Nadie que logre salvar su inteligencia y su corazón del espectáculo de puñaladas traperas de la política colombiana puede dejar de advertir el cúmulo de incoherencias que amenazan la existencia misma de la democracia.
Sí, la que viene siendo amenazada desde mucho antes que Álvaro Uribe es la democracia y, paradójicamente, mientras la conmoción provocada por la decisión de apresarlo debiera convertirse en un momento de reflexión profunda, lo que hemos observado es algo muy diferente. Lo que ha proliferado, hasta ahora, son las celebraciones desaforadas de sus enemigos y las manifestaciones de dolor y rabia de sus amigos.
Hay quienes han manifestado que esto se parece a un huracán, comentario del que difiero por un aspecto muy puntual: los huracanes son fenómenos naturales, por lo tanto imprevisibles, en los cuales la acción humana poco o nada ha tenido nada qué ver. En este caso ha ocurrido exactamente lo contrario. La detención de Uribe se vio venir desde hace años, y no solamente por la hostilidad sistemática de sus contrarios sino por los errores, también sistemáticos, de sus afines.
Es que en Colombia tanto los unos como los otros, en general toda la política, se contagiaron de una enfermedad que puede llegar a ser terminal para una democracia: la incoherencia.
No está de más volver a la definición de “coherencia” del diccionario de la Real Academia; dice que es la “actitud lógica y consecuente con los principios que se profesan”. Luego la incoherencia a la que me refiero consiste en que los políticos colombianos se desgañitan hablando de democracia mientras sus hechos resultan ilógicos e inconsecuentes, y cómo no, atentatorios contra la propia democracia.
Intentando el ejercicio de explorar en las causas de tan grave enfermedad me encuentro con una que se manifiesta como determinante: los políticos colombianos solo se mueven por intereses. Las convicciones han desaparecido por completo de su horizonte y las perspectivas históricas son algo inexistente en ellos. No cabe la menor duda de que hemos sufrido una tremenda degradación de la calidad del liderazgo.
Y no es que no nos lo hayan advertido. Retumban en el recuerdo las insistencias de Álvaro Gómez en su última etapa, antes de su martirio, hace ya 25 años; deberían resonar sus palabras en la reflexión de todos. El lo decía de este modo: “eran partidos de opinión y ahora son partidos de compromiso, ahora no hay adhesión a unas ideas, a unos programas, ahora lo que hay es el compromiso, la complicidad... el país está gobernado por un régimen que lo que le interesa son las complicidades”.
Y, ¿qué es el régimen, quiénes son el régimen?
Pues el régimen es el poder, el régimen es la política, son el Estado y la economía y los medios. Hoy el régimen son hasta las Farc; y no solo las de Timochenko, podría decirse que hasta las de Iván Márquez son el régimen. Nadie que no sea parte del régimen pudo poner a las altas Cortes a desdoblarse en los malabarismos que las convirtieron en cómplices de la fuga de Santrich.
Recapacitemos sobre incoherencias de algunos de los protagonistas del régimen:
De las incoherencias de las izquierdas
Las izquierdas vienen cometiendo desde hace años un pecado capital contra la democracia que consiste en desconocer la condición política de sus contendores. Desde cuando Álvaro Uribe llegó a la presidencia, soportado en un enorme fenómeno político, no hallaron otro camino para oponérsele que intentar hacerlo ver como un criminal. Desde entonces el epicentro de la estrategia de ha consistido en eso, en judicializarlo. No han cesado de empujarlo en cuanta instancia de la justicia nacional e internacional se han ido topando.
Esta actitud de las izquierdas, la de ser incapaces del reconocimiento de la condición política del adversario, es una de las sintomatologías de su terrible falta de genética democrática. Esto es el equivalente, en el universo de los Derechos Humanos, a negarle al otro su dignidad, su condición humana.
La negación de la condición política del contendor es, a la democracia, lo mismo que negarle el reconocimiento de la dignidad humana al de otra raza, al de otro género, al de otro credo, en el plano de los Derechos Humanos.
Pero, además, las izquierdas han cometido otra incoherencia fatal para la democracia con esa soberbia que los ha hecho incapaces de reformularse. No les ha sido posible entender que su incapacidad de superarlo políticamente no proviene de la “monstruosidad” de Uribe sino de la decisión consciente y abierta de las mayorías de la sociedad que insistentemente les han rechazado sus marxismos desechados por la historia y sus obstinaciones con el socialismo catastrófico chavista. De eso que llaman autocrítica, cero.
Las izquierdas han sido incapaces del mínimo democrático de reconocer que es posible que el adversario gane porque tiene propuestas más acogidas y que también es posible que en la política se pierda porque se está equivocado.
Han llegado a tal grado de incoherencia que habiendo sido los mayores adalides para hacer que se les aceptara a las Farc su ardid de no reconocer a la justicia ordinaria y lograr que se les creara una circunscripción especial, hoy, cuando meten preso a Álvaro Uribe y salen a corear que lo primero es salir a defender la maravilla de la justicia, ninguno ha salido a pedirle a la Farc lo más elemental: que ya que la justicia ordinaria se ha redimido y es tan honrosa, deberían, en un gesto de patriotismo, renunciar a la JEP y pasarse a que los juzgue la justicia ordinaria.
Lo cierto es que las izquierdas han sido incapaces de construir una propuesta política capaz de convocar a la nación. Que hoy no tienen, en ese juego del régimen al que también pertenecen, más justificación política que existir para hacer meter a la cárcel a su contradictor.
Y en ese juego de incoherencias en que están metidas, las izquierdas terminaron por llegar a otra de la que aún se encuentran muy lejos de comprender: por esos juegos de doble moral, negocios y arribismos que abundan, terminaron por convertirse en las idiotas útiles de los más destacados exponentes del neoliberalismo que tanto criticaron y del notablato bogotano, sus nuevos mejores amigos.
De las incoherencias del Centro Democrático
Por su parte, el Centro Democrático es un partido que se ha dedicado a incubar la incoherencia de intentar revivir un macartismo tan vetusto como el fantasma comunista que se inventan en todas partes y que no les permite la serenidad básica que necesita la democracia.
Como obsesionados por los triunfos de Álvaro Uribe sobre las Farc, que la nación clamó y aclamó, se metieron por el camino de señalar en todo contradictor a un izquierdista y en todo izquierdista a un criminal. Por este camino absurdo también llegaron a cometer el desafuero, muchas veces, de señalar a sus contradictores como agentes del crimen, sin consideración ni respeto por sus motivaciones, sus criterios, ni sus argumentos.
En esos juegos peligrosos de la política que a veces comprometen el carácter, optaron por un ideologismo derechista que los ha llevado a perderse en una especie de estética del liderazgo de la caricatura, que les ha impedido destacar a sus mejores y más capaces dirigentes bajo el prurito de que los más iracundos son los más auténticos y los más leales a su causa, hasta el punto de haber contribuido ellos mismos a desfigurar la condición de demócrata del expresidente Uribe (en esto se equivocan los que no han querido entender que el más demócrata del Centro Democrático es el propio Álvaro Uribe).
Es un partido que se ha dedicado a fundamentar su presente en la reivindicación de las batallas pasadas de su jefe, que aunque de gran valor, también es cierto que hacen de él un partido en clave de pasado, sin propuestas hacia adelante, sin sentido de futuro. Es un partido que, cuando se sale de la exaltación de la obra de su mentor, no atina a plantear nada distinto que justificarse políticamente como el dique para impedir el riesgo de que sus adversarios puedan llegar a ganar.
Estas incoherencias del Centro Democrático han sentado su huella, también, en una paradoja que ha facturado en contra de la democracia. Si bien es cierto que Álvaro Uribe lideró la gesta imprescindible de liberar a la sociedad del salvajismo de las Farc, también lo es que en los últimos veinte años Colombia ha sufrido un grave deterioro de su criterio democrático. Al igual que las izquierdas, el Centro Democrático también ha cometido el pecado de criminalizar la política cayendo, por igual, en la emboscada de la polarización irracional que hoy vivimos.
Es una lástima que el Centro Democrático no haya aprovechado la enorme credibilidad y confianza que le ha dado la gente para haber trabajado con seriedad la educación democrática que con urgencia necesita Colombia.
De las incoherencias de las Cortes de la Justicia
Las Cortes, montadas en el caballito de batalla de la independencia de poderes y la autonomía de la justicia, lo que han venido haciendo desde hace 25 años es socavar el fundamento de la soberanía popular de la Constitución del 91.
Es francamente extraordinario el desprecio de las Cortes por la democracia política, hasta el punto de haber llegado a sustituir, paso a paso, a punta de sentencias de todo tipo, las decisiones de la democracia por la imposición constante de las Cortes “constituyentes” de este país. Todo esto como resultado de la creciente politización de las Cortes y de las ansias de poder y negocios que invadió a muchos magistrados a partir del mal diseño de la justicia con que quedó confeccionada la Constitución del 91.
Nadie niega lo imprescindibles que son el Equilibrio de Poderes y la Autonomía de la Justicia, pero se les olvida a los magistrados que dichas instituciones solo pueden cobrar sentido después, entiéndase bien, después, de que todos estemos sometidos al pacto social fundamental de la democracia política, basada en nuestro caso en la soberanía popular, y que alardearlas sin este previo requisito, nos conduce y nos seguirá conduciéndonos al descuartizamiento del poder político.
Cómo no traer a cuento el Manifiesto de Cartagena en el que Bolívar consignó, como un “hijo de la infeliz Caracas”, las causas de la destrucción de la primera república venezolana; decía en uno de sus fragmentos, “el argumento tramposo de la defensa de la división de poderes como arma para resquebrajar el pacto social y político sin el cual no hay división de poderes sino anarquía e imperio de las más diversas expresiones ilegales, tal cual nos ocurre”.
De las incoherencia del presidente Iván Duque
Voy a hablar de una incoherencia en particular.
Cuando el presidente Duque se posesionó, estaba vivo y aprobado por la Comisión Primera del Senado el proyecto de Constituyente de la Justicia que presentó Viviane Morales.
Quién lo creyera hoy, el proyecto fue aprobado por unanimidad en la comisión, 14 votos a favor, 0 en contra. Todos los partidos la aprobaron, desde el Centro Democrático hasta personajes como Claudia López y Roy Barreras. El país vivía el estupor del destape del Cartel de la Toga. Nadie podía ya ni ocultar los desastres que carcomen a la justicia ni desconocer, después de casi 50 intentos fallidos de reforma a la justicia, vía Congreso, que no hay otro camino distinto que la Constituyente o el Referendo Constitucional para reformar la justicia.
El partido del senador Iván Duque apoyó abiertamente la Constituyente y el candidato Iván Duque se comprometió con el país a que, si lo elegían, adelantaría la gran reforma.
¿Por qué dejó morir, el presidente Duque, el proyecto de ley que estaba vivo cuando llegó y que estuvo vivo hasta junio de 2019, casi un año después de su posesión?
¿Cometió el presidente la incoherencia de creer que los males de la justicia se resolverían porque él había llegado?
¿Tiene sentido decir ahora que el camino de la Constituyente sería muy lento, cuando ya estaría listo si hubiera atendido al llamado de que no dejara morir el proyecto que ya estaba avanzando y pudo haber estado aprobado hace más de un año?
Es lamentable que el presidente haya caído en esta incoherencia tan costosa para la democracia.
Ojalá no caiga ahora en la de dejarse amedrentar por la trampa de aquellos que, habiendo votado la iniciativa de Viviane Morales, sostienen hoy que no tiene sentido hacer una constituyente con motivo de los problemas judiciales de una persona, cuando nada más incoherente que todo lo planteado, hasta ahora, que el cuento hipócrita y fariseo de decirle al país que los problemas de politización y corrupción de la justicia se resolvieron ya, por el hecho de haber metido preso a Álvaro Uribe.
Continuará...