A propósito de que noviembre es el mes internacional de la lucha contra la diabetes, en los últimos días he escuchado opiniones polémicas respecto al tratamiento con la bomba de insulina y su supuesta ineficacia. Dichos comentarios nos han tocado las fibras débiles a los pacientes con diabetes. De hecho, a mí personalmente me revolvió momentos oscuros de la infancia, que le dan inicio a esta misiva: carta a un doctor sin ética profesional.
El 21 de noviembre del año 2000, con 5 años de edad, fui diagnosticada con diabetes tipo 1 (lo que implica que soy insulinodependiente desde ese entonces). Mis padres chocaron con la realidad más cruda de sus vidas: su pequeña hija, la menor, se encontraba en cuidados intensivos, recibiendo tratamiento para controlar lo que sería su nueva vida a partir del momento. A estos dos guerreros la vida no se las había puesto fácil, se enfrentaban a un nuevo reto completamente desconocido. Sin embargo, por sus hijas siempre harían lo imposible.
Dos semanas después, sábado en la mañana, a la hora de la insulina, entró al cuarto mi papá, pero no para darme los buenos días de siempre, sino para decirme: “Mira, hijita, esto es una jeringa y esta es la insulina. Te voy a enseñar a inyectarte tú misma porque es algo que tendrás que hacer toda la vida”. Con su característico cariño hizo de ese horrible recuerdo uno de los más tiernos de mi vida.
Unos años después, el reconocido pediatra que me trató en Bogotá, temeroso de ser acusado por mi diagnostico, tuvo la osadía de expresar que el motivo de mi diabetes fue la falta de cuidado de mis padres, alegando que ellos no se preocupaban ni siquiera por mis vacunas. Pues bien, veinte años después de ese suceso, tomé la decisión de hacer pública mi frustración con él.
Doctor, sus palabras repercutieron durante toda una vida. Su falta de ética ha conseguido que en la mente de mi mamá ella fuera la culpable de mi enfermedad. Durante más de diez años ella se despertó cinco veces en la noche para revisar que yo estuviera bien, porque, aunque nunca lo manifestó, yo sé que se siente responsable por mi diabetes. Adicionalmente, mis papás y mi hermana me han visto al borde de la muerte en más de una ocasión (me han observado convulsionar y recobrar el conocimiento a punta de gritos y llantos) y lo más doloroso es que en cada una de esas almas hay un sentimiento de culpa implantado por usted.
Sin embargo, a usted no es al único al que le tengo que reclamar. Unos años después, en el 2013, empezó a circular la noticia de que había llegado la famosa bomba de insulina a Colombia. Mis padres buscaron todos los recursos para conseguirla, pero uno de los requisitos era que fuera formulada por un médico de la EPS, para que esta estudiara el requerimiento del paciente. Yo estaba con el corazón en la mano, ya que dependía de la decisión de un doctor para que me fuera posible tener una mejor calidad de vida.
El caso es que al llegar a un reconocido hospital de Bogotá, salió una doctora muy seria y dijo mi nombre. Me dirigí a su consultorio en compañía de mi abuela y en cuanto entramos rompió mi ilusión en mil pedazos. “Le voy a formular un monitoreo continuo de glucosa a ver si se va a aguantar toda su vida un aparato pegado al cuerpo”, me dijo de la manera más déspota posible. Doctora, pediatra y endocrina, ¿cree usted que ese es el comentario a un paciente que está luchando por llevar una vida mejor?
Poco tiempo después, recibí la fórmula de la bomba de insulina, la cual fue rechazada por la EPS. Mi familia, ya frustrada y afectada por la cantidad de dinero que implicaba una demanda, olvidó un poco el tema. Sin embargo, a mucho orgullo tengo que decir que esa niña de 13 años no se rindió. Curiosa, al fin y al cabo, llegué a la página web de la Presidencia de Colombia, donde envié una carta reclamando sus derechos fundamentales.
Por suerte esta historia tiene final feliz, ya que conseguí que fuera aprobada la bomba de insulina. Cuando eso pasó, me dirigí al hospital en Bogotá en donde se realizaría el entrenamiento para la bomba de insulina y, una vez más, en compañía de mi abuela encontramos un equipo de trabajo tierno, dedicado y amable, que me recibió con un: "bienvenida a tu nueva vida".
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Hoy en día, en pleno 2020 y en medio de una pandemia, un médico reconocido por sus publicaciones, decidió hacer un comentario negativo respecto a la bomba de insulina y todo este pasado empezó a correr por mi cabeza, la infancia dura que lleva un pequeño con diabetes en el día a día. Y por eso me dirijo a él:
Doctor, respeto todas las opiniones y creo que cada quien desde su lugar en el mundo tiene derecho a expresarse, sin embargo, me permito respetuosamente decirle que la experiencia la tenemos los diabéticos, no usted que ha leído al respecto. ¿Usted sabe qué implica para una persona con limitaciones tener la oportunidad de llevar una mejor vida? Recuerde, los diabéticos no somos personas que por no controlar nuestro apetito fuimos víctimas de las consecuencias.
Por otro lado, doctor, sus investigaciones son muy buenas y sus libros los he leído, pero desafortunadamente la insulina es esencial para nosotros y una alimentación controlada simplemente no es suficiente tratamiento para esta condición. De hecho, a una persona con diabetes cualquier cosa le altera el azúcar. Por ejemplo, su opinión me subió el azúcar lo suficiente, ¿y sabe cuál fue el recurso para controlarla? Mi bomba de insulina.
Así que a todos los doctores —no solo a los que han sido parte de mi historia, sino a todos los que puedan leer esta opinión— quiero decirles que tengan ética profesional. Una palabra de ustedes es más importante que la de un político, pues son quienes tienen en sus manos nuestras vidas. Por ende, un comentario errado puede tener repercusiones muy importantes e impactantes en la vida de quienes los escuchen.
Antes de cerrar, cabe anotar que este escrito no tiene nombres ni necesita llegar a las manos de todas las personas mencionadas, es un simple ejemplo del peso de las palabras de algunos médicos en la vida de un ciudadano de a pie.
Todos tenemos nuestra lucha y esta es la mía: vivir día a día con diabetes y con la bendición de tener una bomba de insulina que me protege segundo a segundo de los impactos que pueda tener en mi cuerpo.