Muchas cosas en la vida me hacen feliz. Hoy quiero hablar de dos que están entre los primeros puestos: aprender y viajar (bueno, es que cuando viajo, aprendo). Siempre he sido una persona curiosa. No recuerdo ya cuántos relojes desarmé cuando niño para satisfacer mi curiosidad acerca de cómo unos punticos y unas rayitas negras aparecían y cambiaban mágicamente sobre una pantalla pequeñita (ni cuántas veces me regañaron por hacerlo).
Por cuestiones de suerte terminé estudiando mi primaria en un colegio italiano. Podría decir que este fue mi primer contacto serio con un idioma extranjero (bueno, para muchos colombianosel castellano también lo es). De repente, mis fuentes de conocimiento se multiplicaron, aunque en ese momento no lo supe apreciar.
También por cuestiones de suerte, me tocó una mamá clarividente que vio la necesidad de meterme desde muy temprana edad a clases de inglés (y una familia que tuvo con qué pagarlas). No soy tan viejo que digamos (o eso quiero pensar), pero créanme que esto no es muy común en mi generación. De repente, mis fuentes de conocimiento crecieron exponencialmente. De repente, mis oportunidades en la vida aumentaron radicalmente, aunque en ese momento no lo supe apreciar.
Digamos que por una mezcla de suerte y esfuerzo personal (más las oportunidades que me dio una sociedad que a muchos se las niega) terminé viajando a Escandinavia para seguir con mi formación académica. Además de mis estudios de pregrado, el hecho de saber hablar inglés fue central para poder hacerlo. Ahora sí pude finalmente empezar a comprender el verdadero valor de hablar otros idiomas.
Sé que para muchos no es difícil darse cuenta de los beneficios que esto trae (no me refiero a “hablarlo, pero muy despacio”). Pero para muchos lo es. Dichos beneficios no son solo profesionales, sino también académicos, culturales, personales, filosóficos, etc. Basta con darle una mirada a una de las fuentes de conocimiento más populares hoy en día: Wikipedia. Los hispanoparlantes tienen acceso a la no-bobada de 1.107.778 artículos escritos en castellano. Muy bien. Pues resulta que quienes hablen inglés tienen acceso a la mucho-menos-bobada de 4.539.065 artículos, tres veces más que la anterior categoría. Por supuesto, esto se va acumulando: quien habla castellano e inglés tiene acceso a un total de 5.646.843 artículos. En italiano y en sueco hay aún más artículos que en castellano, 1.129.256 y 1.631.218 respectivamente, lo cual da un acumulado de 8.407.317 artículos a los que yo, por ejemplo puedo acceder. Más 830.696 en portugués, mi último proyecto idiomático. Total: 9.238.013. A esto me refería con “mis fuentes de conocimiento se multiplicaron”. Por supuesto, es claro que muchos artículos se cruzan entre estos idiomas (aunque no siempre tienen el mismo contenido), pero espero que entiendan mi mensaje.
Hay algo que resaltar aquí: el número de parlantes de determinado idioma no está directamente relacionado con el conocimiento que se genera en este idioma. Con esto quiero decir que aunque el castellano sea el segundo idioma según el número de parlantes nativos, no necesariamente está representado en el mundo académico. Denle una mirada a esta gráfica:
La mayor parte del contenido de Wikipedia se escribe en inglés, polaco, alemán, neerlandés y francés, según este artículo (escrito en inglés). Hay más artículos relacionados con el área dentro de este pequeño círculo, que en el espacio por fuera de él.
Mi intención no es presumir de mis conocimientos idiomáticos y no quiero parecer arrogante. Si de algo me he dado cuenta mientras he vivido en Suecia es de la capacidad de otras culturas de aprender otros idiomas. Los peores, créanme, somos quienes hablamos alguna lengua romance (son muchas, pero para facilitarlo hago un resumen atrevido: castellano, portugués, francés e italiano). Hablar otro idioma (normalmente inglés) es un requisito implícito para competir en el mercado profesional en Colombia, y explícito para graduarse de muchas universidades. Pero me pregunto, ¿qué tan serios son estos requerimientos?
Como se me va acabando el espacio, hablaré de mi segunda pasión: viajar. Es claro que los colombianos nos hacemos entender como sea y donde sea. Somos amables y parece que a diferencia de muchas otras culturas, no nos da pena pronunciar mal, preguntar, tocar, hacer muecas, cantar, dibujar o hasta usar nuestro “espanglich” criollo. Pero nada facilita más la vida y enriquece más la experiencia que encontrar un idioma común (las probabilidades dicen que es más posible que sea inglés a que sea castellano) con viajeros con los que uno se cruza en un tren, en un hostal, en un bar, en un bote o en una oficina de migración.
En algún bar en el sur de Laos, a donde viajé con mi novia el año pasado, vi una frase que me gustó mucho: “El mundo es como un libro. Quien no viaja, lee solo una página”. Con las tecnologías modernas, no es necesario viajar para viajar. Con el tiempo he comprendido que aprender un idioma, como lo mencioné más arriba, es la mejor manera de leer unas cuantas páginas más de este fantástico libro.