Reestructuración urgente de la formación mental de la Policía Nacional

Reestructuración urgente de la formación mental de la Policía Nacional

Desde la época de Gaitán, el propio líder liberal tenía identificado el problema, toca revisar la preparación psicológica de los miembros de la institución

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septiembre 14, 2020
Reestructuración urgente de la formación mental de la Policía Nacional

Un elemento crucial para la reestructuración de la Policía en Colombia es la modificación radical de los métodos de preparación mental que actualmente les imparten a los cuerpos que la integran.

Colombia aplica, desde mediados del siglo XX, métodos de formación de los agentes de policía que nada tienen que ver con las condiciones culturales, sociales, económicas y políticas colombianas. Han calcado dos estructuras policiales que se consideran exitosas en el mundo: la de España, diseñada e implantada después de la muerte de Francisco Franco y la de la Policía de Nueva York, lugares totalmente apartados de las condiciones sociales y políticas y, por ende, culturales que vive nuestro país.

El punto fundamental de disenso tiene relación con la formación física, concebida para pelear y competir y, sobre todo, la formación mental de los agentes que integran nuestra policía. El psicólogo español Alfredo Pacheco Torralba, en su ponencia presentada en 2004 en el Primer Congreso de Psicología Jurídica del Colegio Oficial de psicólogos de Madrid, que tituló “Evaluación conductual de profesionales de la seguridad: análisis funcional de la conducta aplicada a la policía”, enfatiza en el hecho que la emoción más experimentada por los agentes de policía es el estrés, por dos hechos primordiales: primero, porque el ejercicio de esta profesión se desempeña, básica y fundamentalmente, en situaciones de conflicto y riesgo. Y yo añado que, además, sus instrumentos de trabajo son herramientas ligadas y relacionadas con la agresión, la violencia y la muerte, o sea, instrumentos que van del revólver al bastón policial, sin olvidar el “taser”, que se ha hecho famoso con el asesinato, la semana pasada, del ciudadano Javier Ordóñez.

Nadie podrá negar, entonces, que nuestra Policía maneja un estrés adicional al estrés nacional que nos embarga a todos, sin excepción y que es permanente desde cuando, a partir de 1945, las autoridades desataron el genocidio al pueblo porque iba camino al poder, ola de sangre al que, como mampara, le dieron el nombre de “la Violencia”, señalando al pueblo como culpable. Lo mismo está sucediendo hoy en día, cuando el presidente Duque dice que no se están presentando “masacres” sino “homicidios colectivos”. Un malabarismo verbal que, ayer como hoy, ha buscado enmascarar la realidad para exonerar al gobierno de toda culpa.

El presidente Duque se ha opuesto a una reestructuración de la Policía, fundamentalmente porque él nunca maneja ideas propias, sino porque siempre repite y se guía por lo que le indican en sus alrededores. Y bien sabido es que las directivas de la Policía están conformes con lo ya establecido y piensan conservar el statu-quo. Ergo, Duque dice lo mismo.

Que el soberbio Ministro de la Defensa le haya pedido perdón a la ciudadanía por el comportamiento último de la Policía, tiene más un sabor oportunista que un sincero sentimiento de arrepentimiento. No hay que olvidar que él aspira a ser presidente de la República y busca estar “positivamente conectado” con la ciudadanía. Además, él y los cabecillas del gobierno saben, mejor que cualquiera, que los Estados Unidos están preparando un “noriegazo”, para deshacerse de un incómodo vasallo que les servía cuando controlaba a los paramilitares. Pero que hoy, cuando desaparecieron las llamadas Autodefensas a las que él le dio origen y se han convertido en más de 14 grupos inconexos, que ya no le sirven a los intereses del gobierno ni a los Estados Unidos, el papel de alfil principal en este juego de la guerra ha perdido toda importancia. Al contrario, es hoy por hoy una piedra incómoda en el camino, por lo cual hay que deshacerse de él con tacto pero sin tregua. Y, sino, veamos cómo, por arte de birlibirloque, los USA desclasificaron los documentos secretos que desde hace años señalan a Uribe como miembro destacado de la mafia del narcotráfico y se conocieron, simultáneamente, viejas declaraciones de Mancuso, señalando al Embajador de Colombia, Pacho Santos, como gestor del bloque paramilitar para Bogotá y además  Caracol TV pronosticó la salida de la Ministra de Relaciones Exteriores. Son demasiadas movidas coincidentes en el tablero de este ajedrez para que sean simples coincidencias.

Al pedido de perdón se le añade el reciente twit de Duque que dice: “Dentro de este proceso de modernización y transformación, trabajamos en acercar, cada vez más, a nuestra @PoliciaColombia  con los ciudadanos, propiciar el diálogo y colaboración armónica: transparencia en uso de las competencias del servicio y fortalecer protocolos de denuncia”, propuesta vacía de autenticidad, porque él ha negado reiterativamente la reestructuración de la Policía, rechazando entonces trabajar en el cambio de la formación actual, que enfatiza el estrés y la ansiedad, haciéndoles ver a la ciudadanía como “delincuentes” a los que hay que domar con violencia.

Varias personas me han dicho que lo sucedido en las calles de Colombia la semana pasada les hizo recordar el 9 de abril de 1948, insurrección popular a la que la llamada Gran Prensa le puso el infame apodo de el Bogotazo, para darle una connotación de vandalismo, lo mismo que trataron de hacer la semana pasada con las múltiples manifestaciones de protesta popular ante la brutalidad de la Policía.

¿Van a reestructurar los métodos de forjamiento psicológico que le dan a la Policía? De ninguna manera, porque si se les forma psicológicamente para sentirse parte integral de la sociedad, puede suceder como el 9 de abril de 1948, cuando los policías, que en sus niveles medio y bajo eran gaitanistas, se pusieron cucardas rojas en los kepis del uniforme - esas divisas compuestas de cintas fruncidas que se originaron en la Revolución Francesa – y le entregaron sus armas al pueblo, por lo que inmediatamente liquidaron esa policía civil, creando la Policía Política, o Popol, que tantas muertes produjo.

De allí se origina la Policía de hoy, pero las circunstancias son diferentes. En aquel entonces el pueblo enfurecido por el asesinato de su líder se sublevó y salió a las calles con el propósito de derrocar al gobierno, quemando los centros de poder.  Hoy, ha salido nuevamente a las calles enfurecido, quemando los CAI. Pero esta vez lo hizo por el asesinato de un ciudadano del común y se fue lanza en ristre contra la Policía, no contra el gobierno en general. Y el gobierno sabe que este sistema político de Democracia Representativa, donde no existe democracia para el ciudadano del común, sólo funciona para el “País Político, se caracteriza por el síndrome de la desigualdad haciendo cada vez más ricos a los ricos y más pobres a los pobres, sistema cuyos resultados terminarán sublevando a la gente contra el poder imperante. Y, si los policías cambian de mentalidad, terminarán poniéndose cucardas rojas en sus cascos, para unirse a un pueblo que ha tomado consciencia que, con el actual sistema, son las calles el único espacio para imponer su voluntad. No son las urnas, no es la Constitución vigente. ¡No! Son las calles el campo de batalla de esta guerra que no tiene por qué ser violenta, basta con el descubrimiento de que el País Nacional somos la mayoría.

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