No escribo una noticia sobre la celebridad del momento, ni hago una queja sobre la política nacional, ni siquiera reseño algún evento de trascendencia. Simplemente utilizo este espacio como recurso para desahogar una vivencia personal que estoy seguro más de uno está atravesando.
Nací en Bogotá hace 36 años, llevo dibujando los últimos 22. Siempre he tenido inclinación hacia las corrientes plásticas “de afuera”: manga, anime, comic, videojuegos. Han sido mis motivaciones e inspiraciones a la hora de crear. Pues bien, hace 6 años llegué a vivir a un municipio cercano a la capital del que prefiero no acordarme, en el que busqué la manera de ejercer mi “arte”, si cabe la palabra.
Aunque en un inicio fui expositor de mi trabajo de ilustración, por regla general fui rechazado en todos los círculos artísticos: la biblioteca, el centro cultural, la alcaldía. El municipio ya tenía establecido firmemente lo que es “arte y cultura”: lo colombiano es arte, pero lo de afuera no. Por ende, bailar guabina, bambuco o torbellino en el parque una y otra vez entra en el canon, al igual que pintar paisajes de humedales locales y hacer estatuas que demuestren una especie de patriotismo y que subrayen que si no es colombiano no es cultura y si no es bueno es por extensión malo.
Aun así, me presenté al programa de plan de estímulos para solicitar recursos y lograr crear algo que se alejara de lo tradicional: quería hacer un comic ubicado en el municipio, pero con influencias de las corrientes que alimentaron mis ideas por años: conspiraciones, pandemias, apocalipsis, extraterrestres. Cualquier cosa de las que comúnmente vemos en Marvel o DC, pero llevado al territorio nacional. El proyecto fue aprobado, pero con las consabidas restricciones: nada de violencia, nada de sangre, todo tan políticamente correcto como debe ser.
Se hizo un lanzamiento del resultado en un evento a las 6:00 p.m., pero que fue anunciado parcamente a las 5:00 p.m. Fueron 12 personas… pero se imprimieron 500 ejemplares de un cómic que al municipio poco le importó darle distribución y que ahora reposan en mi casa como testigos permanentes de lo mucho que se preocupan los entes culturales por llenar una planilla diciendo que un proyecto está terminado, aunque le den nula distribución.
En fin, a finales del año pasado se hizo una actividad con autores tanto locales como de otras ciudades donde fui invitado, pero como mero espectador: se cubrió por redes sociales, se hicieron fotos y entrevistas, se reseñó cada obra y autor. A mí ni siquiera me nombraron, nunca en mi vida había sentido tanta vergüenza y decepción.
Para colmo de males, al año siguiente me presenté a un diplomado cultural que se resumió en reforzar lo ya visto: grupos como Chocquibtown son buenos por ser colombianos, pero si algo viene de afuera (Tristania, Epica, Atargatis, Within Temptation, Apocalyptica…) no es cultura.
Y ahí no para la cosa, tiempo después apliqué a la entrevista laboral en que la nueva alcaldía prometía acabar con la omnipresente “rosca”. Lo último que supe de esa oportunidad laboral a inicios de este año fue un “no vuelva a llamarnos” que cumplí más por vergüenza que por obediencia.
También presenté una obra (la de la imagen) para el salón de artistas virtual del municipio y me acaban de informar que no pase. Había mejores trabajos o mejores artistas supongo. Afortunadamente a un municipio vecino le pareció interesante mi trabajo y me alentó a presentar un proyecto académico donde se pudieran dar a conocer a estudiantes locales los temas que manejaba. Se presentó, se aprobó y está a la espera de iniciar clases.
A pesar de los tropiezos, me satisface saber que hay sitios sin prejuicios arcaicos donde temas como “la literatura en los videojuegos” o “las influencias del cómic en el arte occidental” no son vistos por encima del hombro. Después de todo lo dicho quiero llegar finalmente a una reflexión: sí, es maravilloso que queramos creer que lo colombiano es bueno, pero no si ello excluye otras corrientes artísticas externas.
Posiblemente hay más oportunidad en el medio tanto artístico como laboral para alguien que hace caricaturas de Shakira o Falcao que para mí por dibujar personajes de Metal Gear o Death Stranding, pero… igual es arte. Poner en un pedestal las corrientes culturales de nuestro país sin darle ninguna oportunidad de expresión a otras por ser un manga o un cómic es reprimir a quienes pulen sus talentos en esas formas de arte y que deberían tener la misma visibilidad que los nacionales.
Sé que no pueden cambiarse las cosas de un día para el otro, pero también sé que hay ciudades en Colombia que apoyan tanto nuestras tradiciones nacionales como las foráneas. No espero más, simplemente pedimos igualdad.