Hace pocos días, en una entrevista radial, Daniel Quintero dijo no creer en ideologías: “Cuando necesito cambiar un tornillo no me fijo en el color del destornillador”. Esa consideración dota de sentido el pragmatismo que lo caracteriza; no sorprende, su profesión de base es la ingeniería y su mentalidad es mecánica. A lo que se suma una particular fijación por la tecnología, la obsesión por ser el arquitecto del Silicon Valley criollo e impulsar lo que él considera “innovación”. Es un yuppie del “Trince” con el corazón en California. Por eso, de Quintero nunca vamos a conocer grandes ideas sobre la estructura social o económica de la desigualdad en el país; las causas determinantes de la conflictividad social o algo así, él es práctico y asume como imperativa la tesis: “no importa de qué color sea el gato, lo importante es que cace ratones”.
Tal vez, ese pragmatismo tecnológico explique la imprevisibilidad que para muchos de sus críticos es solo improvisación. Algo que se puede evidenciar en lo siguiente: llegó a La Alpujarra derrotando al uribismo y la centroderecha más cercana a Fico, ahora, esos sectores forman parte de su coalición mayoritaria de gobierno en el concejo; el apoyo del sector ciudadano, estudiantil y alternativo fue decisivo para su victoria, ahora, muchos de esos sectores han tomado distancia (debido a su decisión de militarizar la UdeA y su visión represiva de la protesta social) y son los principales veedores de sus decisiones; al principio le "hizo pasito" a la derechizada élite empresarial antioqueña, ahora, está librando con el respaldo de una porción de la clase política tradicional un verdadero pulso de intenciones con los "empresarios de bien".
En campaña también supo posicionar con maestría con una doble agenda: mientras en las calles insistía que no tenía “jefes políticos” y en su cacareada independencia, en los pasillos de su sede recibía el respaldo de políticos tradicionales como el excongresista Óscar Hurtado y el senador Iván Agudelo, al primero le dio participación directa en su alcaldía con la Secretaria de Hacienda y la gerencia de Metrosalud, al segundo, un senador invisible para la opinión pública nacional, le dio juego en la Secretaria de Participación. Esa solo es una pequeña muestra de los políticos muy tradicionales, de aquellos que funcionan con puestos y contratos, a quienes les agradeció su respaldo con el clientelismo suficiente para engordar sus grupos políticos. ¿En dónde radicó su independencia? ¿De los sectores empresariales que no financiaron su campaña?
¿Qué sigue? No es fácil anticiparse al perfil de un dirigente que rehúsa el encuadre y desecha las dicotomías explicativas: "No soy de derecha o izquierda" es una de sus expresiones habituales. Aunque desde su teoría del destornillador con todas las tendencias puede llegar a acuerdos. Sus movimientos están más orientados por las circunstancias que por una visión sociopolítica de mediano plazo. Quintero encarna la "evolución" de una acción política desideologizada y carente de profundidad histórica. Con él, no es tan fácil ser radicalmente oposición o gobierno; las zonas grises de sus decisiones generan mucha confusión. Es un yuppie imprevisible, pero muy estratégico al momento de salvaguardar sus intereses personales. Vuelvo a preguntar y quizás ustedes estimados lectores me respondan: ¿qué sigue?
