El pasado 30 de julio fue publicada en la sección de opinión de El Colombiano una polémica columna titulada El último descaro, más específicamente en el apartado del Taller de Opinión. Como sabemos dicho espacio está destinado a promover la opinión entre los jóvenes de las distintas universidades colombianas, estimulando así un ejercicio vital para la libre expresión y la democracia misma.
Para opinar se requiere contrastar continuamente información, que bajo el análisis del autor y su reflexión del tema debate cualquier problemática que considere de interés público. La información de la columna, en ese sentido, peligrosamente incompleta si no está sujeta a las dudas y preguntas que la opinión estimula, y debe estar fundamentada en datos verídicos, como comenta Javier Darío Restrepo en el consultorio ético de la FNPI.
Cuando se opina no hay vía libre para decir cualquier cosa. Si se abandona el terreno de los argumentos, si no se contrastan opiniones y, por el contrario, se recae en dogmas o afirmaciones cegadas sobre lo que se quiere decir, allí ya no hay opinión sino panfletos de odio usados a modo de plataforma de ataque contra cualquier otra persona que no piense igual que el columnista.
Precisamente esto es lo que ocurrió con la columna en cuestión, escrita por Luis Hernán Tabares. Él hizo un ataque frontal sin evidencia alguna contra el gremio médico. En medio de la pandemia por el COVID-19 que ha dejado miles de murtos alrededor del mundo resulta desafortunado mencionar que los médicos promueven los decesos de personas con supuestos fines económicos. Son ellos los primeros en la línea de batalla contra el virus.
Aquí la opinión recayó en meros comentarios de pasillo y se apoyó en las múltiples teorías conspirativas que de forma desmedida han crecido en igual proporción al número de infectados. El temor que expresa Tabares al decir que en una unidad de cuidados te pasan rápido al "papayo" minimiza el objetivo de los médicos cuando se gradúan, salvar vidas; y recae en un sesgo donde su visión personal se afirma como una contundente verdad.
Finalmente, la columna mencionada abre un debate sobre la ética periodística y los despropósitos en los que un escritor puede recaer al llevar al mínimo el arduo trabajo existente detrás de una columna. Es un llamado de atención para que estos casos no vuelvan a ocurrir y generen un impacto tan negativo en nuestra sociedad. Ya estamos suficientemente polarizados como para echarle más leña al fuego y acusar a cualquier persona o grupo social de cosas que jamás existieron. Hacerlo espero sí sea el último descaro de cualquier escritor.