Después de finalizar el Mundial y pasar el apoteósico recibimiento de la Selección, las emociones se han prolongado por cuenta de un muchachito veintiañero que se ha convertido en nuestro superhéroe: James Rodríguez.
Primero fue el suspenso sobre su posible contratación en el renombrado “equipo merengue”, luego la confirmación de la noticia que ocupó las primeras planas de todos los medios colombianos sobre la compra de su pase por el Real Madrid, en una suma astronómica que hasta ahora ningún otro deportista nacional había conseguido.
El júbilo con su presentación en Madrid en el Estadio Santiago Bernabéu fue casi equivalente a dicha por la derrota que le propinó Colombia a Uruguay. En cada esquina de este país se siguió en vivo y en directo este acontecimiento, se comentaron los detalles, la actitud del jugador, y se valoró ese carisma y esa sencillez que le están ganando un lugar histórico.
Y no es para menos, James en un verdadero héroe, no como aquellos antihéroes que nos han hecho sonar a nivel internacional: Escobar, Tirofijo, los hermanos Castaño y toda esa estirpe de bandidos, narcos y secuestradores. James es todo lo contrario, inclusive distinto a otros deportistas que apenas alcanzaron un triunfito minúsculo se endiosaron como les pasó al Tino Asprilla o a René Higuita.
Este muchacho es más bueno que el pan, esforzado, entregado a su causa, humilde y simpático. Ojalá no cambie nunca, aunque siga ganando méritos y se confirme como gran deportista. Como una colombiana más estoy orgullosa de este compatriota y me provoca gritar a todo pulmón mi nacionalidad.
El fenómeno James nos hace pensar en lo que verdaderamente está representando para el país. Lo primero y más importante es esa imagen de un nuevo colombiano, tan distinto a las mañas que traíamos del pasado. Ahora vemos un joven que lucha sin ningún apoyo distinto a su talento, que se compromete hasta el alma con las tareas que le encomiendan. Y esto es raro muy raro, porque no nos digamos mentiras, nuestra cultura narco y traqueta había consolidado una juventud que para nada creía en el esfuerzo.
Aquí los jóvenes de los sectores populares y muchos “Nule” de sectores privilegiados, se montaron en la cultura de hacer plata como fuera y ojalá de la manera más expedita. Muchos solamente creen en el respaldo de las armas para conseguir los recursos con que sueñan, otros se apoyan en sus roscas políticas o delfinazgos, pocos hacen bien sus tareas, buscan casi siempre atajos para evadir responsabilidades y sobre todo, cuando tienen algún tipo de resultado positivo, usan su poder y su nuevo estatus para imponer su control, sin ningún respeto a los derechos de las demás personas.
Lo que cautiva de nuestro nuevo héroe es precisamente que representa un nuevo país, una nueva juventud, una sociedad con mejores valores. Rescata no solo nuestra autoestima colectiva, sino que ofrece un ejemplo a las generaciones futuras. James podría ser el prototipo de una nueva Colombia, un país en paz, unido por cosas positivas, convencido de que se acabaron las épocas aciagas y dispuesto a sacar pecho por nuestras grandezas. Eso es lo que ese jovencito ha conseguido en tan corto tiempo. Y por ello se merece toda nuestra admiración.
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