El cuento de que los buenos son más no convence.
Cuando se pertenece a un grupo, el individuo va a donde va todo el grupo y marcha hacia donde van los demás.
En el Congreso, por ejemplo, la ley de bancadas y otros artilugios de la nunca bien ponderada rama legislativa obligan a pensar como piense el líder; así que los pensamientos individuales van a la sepultura.
En los grupos hay una idea que prevalece, la ley del más fuerte: el que se impone por encima de la colectividad sin importar los medios.
En consecuencia, pensar que en la Policía los buenos son más es una inocentada: obedecen a políticas internas, maduradas con el pasar de los años, en donde se normalizan los abusos.
Si los buenos fueran más no sucedería lo que ha generado el aborrecimiento de la mayor parte del país hacia los miembros que han impuesto el atropello.
Venir con ese cuento es un intento de tapar el sol con las manos.
¿Qué se puede esperar de una organización en donde existen comunidades del anillo, el clan de los verdes, el fletero, la avispa, la mordida y demás con licencia para matar?
Si fueran más los buenos serían queridos, pero no. Los pocos miembros que se rebelen en un grupo en donde la mayoría obedece al principio delictivo terminan muerto o desaparecidos.
Diría entonces que sí, que los buenos somos menos y por eso el país está como está.