En verdad, la decisión de la Corte Suprema de negarle la libertad y, con ella, de impedirle que reasumiera el gobierno para el que lo eligieron, no me tomó por sorpresa. Aunque doloroso, ya no nos sorprende a los colombianos que las decisiones judiciales se tomen en contravía del Derecho y sin consultar en los fundamentos de la Justicia y el Bien Común.
Después de observar que el puente La Libertad se hizo y se hizo bien, en el precio que costaba y en los tiempos establecidos, y después de apreciar el respaldo manifiesto y sentido de las comunidades de la región y de todas las fuerzas vivas de su departamento, no me caben dudas sobre su inocencia.
Confieso que me llamó la atención la página de respaldo al gobernador que publicaron los antioqueños recién le dictaron la medida de aseguramiento. En ella estaban las firmas de los sectores sociales más disímiles, allí aparecían los empresarios y los trabajadores con los académicos y los estudiantes, las asociaciones regionales de la más diversas naturalezas con los alcaldes de todos los municipios, por eso no exagero cuando afirmo que son los antioqueños quienes salieron a respaldar a su gobernador. Y digo que me llamó poderosamente la atención porque un respaldo tan unánime a un gobernante que acaba de recibir el golpe de una medida de aseguramiento, constituye un caso único y destacable en un país tan irracionalmente polarizado, adonde la jauría política y mediática viven a la caza de cualquier persona a la que puedan devorarse en los circos romanos en que, finalmente, convirtieron el debate público.
En una política como la que hoy padecemos, no cabe la menor duda de que si su conducta hubiera mostrado alguna fragilidad no habría faltado el draculita que le hubiera saltado a la yugular.
Por eso, cuando la Corte confirma la arbitrariedad contra Aníbal Gaviria, de alguna manera también está cometiendo un acto de lo que podríamos denominar “lesa democracia”. Si bien no tuvieron el rigor jurídico suficiente como para reconocer que, a la luz de las causales establecidas por la Ley, no cabía la medida de aseguramiento, a nadie con dos dedos de frente y un milímetro de corazón le cabe en la cabeza que los magistrados no hayan tenido el más mínimo instinto de demócratas para atender el parecer y la conducta social de Antioquia con su gobernante elegido por ellos.
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Si su conducta hubiera mostrado alguna fragilidad no habría faltado el draculita que le hubiera saltado a la yugular
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Este constituye un típico caso en el que se manifiesta la insensatez de esa barbaridad que han dado en llamar el “Siglo de los Jueces”. El “Siglo de los Jueces” siempre termina en eso: en que juran que una sentencia es más importante que la democracia y que un magistrado es más importante que un pueblo.
Cuando ocurren cosas como ésta, no puede uno dejar de pensar en la historia, no solamente a la luz de los momentos de oscurantismo judicial que han tenido que sufrir las naciones en distintas etapas. También piensa uno en que con la historia ocurre algo parecido a lo que ocurre con el viento: que, como está escrito, a veces lo oímos silbar sin saber de dónde viene ni para dónde va.
Ahora, como “nadie sabe para quién trabaja” y “no hay mal que por bien no venga”, es posible que aquellos que lo metieron preso queriendo hacerle daño terminen exaltándolo a un liderazgo nacional que nadie esperaba y que los momentos de dolor e incertidumbre que hoy viven él y su familia terminen convirtiéndose en extraños peldaños de su carrera política hacia el 2022.
Como dicen los jóvenes, “es mucha coincidencia” que esto esté ocurriendo al tiempo que crece la preocupación por la lamentable precariedad de los que pintan como candidatos presidenciales para la próxima contienda. Cada vez es más frecuente escuchar las alarmas que se prenden ante el peligro de que se crezcan opciones francamente delirantes.
En medio de esta realidad, paradójicamente, la injusticia contra Aníbal Gaviria también ha permitido que el país lo observe y contraste cómo ha asumido su reto. No hay duda de que lo ha asumido con dignidad y madurez.
En sus alocuciones ha expresado un lenguaje firme y prudente, sin grandilocuencias ni insultos contra nadie. Pese a hallarse agredido con bajeza, su respuesta ha mantenido la estatura del hombre de naturaleza decente. En ningún momento ha caído en la tentación de aupar ningún victimarismo mesiánico, tan frecuente en los últimos años, aquí y en el vecindario.
Aníbal Gaviria es un hombre que ha vivido en carne propia algunos de los peores dolores de nuestra historia. Padeció la brutalidad de la violencia cuando secuestraron a su madre y asesinaron a su hermano. Ha padecido la injusticia de la justicia cuando el zarpazo contra su padre y ahora contra él. Está padeciendo el ultraje a la democracia, ahora cuando ve cómo pasan por encima del pueblo que lo eligió.
Y pese a todo, en medio de sus dificultades, este dirigente está mostrando la auténtica pasta del demócrata que tanto escasea entre los que hoy se ofrecen con ganas de ser presidentes.
En fin, como lo repetían, sin cesar, los abuelos, “no hay mal que dure cien años” y “la vida da muchas vueltas”.