Las muertes en el país van en aumento, hay una guerra desenfrenada que cada día apaga más la esperanza de tener un país en paz y cientos de personas inocentes que pagan las consecuencias de un conflicto que ni siquiera es suyo.
Ahora cargamos también con un virus, que aunque muchos discuten su existencia, quienes lo han vivido son los únicos que pueden dudar de su procedencia. De hecho, esos quienes han vivido en carne propia la pérdida de un ser querido son quienes hoy ruegan a los colombianos que escuchen y dejen la necedad que nos caracteriza.
Después de esta semana de noticias dolorosas solo queda desaliento al expresar el descontento que deja la indolencia que tiene nuestro país y a su vez la ignorancia que abunda por las calles. Solo aquellos que han sentido la muerte cerca deberían ser quienes expresen su dolor, no aquellos que solo piensan en dinero o buscan impulsar el amarillismo en los medios.
El pasado fin de semana, lleno de celebraciones absurdas y fiestas extravagantes, deja ver una vez más que nos acostumbramos a vivir en guerra, que naturalizamos la violencia y que ni sabiendo que ponemos en riesgo nuestra integridad tomamos conciencia.
Hoy muchos están despidiendo a sus seres queridos, ya sea por la violencia, por una enfermedad o porque ya era su hora, pero también muchos están cayendo en la ignorancia y retando a la muerte con sus acciones. Minimizamos el dolor hasta que la muerte toca nuestra puerta.
La paz que necesitamos se construye desde casa y desde la conciencia social. Necesitamos un mejor gobierno, una administración transparente, pero también valores e inteligencia para luchar contra la indolencia que nos mata.