Ayer cumpliría años mi padre y no pude evitar que la muerte de Javier Ordóñez me conmoviera por la similitud con la suya. Era de noche, se había tomado unos tragos y un par de asesinos al servicio del Estado le arrebataron la vida.
Dos personajes de esos que abundan en las instituciones del país. Esos que se escudan en un uniforme para cometer toda clase de crímenes, que van desde la extorsión, el secuestro, el sicariato, la desaparición forzosa y todo tipo de vejámenes al que pueda ser sometida una sociedad.
Y la muerte de Javier me conmovió de sobremanera porque conozco al estamento, porque también mi padre estaba en sus cuarentas, porque éramos cuatro hermanos, yo el más pequeño y los otros apenas adolescentes, al igual que los hijos de esta nueva víctima de Estado. Un muerto más para un país que se acostumbró al asesinato de civiles y a celebrar a sus verdugos.
Ayer mi padre cumpliría años y recordé el dolor que sobrellevo por su ausencia, el desasosiego de saber que para él nunca hubo justicia. Pero mayor es mi dolor por tener la certeza que en un país como este tampoco habrá justicia para Ordóñez y sus hijos. Como no la hubo para los miles de falsos positivos, ni para las víctimas cotidianas de las fuerzas estatales, para los líderes sociales, campesinos, indígenas, campesinos, jóvenes desempleados, y la incontable lista de víctimas sin nombre.
Y sí, me enfurece, un poco cuando comparo lo que somos como sociedad, por ejemplo, con la muerte de George Floyd en Estados Unidos, y las protestas multitudinarias de la comunidad. Me enfurece porque lo entiendo, aunque no consiga aceptarlo.
La indignación de esta sociedad no alcanza para defender sus derechos. La sociedad colombiana hace mucho que está muerta, pero no se ha dado cuenta. La mató el Estado y la política de terror que sostiene desde hace décadas.
Cada quien que se salvaguarde como pueda, mi padre al igual que Ordóñez, jamás imaginó que quien debía protegerlo sería su impune asesino. Sus hijos tendrán que vivir con el dolor de recordar a su padre cada cumpleaños y confortarse con los buenos momentos compartidos sin esperar absolutamente nada de un modelo corrupto y asesino que se sustenta en el dolor y la miseria de sus abnegados súbditos.
Un pueblo exangüe cuyos conatos de protesta vienen de aquellos que siempre terminan convertidos en víctimas, alentados por Chile o cualquier otra nación que digna se levante en masa. Sí, la sociedad colombiana ha muerto, es la única explicación para un pueblo incapaz de reaccionar ante tantos horrores. Estamos demasiado lejos de cualquier reivindicación.
Ayer cumpliría años mi padre, no sé cuántos muertos por acción del Estado ha habido desde el día de su partida, probablemente serían demasiados en cualquier otro lugar del mundo, aquí solo son estadísticas que mañana la mayoría habrá olvidado.