Una de las grandes apuestas de Iván Duque desde que se posesionó hace dos años fue ayudar a hacer caer el chavismo en Venezuela. El respaldo de Estados Unidos a Guaidó cuando se autoproclamó presidente permitió albergar unas esperanzas que alcanzaron su apogeo el 23 de febrero del 2019 con el Live Aid de Cúcuta. Ese día, con viento en la camiseta, Duque le dijo al mundo que a Maduro le quedaban pocas horas en el poder. Algunos de sus detractores hicieron un contador y ya han pasado 13.219 horas desde que dijo eso y no ha caído y parece que no va a caer. Lo patético es que a su mentor, Álvaro Uribe Vélez, la Corte le dictó medida de aseguramiento el pasado martes 4 de agosto.
Desde Caracas no se ahorra adjetivos contra Uribe y celebra la detención de El Matarife como lo llama. La caída de Uribe es un punto a favor de Maduro y un golpe durísimo para Duque, justo cuando llega al ecuador de su mandato. Triste para el joven presidente que tendrá los próximos años tratando de apaciguar a las cobras del Centro Democrático. Una de ellas, la senadora Paloma Valencia, le está pidiendo que sin cortapisas se ponga la camiseta del partido y luche, no por una reforma a la justicia, sino por una nueva constituyente que permita juntar las cortes. Es decir, que haga todo lo posible por sacar al líder supremo del hoyo donde se metió él mismo, al denunciar a Cepeda por supuesta manipulación de testigos, y que se eche de enemigos a la mitad de este país que ya ve escandalizada como el presidente es capaz de emitir juicios de valor contra la justicia colombiana.
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A los 44 años no puede hipotecar su capital político yéndose lanza en ristre, como fiel escudero, para defender a su amo y contentar a sus mosqueteros con Paloma a la cabeza
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Duque está en el peor de los mundos y la sombra de la ingobernabilidad lo atenaza. Sin embargo, debe pensar en su legado. A los 44 años no puede hipotecar su capital político yéndose lanza en ristre, como fiel escudero, para defender a su amo y contentar a sus mosqueteros con Paloma a la cabeza. Acá hay otros problemas más graves que el juicio a Uribe. El país presenta ya un desempleo del 20 % y la crisis generada la pandemia está provocando desesperanza y hasta suicidio. La imagen negativa del otrora presidente eterno rebasa ampliamente el 60 % y, seamos francos, al menos la mitad del país descorchó la champaña el martes 4 de agosto ante la decisión de los magistrados de la Corte.
Durante mucho tiempo hicimos negación y nos resistíamos a creer que el gran proyecto político por el que Uribe se hizo elegir en cuerpo ajeno fue no ser juzgado por la justicia. Su resistencia a la jubilación no solo era producto de su adicción al trabajo, sino que necesita el poder para no caer en el oprobio al que ha sido enviado. Pero las declaraciones de apoyo al expresidente, el meter las manos al fuego por su inocencia, son un escándalo mundial. Como presidente debería ser el jefe de su partido pero Paloma Valencia, quien ha asumido la vocería en ausencia de Uribe, dejó claro que Duque debe obedecer, que por eso el presidente lo escogió, porque jamás podría tomar decisiones y autonomía, porque un error como el de Santos no lo volvería a cometer jamás.
Pobre Duque, es una humillación tremenda para él ver cómo cayó Uribe y cómo el contador de las horas de Maduro sigue subiendo. Sería divertido, nos reiríamos si esto no nos afectara a todos. Duque manda solo para una persona y, para complacer a su partido, gastará hasta el último gramo de energía en lograr que salga, sea absuelto, organizar una nueva constituyente y hundir a los magistrados que condenaron a su líder supremo. Afortunadamente no tendrá el tiempo suficiente. Afortunadamente será el último presidente uribista.