Dos episodios del 20 de julio de 1810

Dos episodios del 20 de julio de 1810

Estos relatos hacen parte del libro 'Boyacá: senderos de gloria' de Carlos Bastidas Padilla

Por: CARLOS BASTIDAS PADILLA.
julio 21, 2020
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Dos episodios del 20 de julio de 1810

Una mujer de corazón valiente

El 20 de julio de 1810 dimos nuestro grito de independencia —“grito” porque así se ha dado en llamar a esos bramidos previsores de nuestros próceres en los albores libertarios. Cautelosos: como que no querían la cosa, y la cosa queriendo—. Ese día (que empezó con el grito del chapetón González Llorente al recibir el guantazo que le mandó don Antonio Morales, porque, al parecer, no le quiso prestar un florero), en Santa Fe parecía un día de fiesta muy alborotado; sobre todo para los chisperos guiados por José María Carbonel, constituido en cabeza de motín y en bandera que iba y venía de barrio en barrio reclutando gente para no perder esos momentos de “efervescencia y calor”. Al estruendo de la revuelta, los estudiantes de San Bartolomé y Nuestra Señora del Rosario abandonaron en tropel las aulas y se lanzaron a las calles. Por ahí estaba Hermógenes Maza con Atanasio Girardot y Manuel Rodríguez Torices; por otro lado andaba Francisco de Paula Santander con un par de amigos: Rafael Urdaneta y Rovira, en medio de la procelosa multitud, y no solo ellos: también los maestros, que los instruyeron en la ciencia y en el amor a la patria, iban por delante como una columna de fuego señalando el camino de la libertad y la victoria.

Para contener a ese tropel de unas diez mil personas, en la Plaza Mayor el virrey había mandado colocar un piquete de artillería, comandado por el oficial venezolano Mauricio Álvarez; tenía un cañón en posición de tiro apuntando hacia la alborotada muchedumbre.

—Van a disparar.

—Solo esperan una orden por escrito del virrey.

Por entre el tumulto enardecido se abre paso un mensajero del virrey que trae la orden.

Los soldados calan la bayoneta y el artillero se coloca detrás del cañón. El pueblo, desconcertado, por instinto se repliega un tanto; en eso se desprende de la multitud Manuela Maza, hermana de Hermógenes, arrebata al mensajero el papel que trae y sale en dirección al comandante Álvarez.

Ella avanza sola y al llegar frente al jefe del batallón, le alarga el papel y le dice:

—Aquí tiene, señor, la orden escrita. ¿Va a disparar contra nosotros? ¡Contra mí, primero!

El sorprendido oficial recibe con delicadeza el papel, la mira a los ojos largamente, y hechizado lo rompe y grita:

—¡Viva la patria!

—¡Vivaaaaa!

Así, en esa jornada, el pueblo ganó un militar para su causa, y el militar, con Manuelita Maza, una futura esposa.

Con el tiempo parece que hubo un disgusto entre Hermógenes Maza y su cuñado. José María Espinosa dice haberse encontrado con Mauricio Álvarez, huyendo de Hermógenes, quien lo buscaba para matarlo. “Álvarez sabía que su cuñado cumplía esta especie de promesa, y se acogió a un Cura solicitando su amparo”. Cosas de familia…

Poniendo el pecho

Ese 20 de julio fue un día de mercado que, a diferencia de otros días de plaza, a grito vivo, por toda Santa Fe se ofrecían, a manos llenas, sueños de Libertad, Igualdad y Fraternidad. Y se creía lograrlos con solo irse por ahí, a la loca, para donde iba toda la gente. De Egipto a San Victorino y de San Diego a Santa Bárbara, los santafereños alzados andaban por todas partes gritando a voz en cuello que ¡cabildo abierto! y que:

—¡Mueran los chapetones!

—¡Viva la independencia!

—¡Arriba los de abajo!

—¡Abajo los de arriba!

Mejor dicho, se armó la de Dios es Cristo. Era de verse cómo eran de aguerridas las santafereñas que, en ese tumultuoso día, le pusieron el pecho a la revuelta. Sin distinción social, todas a una, como las de Fuenteovejuna, con piedras, con pistolas, con palos, armas blancas y tal vez hasta con tomates, andaban sueltas por las calles gritando, avivando el movimiento y movilizando a los hombres vacilantes que, desconcertados aún, no sabían qué dirección tomar.

“Una mujer, cuyo nombre ignoramos, y que sentimos no inmortalizar en este Diario, cuentan Francisco José de Caldas y Joaquín Camacho, en el diario que llevaron del 20 de julio al 20 de agosto de 1810, reunió a muchas de su sexo, y a su presencia, tomó de la mano a su hijo, le dio la bendición y le dijo:

“—Ve a morir con los hombres. Nosotras, las mujeres (volviéndose a las que la rodeaban) marcharemos adelante; presentemos nuestros pechos al cañón; que la metralla descargue sobre nosotras, y los hombres que nos siguen y a quienes hemos salvado de la primera descarga, pasen sobre nuestros cadáveres; que se apoderen de la artillería y libren a la patria.

“Las mujeres daban ejemplo a los soldados —continúan Caldas y Camacho—. Un valiente patriota que avanzaba con espada en mano, pidió a una mujer se apartase para ocupar ese lugar. Esta se injuria y le dice:

“—¿La piedra que yo lance no hará tanto efecto como tus golpes?

“Despreció el consejo y se mantuvo en su sitio”.

Tiempo después, ya en plena gesta independentista, otra de estas mujeres de valor, una antioqueña de nombre Rosalía, sabiendo que el gobernador de Antioquia, José Manuel Restrepo, estaba reclutando hombres para el ejército republicano, consiguió un fusil y con su único hijo, de apenas 15 años, fue a ver al Dr. Restrepo y le dijo, entregándole el arma:

—Tome este fusil, señor gobernador, y arme a mi hijo para que vaya a la guerra, a luchar por su patria.

Estas mujeres patriotas, por su desprendimiento, coraje y patriotismo, hacen recordar a esa madre espartana que fue a despedir a su hijo que marchaba a la guerra, y oyéndolo quejarse de que su lanza era demasiado corta, ella le respondió:

—Pues, hijo, tendrás que dar un paso más.

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