En la última semana he buscado quién me explique las razones para tumbar al procurador Alejandro Ordóñez Maldonado y no he podido. Puede ser el efecto de Brasil 2014, que nos tuvo tan imbuidos en temas deportivos. En todo caso, nadie me saca de la duda ante semejante esperpento jurídico y constitucional.
Según algunos —de lo que se alcanza a leer por ahí—, en la Constitución no está escrito que el procurador general pueda ser reelecto, y lo dicen como si la Constitución lo prohibiera, o como si todo el derecho estuviera en la Constitución, cosa que es falsa; según otros, a Ordóñez lo eligieron congresistas que tienen familiares en el Ministerio Público, punto al que no haremos caso por el descaro y la soltura de quienes lo sostienen. Algunos más, que no dudo en calificar de excéntricos, le añaden al tema ingredientes conspirativos, acuerdos secretos, movidas clandestinas, coaliciones y conjuras: ¡Qué bah! Eso es lo mismo que la teoría conspirativa del calentamiento global, la teoría conspirativa del ocultamiento extraterrestre o la conspirativa del alunizaje en el programa Apolo: ¿Cuál conspiración, si en el caso Ordoñez no hay propósito secreto, sino público? Conspiración hubo —pregúntenle a Maradona— entre la Fifa y Carlos Velasco Carballo para eliminar a Colombia frente a Brasil ¡Eso sí es conspiración!
Al margen de que Edgardo Maya Villazón fue el primer reelecto para ese puesto y nadie dijo nada, a Ordóñez lo atacan porque es Ordóñez, y por la amenaza que creen que él representa: una amenaza a las ideas de cierta izquierda que pretende tener privilegios de inmunidad; un peligro para ciertos funcionarios elegidos popularmente que convenientemente persiguen un barullo disciplinario, y un reto para fanáticos encubiertos que están dispuestos a alcahuetear cualquier cosa que se diga, que se discuta o que se pueda derivar de los diálogos en Cuba, sin conceder réplica alguna.
No estoy de acuerdo con que el Procurador discipline a los congresistas por la razón elemental de que un funcionario no puede investigar y sancionar a quien lo elige (en este caso los senadores), y por las nefastas consecuencias que de allí se derivan (como su reelección predestinada). Esa es una colombianada jurídica que causa sonrisitas a visitas legales extranjeras; y me gustaría saber algún día a quién se le ocurrió ese destello de genialidad, sólo comparable con el de la Fifa, al conceder el Balón de Oro a Messi.
Pero eso ni es culpa de Ordoñez ni es razón para que desaparezca la Procuraduría o para que dejen al Ministerio Público en estado vegetativo. Sin que se sepa muy bien a qué carajo llamamos izquierda o derecha (cosa harto discutible entre nosotros), hace carrera la idea de que es un honor tener cercanía con la guerrilla o que defender la idea moderna de seguridad y monopolio estatal del uso de la fuerza es sinónimo de derecha paramilitar. Lo primero te hace gestor de paz o intelectual (recuerden aquello de que los rebeldes matan a veces para que otros vivan); lo segundo delincuente, reo, criminal, bandido. Y ese es el prejuicio que está detrás del debate acerca de la elección del procurador. Señores: tiene más contenido legal el gol de Yepes (Brasil-Colombia) que la nulidad de la elección del procurador. Coyuntura pura y dura.
Si me obligaran, diría que no; pero este asunto pareciera hacer parte de una cadena de acontecimientos relacionada con la sanción a Petro. Aparte de que un magistrado del Tribunal Administrativo de Cundinamarca estiró a límites científicos el régimen de impedimentos para fijar posición, las consecuencias del ejercicio disciplinario del procurador en aquél caso nos tienen ad portas de perder el Ministerio Público para siempre, porque una institución existe no solo cuando está reconocida formalmente, sino cuando tiene los medios para cumplir su misión institucional y, además, si está protegida de contragolpes. Lo demás son tigres de papel.
Por todo lo dicho, queridos lectores, no nos llamemos a engaño: la decisión por venir en el caso Ordóñez no es sobre los supuestos efectos perniciosos de una reelección (cosa tan opinable), ni para despejar aspectos insondables del derecho constitucional occidental (cosa tan ridícula), como quieren hacernos creer los pretendidos nuevos espíritus del pensamiento jurídico-político. Es sobre la persona que actualmente está en el puesto y punto. Y será igual de político, tanto si dejan a Ordóñez, como si se anula la elección. Eso si, después del autogol de Marcelo en el Estadio Arena Corinthians (Brasil-Croacia), los invito a seguir viendo cómo el Estado colombiano mete goles en su propio arco. Este autogol, el de tumbar al procurador, sí que tendrá consecuencias destructoras. ¿Se habrán pasado de listos los artífices de la idea? Está por verse…