¿Realmente es este el punto más difícil de la pandemia?

¿Realmente es este el punto más difícil de la pandemia?

"Dicen que está llegando el pico del contagio y que debemos esperar a que la curva epidemiológica baje para poder volver a la normalidad, ¿pero es cierto eso?"

Por: David Arturo Sepúlveda Durán
julio 23, 2020
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¿Realmente es este el punto más difícil de la pandemia?
Foto: Leonel Cordero

En principio, me veo obligado a admitir que no soy un destacado epidemiólogo o un importante doctor dando dictámenes médicos o macroeconómicos en los grandes medios de comunicación o en los coloquios universitarios vía Zoom; por el contrario, soy un joven universitario que solo tiene a su alcance los datos, las noticias y las verdades oficiales que se filtran por el monstruo informativo de las noticias e informes especiales de los canales digitales, los cuales desde hace ya bastantes meses bombardean de día y de noche los paralizados cerebros expectantes con millares de cifras sobre muertos, contagiados, pruebas y porcentajes en la capacidad de UCI, buscando atosigar a cada individuo con la cantidad adecuada de temor y apatía, sentimientos que se contraponen y equilibran en la cotidianidad laboral de una siempre distópica Colombia.

Por lo tanto, después de evidenciar la saturación en los hospitales más humildes del sur de la capital, el abandono a los departamentos empobrecidos, la locura consumista promovida desde un inepto Estado mediante el día sin (IVA), las gráficas atemorizantes de desempleo, los inhumanos desalojos, el terrible incremento de feminicidios domésticos y los cientos de trapos rojos colgados con angustia en pórticos, terrazas o ventanas en busca de cualquier ayuda, propongo que como habitantes de este rico pero desafortunado territorio asumamos posiciones precisas que nos permitan afrontar como sociedad esta nueva enfermedad, la cual se propaga tan velozmente como los chismes de la farándula criolla y amenaza con poner en jaque un ya desgastado sistema de salud, desnudando la inoperancia de las (EPS), las mismas que históricamente dejan sin abrigo a millares de personas desvalidas que no pueden pagar sus altos costes, aquellos pobres que frente a la indolencia e inoperatividad estatal para mantener a la sociedad en cuarentena, seguramente se vean obligadas a buscar el sustento diario en la economía informal, se vean expuestas al contagio para terminar muriendo en la silenciosa y fría acera sin poder respirar.

Hoy se nos dice, con un estúpido tono optimista en la voz de adornadas presentadoras de televisión o de serios ministros, que Colombia finalmente está llegando al pico del contagio por COVID-19 y que debemos esperar a que la famosa curva epidemiológica baje estrepitosamente para así poder regresar a los viejos tiempos de aglomeraciones despreocupadas en bares, conciertos, calles, empresas, cárceles, colegios o universidades (siempre públicas). Sin embargo, debemos preguntarnos por cuestiones a mi parecer evidentes pero fundamentales: ¿alguien puede asegurarnos que sin una cura próxima sea este realmente el punto más difícil de la pandemia?, ¿es posible vivir en constante aislamiento?, ¿puede el Estado o las empresas garantizarnos no morir asfixiados por el COVID-19 que contraemos reactivando la economía de los ricos?

La fulminante respuesta a todas esas preguntas se puede condensar en un contundente no, pues sin una cura próxima ni en este país ni en ningún otro, alguien puede garantizar cuando se ha experimentado el peor punto en tanto contagios y muertes por COVID- 19, se puede concluir entonces, que lo que estamos próximos a experimentar, serán periodos de picos y valles en las estadísticas globales y locales hasta que se encuentre una cura, se experimente y apruebe ésta por organismos de salud internacional, se logre producir en masa, se distribuya equitativamente en países pobres o ricos de todo el planeta y se hagan campañas de vacunación masiva.

Igualmente, al menos en Colombia, resulta casi ilógico que se plantee la sobrevivencia en un aislamiento total, ya que las instituciones han resultado evidentemente insuficientes para garantizar una vida digna en confinamiento para la población civil, escudándose en la falta de recursos estatales, mientras regalan a manos llenas dinero público a los avaros banqueros, a esa inmundicia financiera que se roba los contratos con coimas, a esa que es capaz de llevar a la bancarrota a miles de emprendimientos de las pequeñas industrias colombianas, la misma que está dejando sin trabajo formal a cientos y cientos de personas, a la que se eximio de pagar billones de impuestos en la última reforma tributaria y la que planea quitarle sus hogares a las familias pobres, mediante hipotecas a la vejez con irrisorias sumas pensionales.

Por eso es que nadie, ningún ministro, empresario, diputado, concejal, periodista, senador o alcalde, puede asegurar que no muramos asfixiados en la acera, al mendigar por míseros salarios, reactivando productivamente la economía de los más ricos, nadie puede brindar seguridad o tranquilidad a la ciudadanía colombiana, la misma que empobrecida y embrutecida fue la fácil presa del consumo desaforado por artículos electrónicos sin impuestos, endeudándose seguramente en impagables cuotas de tarjetas de crédito o en los peores casos, recurriendo al peligroso prestamista de los más pobres un temible cobrador gota a gota

¿Pero qué podemos hacer hoy que vemos nuevamente a cientos de personas en las calles aferradas a sus puestos artesanalmente construidos, agotados de gritar ofreciendo productos perecederos e imperecederos a cualquier apresurado transeúnte?, ¿debemos acaso buscar empleo formal en una economía capitalista derribada por la desigualdad, la pobreza y el descontento social agravados en tiempos de coronavirus? La respuesta histórica de las sociedades no ha sido otra que la solidaridad sobre la competencia, debemos afianzar los lazos sociales, afectivos y económicos de la sociedad en su conjunto, pues siguiendo las enseñanzas de Jaime Garzón: “Si ustedes (…) no asumen la dirección de su propio país, nadie vendrá a salvárselo, ¡nadie!”.

Esto, lejos de ser una simple decoración utópica de un texto izquierdoso, plantea una salida posible, adecuada y pertinente al problema que vemos venir. como sociedad debemos buscar salidas ingeniosas a las catástrofes más tenebrosas, debemos reinventarnos, cuestionar a cada instante las contradicciones, los vejámenes y las equivocaciones de un agonizante sistema que solo sabe tropezar, necesitamos unir esfuerzos en torno a la solidaridad, es imperante hacer un llamado a la conciencia humana, fortalecer la pequeña industria, los proyectos comunitarios, las ollas barriales, las huertas ciudadanas, los mercados campesinos, las ferias de emprendimiento y todos los otros proyectos rebeldes que salgan de la esfera podrida de los grandes monopolios estatales o financieros, pues fueron ellos en gran medida quienes nos trajeron a donde estamos. Construyendo en cada uno de estos espacios, sitios de reflexión conjunta respecto a diferentes problemáticas que nos aquejan como sociedad, denunciando violencias de todo tipo, laboral, sexual, de género, estatal, etcétera, emprendiendo acciones colectivas que les puedan dar respuesta.

Igualmente, resulta urgente apoyar como sociedad la invención local en los campos de la salud, no solo para abaratar costos en el mercado de la pandemia o por facilidad de alcance, transporte y adquisición de equipos médicos como respiradores artificiales o implementos de bioseguridad para el equipo sanitario, sino porque es momento propicio para exaltar una nueva etapa en el ingenio latinoamericano, tiempo para resaltar el intelecto de los países empobrecidos a los que históricamente se les ha negado dentro del conocimiento válido y lograr autosostenernos sin estar al vaivén de la disponibilidad de los mercados internacionales.

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