En una caja de cartón pequeña cupieron su bluyín, la camisa y las otras pocas pertenencias. Con ella escapó de su casa a los 15 años de edad para huir de un padre maltratador. Reconoce que hizo dinero, también que lo gastó a raudales en trago, mujeres, parranda, esfumando así el sueño verde, verde de las esmeraldas en Muzo. Huyó nuevamente, esta vez acusado de un asesinato que no llegó a cometer. En Corabastos bultear fue su rumbo y luego de tanto mover carros logró sacar licencia de conductor. Hoy, en la séptima década de la vida, su vehículo transporta huéspedes extranjeros y nacionales en un hotel de la capital. Pasó por la “guerra del centavo” con la cual —hacía buena platica, doctor—, tanto que educó en universidad a sus hijos. También se gastó los ahorros y ahora solo posee su buen talante, su genio agradable, disposición para dejarse guiar por señas cuando no entiende esos idiomas extranjeros. Buena conversación es su principal medio para ganar amigos, para hacer agradable un trayecto.
Llegué en época de sequía al parque natural Los Flamingos, cerca a Riohacha. Temprano en la mañana, no había más turistas todavía. Yo no lo escogí, fue el barquero quien me escogió, o la suerte, o la casualidad o mejor aún la causalidad, causa-efecto. Caminamos un buen trayecto porque la sequía había alejado las barcas, una buena playa por recorrer bajo un sol que todavía no abrazaba. Una vez en la chalupa, solos el y yo, iza la vela que muy poco nos sirvió. El viento apareció cuando veníamos de regreso y se empeñó en estar en contra nuestro, él caminó literalmente sobre el lecho de la laguna para empujar la barca. Por el trayecto aparecen mis preguntas y él, dispuesto, me cuenta su vida. Vive de tres cosas, o transporta turistas en balsa hasta donde estén los flamingos; o es mototaxi; o es pescador. Lucha por el derecho a la tierra de sus padres para que no construyan más hoteles 5 estrellas. Le gustan su esposa, sus hijos y se divierte con el deporte que a mi menos me gusta, el balompié. ¿Qué ha superado a sus menos de 30 años de edad? La delincuencia, la violencia, la maldad que en una época fueron su estilo de vida. Ya tiene mirada transparente, sonrisa a bordo y buen lenguaje.
¿Qué tienen en común taxista y barquero? Que son colombianos. Los dos superaron adversidad, maldad, miedos. Los dos se dejaron guiar —seguramente por su alma— por el buen camino de la rectitud, honestidad final, decencia. Los dos pudieron tomar el camino de la violencia, del odio, de la matanza y no se dejaron conducir por allí. Los dos crecieron en Espíritu y en Humanidad. Por ello también son héroes anónimos de la patria, como lo son todos los colombianos honrados, “ciudadanos de bien”, tal como decían los abuelos. No lo pregonan, no tienen necesidad de ser reconocidos por otros, lo saben en su fuero interno y con ello les basta.
Los demás: los corruptos de todos los estratos; los violentos de cualquier bando; los ladrones de cuello o sin cuello; los que destilan odio en sus palabras y acciones; los opositores sin propuestas; simple y sencillamente no son colombianos. No merecen ese distintivo. No merecen ese orgullo, el de llamarse colombianos. Ojalá algún día seamos dignos de llamarnos colombianos los 47 millones de habitantes de este país, sin excepción. ¿Sueño? No creo. Será una realidad.