Muchos jóvenes embarcados en la educación superior se preguntan: ¿Invertir más años en estudios universitarios para graduarse y no encontrar trabajo? ¿O para recibir una remuneración de lástima? ¿O contratos mal pagos, intermitentes? ¿Pagar las costosas matrículas privadas para darse cuenta de que lo estudiado poco tiene que ver con el mundo real? ¿Qué alternativas hay?
La educación superior viene en crisis desde hace años; sin embargo, con la pandemia y la recesión de la economía, las preguntas han obligado a muchos a tomar decisiones que no hubieran imaginado tiempo atrás.
Aunque no es un desafío fácil, más y más jóvenes están encontrando salidas en el autoaprendizaje, en la formación de toda la vida.
La pandemia ha operado como un catalizador que aumenta la velocidad de una reacción química. El mundo venía cambiando a paso exponencial en materia de tecnología, globalización de los mercados y cambio climático. Con el covid -19 los cambios son aún más vertiginosos. Y, por lo tanto, retos que parecían demorarse un poco, están golpeando a la puerta.
No solo se trata de las tecnologías de la información, como en el caso del sinnúmero de aplicaciones que sustentan el teletrabajo y el telestudio, cuyo uso se ha multiplicado de forma dramática. Sin duda, el confinamiento y la necesidad de reducción de costos fijos acelera la llamada cuarta revolución industrial. En pocos años, tecnologías que tenderán a converger entre sí, alterarán el mercado laboral en forma más rápida aún de lo que el Foro Económico Mundial anticipaba. Inteligencia artificial, robótica, bioinformática, impresión 3D, computación cuántica, para mencionar algunas, alteran modelos de negocios demandando nuevas competencias, nuevas ocupaciones. Esto ocurrirá independiente de si nuestras autoridades, universidades y otras instituciones de educación superior se dan o no cuenta, de si los empresarios se deciden a apostarle a una economía innovadora, rica en conocimiento.
Thomas Friedman, el hombre de La tierra es plana y de Gracias por llegar tarde ha dicho que el mundo no solo es plano, al alcance de todos, sino que los cambios hacen que nuestras comunicaciones sean más veloces y, ahora, más profundas en el sentido de penetrar esferas de nuestra vida que parecían vedadas. ¿Cómo cambiarán las ocupaciones? ¿Habrá trabajo para todos? Como pregunta Harari, ¿tendremos relevancia?
A los jóvenes se les ha inculcado que deben adelantar estudios en la educación superior; que esa es la llave del éxito en la vida. Sus familias y ellos han hecho la tarea: uno de los enormes saltos que ha dado Colombia se refiere a la proporción de jóvenes en edad de estudiar pregrado que ingresan, efectivamente, a la educación superior y que pasó de 28 % a 52 % entre 2005 y 2018.
Sin embargo, más jóvenes se hacen la pregunta de si el esfuerzo vale la pena. Y la pandemia, como en el caso del catalizador, los ha puesto contra la pared. ¿Pagar los altísimos costos de las matrículas en el caso de las universidades privadas, invertir años de estudio para ganar salarios bajos o, simplemente para engrosar las filas del desempleo? Los avances mensuales del Dane muestran la tragedia del desempleo de los jóvenes, crónica, aunque ahora es verdadera realidad aumentada.
¿Qué tal la tasa de desempleo de los jóvenes en Ibagué, Popayán y Neiva, superiores al 45 % y las de 13 ciudades y áreas metropolitanas del 35 %, según el Dane (Mercado Laboral, julio 2020)?
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Si es posible estudiar un curso de programación gratuito en la Universidad de Stanford y complementarlo con otros de MIT, ¿para qué pagar el estudiante costosas matrículas en universidades de discutible calidad?
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El mundo se dirige hacia nuevos modelos de aprendizaje que no necesariamente pasan por el aula universitaria, al menos en el sentido presencial. Se trata de cómo formarnos para ser aprendices de toda la vida (“long life learners”). Las oportunidades de realizar estudios breves alrededor de temas puntuales están servidas. En algunos casos, incluso, hay la opción de los llamados “nano-grados” que certifican los estudios realizados.
Es, será, preferible para muchos jóvenes, dedicar parte de su tiempo a la adquisición de competencias y conocimientos de manera enfocada, con criterio de hacerlo en forma permanente, es decir, durante toda la vida.
¿Se acabarán las universidades? No; sin embargo, las que sobrevivan tendrán que adaptarse a las nuevas necesidades de los jóvenes y el país. De hecho, parte importante de la oferta de cursos breves en línea (y también off-line) proviene de centros de educación superior de alta calidad de países considerados como economías del conocimiento.
Si en un mundo caracterizado por la ubicuidad (comunicarnos cómo, cuándo y dónde queramos) nos es posible, por ejemplo, estudiar un curso de programación gratuito en la Universidad de Stanford y complementarlo con otros de MIT , ¿para qué va a pagar el estudiante costosas matrículas en universidades de discutible calidad?