Los problemas de nuestro país no se limitan al uribismo, pero no es menos cierto que ese sector político ha abierto profundas heridas en el cuerpo social colombiano y en sus comunidades flageladas por su ejercicio de poder violentísimo, despojador y corrupto hasta la degradación moral del Estado, a niveles ya insoportables.
Por eso ver a las huestes uribistas sollozantes y preocupadas nos hace pensar en la posibilidad de una Colombia sin el lastre que esa concepción política y filosófica representa. La reciente decisión de la Corte Suprema de Justicia, consistente en dictar medida de detención domiciliaria contra el expresidente Uribe, genera una situación muy interesante en el país (con posibles repercusiones en todo el continente).
Esta decisión amplía el marco de una coyuntura —más bien de una construcción histórica del avance político y social— que se viene gestando desde hace algún tiempo, la que tenemos que relacionar con antecedentes como las movilizaciones de noviembre pasado, la votación obtenida por la Colombia Humana en la últimas presidenciales y el proceso de paz, por solo mencionar algunas, cuyo desarrollo y desenlace aún está por verse o hacerse.
Dicha situación muy interesante pone de relieve aspectos que a veces a simple vista no se dejan ver y puede abrir inmensas posibilidades si se sabe capitalizar.
Nos demuestra el reciente golpe moral y material al uribismo, que esa ultraderecha no es invencible, por el contrario, así se evidencia, es derrotable. Esta ultraderecha carece de proyecto político, basa su actuar en la fuerza bruta y la violencia, es elemental, libreteada, torpe y sin manejo de temas de la agenda del siglo actual. Claro, estas debilidades no implican su derrota automática, porque esa derrota debe provocarse, empujarse, para vencerla hace falta inteligencia y perseverancia, jamás la violencia venció la inteligencia: “trincheras de ideas valen más que trincheras de piedras”.
Lo importante de la eventual derrota al uribismo no es ver a sus figuras tras las rejas. Lo importante de vencerlo es que con ello avanzamos hacia la superación de la ultraderechización que en las últimas décadas poseyó a Colombia. Esta ultraderechización, que tiene origen en el anticomunismo inoculado por décadas en este país, está asesinando a líderes sociales a lo largo y ancho del país: cesar la agresión y persecución al movimiento social, he ahí la verdadera importancia de derrotar a la ultraderecha.
La actividad libre y sin temores del movimiento social que puede desatarse con la superación de esa concepción extremadamente reaccionaria, permitiría, sin duda, un avance también significativo hacia la democratización profunda del país, porque el movimiento social debe representar la fuerza vital de una verdadera participación democrática que supere la idea de democracia restringida, la cual reduce la participación social al estrecho margen del voto. El movimiento social es el oxígeno de la verdadera democracia moderna.
Todo lo dicho va sin mencionar aun que la superación del uribismo representaría asimismo la superación del escollo principal de la implementación del Acuerdo de Paz, el cual, como se sabe, es un tratado para la reconciliación del país que apunta a la democratización de la vida nacional. No diremos que el uribismo es el único enemigo del Acuerdo de Paz, porque el mismo Juan Manuel Santos no tuvo voluntad de implementarlo y, lo que es más, quienes usufructúan el Estado colombiano se han opuesto a su aplicación, pero sí debemos decir que el sector político que encabeza el Centro Democrático es el más acérrimo enemigo del Acuerdo, por lo que es una prioridad derrotarlo.
Las oportunidades y posibilidades que se abren si superamos el uribismo como cáncer que lacera la vida colombiana, son bastas y dilatadas, pero esa tarea nos impone un presupuesto fundamental: la unidad de los demócratas, amigos de la paz y la restauración moral de Colombia. Debemos decirlo hasta el cansancio: la unidad es asignatura pendiente, porque nuestra división sigue siendo la piedra en el zapato para victorias estratégicas.
La unidad de todos estos sectores variopintos debe ser labor constante, perseverante y tenaz, es cuestión de vida o muerte, sino que lo digan las familias de los líderes sociales asesinados que padecen en los rincones más apartados la división mortal que nos hace cómplices de la barbarie.
Nada más abyecto y sórdido que el alma divisionista: la unidad, siendo sinónimo de vida, requiere grandeza de espíritu y de metas, exige que nos desprendamos de pequeñeces, implica superar el viejo espíritu neogranadino de debates baladíes, nos demanda dar prioridad a lo importante y postergar los reclamos que en este momento no contribuyan a la derrota del enemigo principal.
La unidad no significa abandonar las convicciones profundas, sino abrazar la causa prioritaria dejando transitoriamente lo demás para después; la unidad es tolerancia, es, digámoslo de una vez, amor profundo.
La superación del uribismo no se dará mañana, pero ya sabemos que podemos pensar en su derrota para hacer emerger un país sin homofobia, racismo y clasismo, una Colombia incluyente, profundamente democrática y participativa.