El liberalismo fue un gran avance político, económico y social para la humanidad. Su importancia reside en que supuso un verdadero cambio en todos los aspectos de la sociedad, impulsando, la democracia y el estado de derecho. El liberalismo limitó la intromisión estatal en las relaciones sociales promovida por el conservadurismo, y la ruptura de la manipulación económica e ideológica, lo que permitió el resurgir de los derechos y las libertades civiles.
En esencia el liberalismo pugna por entregar el poder a los ciudadanos y erradicar modelos arcaicos como como el terratenismo, el poder absolutista del estado y la imposición de dogmas.
En Colombia, con una elite dominante desde hace doscientos años, los intentos por permitir el surgimiento de un verdadero liberalismo se han visto trastocados. Un grupo de hacendados con ínfulas de mafiosos se ha asentado en el poder y la falta de verdaderos postulados sociales, ha venido a convertir al liberalismo, en un simple requisito de suscripción partidista, cuyas bases resultan desconocidas incluso para quienes se consideran a sí mismos liberales.
Ser liberal no es una contradicción de ideologías políticas o económicas, si no que hace referencia a una verdadera ética social, una forma de relacionarse con los demás en una sociedad libre, democrática, tolerante y respetuosa de las creencias del otro. Aclaro en este punto, que personalmente no sigo ninguna ideología política, por el contrario, concibo una sociedad que se dirige a sí misma de manera autónoma sin imposiciones de modelos de ninguna índole. Sin embargo, el liberalismo como principio de acuerdos, o de respetar la opinión y condición del otro, plantea una ética que aporta como principio en tal búsqueda de autonomía.
Y es que precisamente la falta de liberalismo en la sociedad colombiana es la causante de la confusión política y social que afecta al país desde hace décadas, un partidismo ausente de contenido y acuerdos para la comunidad, dogmático y cuyas reformas transversales, solo benefician a un grupo de privilegiados, generando un contexto dramático de corrupción, pobreza, violencia, desempleo y falta de acceso a la educación, que sobrepasan cualquier ideología, y acrecientan la división política.
Si un verdadero sentido liberal logra resurgir y consigue vencer el dogmatismo, de izquierda, centro o derecha, alcanzando acuerdos políticos y leyes trascendentales para el futuro de la sociedad colombiana, por ejemplo, una política universal en educación superior, protección del medio ambiente, transición a energías renovables, fomento al emprendimiento y tantas otras que se requieren de manera inminente y que trascienden los radicalismos, y diferencias ideológicas, sin duda podemos encontrar convergencias entre los actores políticos del país y la sociedad en general.
Esto es lo que propone y defiende Humberto de la Calle, el arquitecto de un proceso de paz que dio fin a un conflicto interno de seis décadas en Colombia. Un desafío que debe acoger la Colombia social es la premisa de este abogado caldense, quizá el último liberal consecuente del país y a quien la ciudadanía y quienes aspiran ser candidatos en el próximo 2022 deberían escuchar atentamente.