado y le preguntó “señor ¿las niñas son adoptadas?”. Él le respondió que no, “esta negrita churrumina azul es mi hija”. Cuando llegó a su casa se sintió muy mal. Acababan de llegar de Puerto Tejada, el pueblo del Cauca donde nació el 17 de agosto de 1980. En ese lugar todos tenían su color de piel, no había diferencias, pero en Cali la diversidad era una constante que se veía en cada esquina. La respuesta de su mamá, una orgullosa afro del Pacífico colombiano llamada Hilda Dinas fue regalarle un libro llamado Historia de Negro en Colombia. “Tu tienes dos opciones, o que te digan mulata o considerarte negra” A su hermana María Fernanda el tema étnico le tiene sin cuidado, pero a Mabel le importa y lo lleva con orgullo. Desde entonces ha intentado convertir su color de piel en una ventaja.
Recién se graduó de la Universidad del Valle se puso a trabajar en Telepacífico en un programa que marcaría su vida, llamada Nuestra Herencia en donde se sumergió en la música de Nariño, Cauca y Chocó. Admiradora de Toña la negra, viene de una tradición materna de cantantes poderosas. Ella solo canta en la ducha, pero si hubiera educado la voz, la misma que la ha convertido en un sello de la radio nacional, seguramente hubiéramos tenido una cantante de primer nivel.
En Nuestra Herencia no solo conoció al amor de su vida, el productor Cesar Galvis, de quien se enamoró después de sostener una larga amistad cuyo hielo se rompió después de que él le soltara de manera intempestiva -y caleñísima- una tarde antes de entrar a cine “Ve, vos me gustás”, sino que ahí, desde Cali, se le abrieron las puertas de Bogotá.
En el 2005 Mauricio Gómez, hijo del líder conservador Álvaro Gómez Hurtado, visitó Cali para una exposición de su obra. Además de periodista Gómez es pintor. La vio y se quedó sorprendido “¿por qué no estás trabajando en Bogotá?” le preguntó en seco. La convenció para que se dejara hacer unas imágenes y él las mostraría en la capital. Pasó un año y el teléfono nunca sonó. Un miércoles de comienzos de febrero del 2006 llamó de nuevo Mauricio Gómez, estaba trabajando en las directivas de Caracol “se me perdieron tus imágenes, mándamelas de nuevo”. El lunes viajaba a la capital. La entrevistó Lucía Madriñán. Ella vio la intención de meterla en Día a Día, como si fuera una modelo más. Valiente, encaró a la productora “Yo no soy modelo, a mi me gusta es el periodismo serio, podría presentar Noticias” Madriñán se la jugó por ella y le dieron una oportunidad presentando los fines de semana el Noticiero. Tenía 27 años y empezaba a vivir un sueño dorado.
Pero sufría. Bogotá es un monstruo que tritura. En los ascensores, a veces, la miraban de arriba abajo. Además, eso de que algunos colegas la llamaran “El color de la información” “El sabor de las noticias” empezaba a desmoralizarla. Llamó a su esposo en Cali “si no te venís a Bogotá nos vamos a separar” Cesar Galvis tenia un nombre en Cali, un empleo, vivían bien. Pero la felicidad de Mabel estaba por encima de cualquier cosa. Claro que lo entendemos.
Luis Carlos Vélez fue vital para consolidar su carrera. Entre el 2012 y el 2015, mientras el fue director de Noticias, la dejó volar. Eso se lo agradece en el alma. Luego, sintiendo que había llegado “al techo de cristal al que llegamos todas las mujeres” con Caracol, cuando estaba ya cómoda ahí, voló a Noticias Uno, un espacio en donde podía llevar sin tantas máscaras su coherencia política.
Fueron 36 meses en donde no paró un segundo. No tuvo reposo. Su trabajo en radio la hacía levantar a las 3:30 de la madrugada y luego remataba el día en La Luciérnaga. Necesitaba parar un momento, no por cansancio, sino porque se estaba perdiendo a Luciano, su único hijo. Entonces se lo tomó con suavidad. Anunció a mediados del año pasado que dejaba Noticias Uno y de la nada un sunami de ataques racistas como este empezó a llenar sus redes sociales.
Mabel ahora está tranquila. Su trabajo le hace pasar más tiempo en su Cali del alma, con su hijo, con su familia, cantando canciones viejas y luchando por un país en donde no sea pecado ser negro. Los ataques racistas ya la tienen sin cuidado, es más, ha convertido su color de piel en una ventaja: en un país racista no hay presentadoras, ni periodistas, ni referentes negros. Ella es única.