En el tuit que Uribe dio a conocer la decisión de la Sala de Instrucción de la Corte Suprema de Justicia de Colombia de dictarle medida de detención domiciliaria en su contra expresa que le “produce profunda tristeza” por su mujer, a quien llama “mi señora”, por su familia y “por los colombianos que todavía creen que algo bueno ha hecho por la patria”, esa patria que otras veces había escrito con “P” mayúscula. Faltó apenas nada para decir que su detención domiciliaria era una tragedia familiar y nacional.
Cuando revelaron uno de los secretos mejor guardados del país en relación con el hermano de la vicepresidenta de Colombia, Marta Lucía Ramírez, quien había pagado la fianza de 150.000 dólares y 4 años y medio de prisión en EE. UU. por narcotráfico, también se habló de una tragedia familiar. Sin duda, a la familia Uribe y a la familia Ramírez no les podría agradar lo que le ha ocurrido con su ser querido, quienes han tenido que enfrentar el peso de la justicia.
Pero cuando hablamos de tragedias familiares hagamos el ejercicio de imaginar por un segundo el dolor de las madres de Soacha, cuyos hijos fueron asesinados extrajudicialmente; sin ser guerrilleros fueron vestidos como tal, luego ejecutados y presentados a continuación como combatientes muertos en combate con la fuerza pública a fin de inflar las cifras (falsos positivos) para demostrar que se estaba ganando la guerra contra la insurgencia. Hagamos el ejercicio también de imaginar por un instante el dolor de los familiares de los líderes sociales de Colombia, quienes parece que han sido condenados a un exterminio a cuentagotas.
A pesar de confesar que no conoce las horas de grabación que tiene la Corte Suprema de Justicia, el mandatario colombiano, Iván Duque, se ha dedicado a decir que es un creyente de la inocencia de su mentor, el expresidente Álvaro Uribe Vélez. Se ha empleado a sí mismo a defender a capa y espada en los medios de comunicación al senador Uribe; el presidente Duque lo ha hecho mejor que Tomás y Jerónimo, hijos de Uribe, pero no puede olvidar que él mismo es el primer magistrado de la nación y no el abogado de Álvaro Uribe Vélez.
Uribe lleva muchos años en la política, y si no sabe defenderse él o sus abogados no saben asumir su defensa, el jefe de Estado no puede fungir de tinterillo del hombre que para el uribismo es el eterno presidente y el político más importante que ha tenido Colombia.
Llama poderosamente la atención que frente a la tragedia familiar de los líderes sociales de Colombia, Iván Duque nunca mostró tanto interés como por el caso de Uribe. Lo destacado que hizo fue declarar a la Agencia Efe que era “difícil” proteger la vida de los —según él— siete millones de líderes sociales que tiene Colombia.
El jefe del jefe de Estado no debe ser un exjefe de Estado, sino el pueblo.