No, perdón, cruce de cables; el que tal vez iría al Atlético es James Rodríguez, pero es que entre el desbordado bochinche y el circunloquio de las doscientas o más notas en la primera página de este día, en la radio de ayer, la de hace años copadas de Uribe y de James uno va confundiéndose hasta estrellar.
O simplemente quiere estrellar. Contra la pared, indigesto del caudillo, del verdugo, del ultra, el milagroso, de la estrella marchita, de la víctima desafiante. El país padece, el país enferma, el país implora, decae y se revuelve, pero posterga, cabecea y se envicia en esa morfina noticiosa que James y Uribe consiguen abastecer.
Al alcance de las venas está lo que queremos. Los dealers de la información y los de la política son potentes, distribuyen barato y a crédito, van sin descanso murmurando. Necesitamos algo de circo, un poco de pan, de agua estancada, miedo; James y Uribe están tristes, y también nosotros, ellos son droga para devorar el tiempo, penetrar en sus agujeros negros, envejecer y renacer en este sopor. En la sobredosis y sus síndromes cierta mañana después de perseguir colas de cometa amamos a la Corte, igual que detestamos a Zidane; luego alguien empuñará armas y jurará guerra y lagrimas. Que se tengan el país y el Real Madrid, en la mezcla vamos andando y ya da igual. Hay morfina hay machetes, hay política, twitter y fútbol.
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La casa de Uribe, el caballo de Uribe, los hijos de Uribe, el rencor de su sonrisa, las culpas, su inocencia, sus milagros deíficos, su trino al despertar y al caer la tarde…
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La casa de Uribe, el caballo de Uribe, los hijos de Uribe, el rencor de su sonrisa, las culpas, su inocencia, sus milagros deíficos, las decepciones, su trino al despertar y al caer la tarde; la costumbrista filosofía política que desde su puño escribe la enciclopedia ilustrada de país político, del país muerto, del país en elecciones, del país que bebe hielarenga clientelas. El es el cisma, de él se hace leña del mismo modo que se erigen palacios.
Como la pantorrilla de James, piensa uno. James trota, mete pase-gol, madrugó a la práctica, mañana no juega, irá a Inglaterra o a Italia, está molesto, busca un vientre, el técnico no lo quiere, lo acechan; Colombia lo ama, Colombia lo odia, James se lapida y James se celebra, es diez, nueve, a veces cero.
Dos décadas, un siglo que corre y un poco más el tiempo en el que la sociedad colombiana deambula entorno a la vanidosa hoguera del presidente que fue, que es, que copa todas las páginas. Su hacienda no está empotrada en inmensas tierras de Córdoba, la suya con empleados, con lacayos, con votantes, con coristas o contradictores es más grande, mucho más; ocupa el telúrico mapa de este país que madruga y va a la cama rumiando de él, de lo que promete o adeuda, es Dreverhaven el protagonista de Karakter, con la cara alta y una faz para siempre indescifrable.
Todo indica que desfalleceremos exánimes en la rueda de prensa cotidiana de Uribe y de James; ellos ponen el primer punto del orden del día, somos todos sus cronistas políticos, portavoces de su corte y gratuitos comentaristas deportivos. James jugará un día, o varios. De Uribe habrá que ver.