Ramón Gil es uno de los mamos más reconocidos y respetados de la Sierra Nevada de Santa Marta, en los años 80, fue protagonista de la reorganización territorial del pueblo wiwa a partir del llamado de los padres espirituales hacia Duklindúe, territorio que comprende la zona nororiental de la Sierra entre los ríos Frío y Guachaca. Allí fundó las comunidades de Kemakumake, Kalabangaga y Gotzezhi en protección de los sitios sagrados Matuna y Donama, donde habitan importantes seres espirituales de la cosmogonía de los pueblos de la Sierra Nevada de Santa Marta, o Gonawindúa, como se conoce tradicionalmente. Así mismo, inició la unificación política de los pueblos kogui, wiwa y arhuaco a través de la Organización Gonawindua Tayrona (OGT), la cual lideró la compra masiva de tierras para la ampliación del resguardo y el diálogo directo con las instituciones del Estado, logrando extender y sanear el resguardo Kogi Malayo arhuaco, del cual fue su primer cabildo gobernador.
Ramón, al igual que la totalidad de los mamos de la Sierra mantiene estrecha comunicación con los padres espirituales, son ellos quienes confieren responsabilidades para la toma de decisiones que afecten la vida cotidiana de los miembros de su pueblo. En la madrugada del 5 octubre del 2014, Ramón logró sobrevivir a la caída de una poderosa tormenta eléctrica en Kemakumake, la cual acabó con la vida de 11 miembros de su pueblo, entre ellos uno de sus hijos y un nieto, mientras se encontraban deliberando en la Unguma, sitio de reunión tradicional de los hombres.
Al día siguiente, el país se conmovía con las imágenes de las viviendas y sitios ceremoniales de madera y palma totalmente calcinadas por el impacto del rayo. Los medios de comunicación nacional reproducían las declaraciones del mamo Ramón aún con el tizne del fuego en su cuerpo, manifestando que el suceso fue un castigo de Shipomba, “padre del rayo”, en represalia por las continuas afectaciones a la naturaleza, tala masiva de árboles, contaminación de fuentes de agua, y saqueo de elementos materiales del territorio sagrado. Advirtió en esa ocasión, que habrían de venir más enfermedades y sucesos trágicos en la humanidad sino hacíamos caso de las advertencias de los padres espirituales. “El rayo me dijo: le quitamos 11 para que hagan caso, y digan a los hermanitos menores (no indígenas) el mensaje también, sino pagan, voy a volver”, dijo.
Iniciando el mes de febrero visité a Ramón Gil en su casa de Gotzezhi, allí me recibió con su afable sonrisa y su acostumbrado reclamo de olvido. Acostado en su chinchorro me contó que ya casi no ve, ha ido perdiendo su vista producto de una vieja catarata que nunca se trató. Solo ve sombras y algunos colores ya opacos. Aún así “estoy tranquilo y feliz”, me dijo. “Si quedo ciego ya vi lo que tenía que ver”, concluyó.
En cada encuentro con Ade (padre en damana, lengua wiwa) Ramón, me cuenta de Sintana, Matuna y Kalashé, padres espirituales del pueblo wiwa, con los cuales se comunica en extensas jornadas nocturnas a través del zhatukwa, un milenario mecanismo de consulta que utilizan los mamos, el cual logra concertar las decisiones más trascendentales de los miembros de su comunidad con los padres del universo, presentes ahora en las montañas, ríos, lagunas y páramos de la Sierra Nevada de Santa Marta.
No hay un mejor narrador de historias “de antigua” que él, navegando entre los destiempos del positivismo, pero con la circular lógica del pensamiento indígena, acude a los principios del universo para explicar realidades fácticas de la materialidad actual. Ramon despliega una fascinante escenificación peripatética, ahora parsimoniosa, donde imita las voces de los espíritus e inefables expresiones corporales de árboles y piedras, tal cual como ellas le hablan a él, logrando transmitir el mensaje más profundo de las palabras de los mayores, las cuales se encuentran grabadas en cada rincón del territorio ancestral.
De sus extensos relatos e incalculables entrevistas se han publicado una amplia variedad de artículos, editado videos y documentales, y se han escrito varias tesis de antropología, tan archivadas ahora, como sus titulares autores olvidaron al viejo Ramón. En general, como los antropólogos nos olvidamos de los indígenas y sus temáticas.
Entre café y hayo conversamos de todo un poco, yo, con mi oído y mi atención afinada tratando de llevar el hilo de los apuntes entre Damana, Kogian, y español, idiomas que maneja a la perfección con vanidosa presunción de desconocimiento. Procuro entonces anotar palabras clave, captando su pronunciación, tratando de no interrumpirlo, para luego acudir a una larga jornada de traducción junto a sus sobrinos y nietos, quienes no le pierden pisada alguna, y aprehenden a diario de un sabio invaluable para la memoria del pueblo wiwa y para el equilibrio del orden natural del universo.
Su relato culminó con afán, como nunca lo había visto, como si algo lo inquietara. Detuvo abruptamente su palabra y el movimiento de la hamaca, interrumpiéndose extrañamente a sí mismo con una pregunta directa: ¿qué se dice del coronavirus?
Le conté medianamente lo que decían los noticieros. En realidad, para esa fecha no era un tema que inquietara al país, tampoco a mí. Me sorprendió su intranquilidad por el tema: “Dicen que viene de China —le dije—, parece que en un mercado de allá se comieron un murciélago y de allí mutó la enfermedad”. No dije más. El tono de su pregunta me indicaba que tenía más respuestas que incertidumbres al respecto. “Te voy a decir algo —inició— a mí me han hecho muchas películas y videos, me conocen mucho, pero los hermanitos menores nunca escuchan bien”. Se acomodó sentándose en el centro de su chinchorro. “Yo también he comido murciélago —continuó—pero antes pagábamos por eso, es bien sabroso”, me contó entre risas.
“El coronavirus viene de sangre, pero no por el murciélago —inició nuevamente sujetando su bastón de apoyo contra el piso de arena arcillosa—. El coronavirus nace por la contaminación de sangre en la tierra y en las fuentes de agua. La guerra, los muertos por violencia mancharon de sangre la tierra, el odio de la violencia afectó el territorio. Las mujeres van a los ríos con la menstruación, van al mar y se bañan sin problema”, continuó su relato mientras subía el tono de la voz, casi en tono de andanada.
“Pudo nacer en China o aquí, porque es la sangre de la tierra la que está enferma, la gente va a tener relaciones sexuales en lagunas, ríos, madreviejas, y el mar; allí queda sangre de menstruación, sangre de mujer. Eso no va ahí. La mujer cuando tiene menstruación, no puede bañarse en fuentes de agua. La sangre de menstruación alimenta la tierra, para los cultivos, ciclos de lluvia. No puede estar en agua”
“La enfermedad primero fue espíritu, hace parte de la vida, de la naturaleza. A la enfermedad hay que pagarle. Tomamos agua sin pagar, comemos yuca, plátano, malanga, sin pagar, pagar en espiritual, cancelar la deuda con la naturaleza”, comentaba sin parar.
“cogemos todo de la naturaleza sin consultar con el dueño, con serankwa, hay que pagar a serankwa, quien dejó el legado a los 4 pueblos de la sierra, wiwa, kogui, arhuaco y kankuamo para que cuidáramos y mantuviéramos el equilibrio. Se paga con tributo, se entrega alimento a la naturaleza, en cuerpo y espíritu. Siempre hay que preservar el espíritu. Si no hay conexión entre espíritu y naturaleza se acaba todo. A través de enfermedad, desastre natural, o simplemente oscurece y no sale nada más el sol”.
Por primera vez se levantó del chinchorro, dejo a un costado el vaso de café ya vacío, y sujetando su bastón se agarró del canto de la cabuya. “Casi no veo, pero me ubico bien, suspiró profundom como avecinando un mal presagio. Luego continuó: “¡El fin del mundo se acerca! a través de lluvia, enfermedades. La deuda es grande. Hay que pagar, seguir pagando. Se paga con cuarzos, oro, piedras, tumas. Pero todos esos materiales los han saqueado, los guaqueros sacaron todo. Hay que pagarle la deuda a Mulbatézhumun madre de la enfermedad. Hay que darle alimento. Cuando no se le da alimento ella viene a cobrar. Hay desequilibrio. Vienen a exigir pago, y no nos dice de donde viene la enfermedad. Por eso hay que pagarle para que nos diga remedio”.
“Para que nos vaya diciendo cual es la cura para las enfermedades. En la misma naturaleza se encuentra el tratamiento, primero está en pensamiento y luego pasa a ser medicina definitiva. Si no lo hacemos así, damos remedio y no sirve, porque no es ese el pago que necesita”.
“Todos los materiales los desenterraron los guaqueros, sacaron hasta los huesos de nuestros antepasados y los dejaron regados. Vendieron todos esos materiales. La guaquería es como sacarle los órganos a un cuerpo vivo, te sacan todas las tripas, la riegan por el suelo, todo se infecta. Nosotros los indígenas hemos venido recuperando esos materiales. Nos toca comprar lo que es nuestro. Comprarlos para volverlos a llevar a los sitios donde les corresponde. Nos toca siempre hacer Isakeshi, un pagamento de purificación, buscando que el territorio se cure, se llene de oxígeno”.
“Hay sitios donde no se puede pensar mal. Si se piensa mal, enferma la tierra, si tienes rabia se enfurece la madre y el padre. Por eso es importante pensar. El pensamiento es equilibrio con la naturaleza y sus mandatos. Todo nuestro mandato está en Duashagaka, hermanito menor dice sitio sagrado. Nosotros decimos Duashagaka que es todo el territorio”.
“Las sagas (mujeres mayores que ejercen autoridad espiritual) son como la luna, ellas también hacen su pagamento, cantan a Siziwa, madre del agua, danzan a la naturaleza, a las montañas, son escuchadas por todos los animales. Así como cantan los insectos, las ranas, también cantan las mujeres. Van al mar, cuando las dejan pasar, porque ahora hay que pedir permiso a los dueños de fincas”.
Preocupado con el escenario tan complejo producto de las profundas afectaciones en el territorio y sus graves repercusiones, le indago, acudiendo a su estilo directo en las preguntas: ¿Ramón, habrá cura entonces para el coronavirus? (sonríe levemente y vuelve a sentarse en el chinchorro extendiendo un poco sus rodillas). Responde con voz más pausada. “La cura la van a sacar los científicos. Eso va a venir hasta acá, como una inyección. Pero después vendrá otra enfermedad peor. Una más fuerte. Porque seguimos sin pagar adecuadamente, seguimos dañando y sacando los elementos de la naturaleza sin permiso. No hemos entendido el valor de cada cosa. De los alimentos, del agua…”
“Hablando estas noches en el zhatukwa la consulta nos dice que esa enfermedad es muy fuerte. Pero que van a sacar cura. Nosotros debemos ir a un sitio en mamanua con un aprendiz de mamo. Ya lo comenzamos a buscar. En este momento no lo tenemos. Debe ser un niño de 6 ó 7 años… La preparación como mamos inicia desde la infancia… los niños aprendices de mamos, son kwiwis. Dijo la consulta que también debe haber una niña. La deben preparar las sagas, ellos son los que oirán espiritualmente a la menstruación, solo ellos la pueden oír, porque no tienen envidia, no tienen celo, no conocen maldad. Ellos oirán al espermatozoide también”.
“Se necesita oro para devolverlo a la tierra, en Damana llamamos yui, en la tierra se produce el espermatozoide, es el que preña a la madre. Hay millones de personas que están en espermatozoide, animales, árboles. Por eso los mamos antiguos, enseñaban el valor de la espuma, la guardaban y con eso se alimentaban los árboles, se le pagaba a Kalashé, padre de los árboles. Con el pensamiento, sin contaminarse. Ese niño hay que presentarlo en ese sitio, y hacer pagamento con él y las autoridades de los pueblos de la Sierra. Ya los mamos viejos no pueden con las enfermedades que van a venir, porque nos ha tocado muy duro con todo el daño que se ha hecho a la madre. Por eso toca preparar a nuevos mamos de cada pueblo, para que desde niños comiencen a conocer esas enfermedades y encontrar su cura. Eso es lo que dice nuestra ley de origen, eso es lo que dice Shembuta”.
Romualdo, un joven Mamo se acerca y le dice en damana que el almuerzo ya está listo. Es hora de comer —me dice ramón—, más tarde seguimos hablando en Matuna. Culmina mientras extiende su brazo para levantarse de su chinchorro.
Desde aquella ocasión no nos vemos. La semana siguiente Ade Ramón viajó a Bogotá junto a su última esposa y su hija, a fin de realizarse la operación que le retorne la vista. Las autoridades indígenas de la Sierra han ordenado el cierre de las vías hacia su territorio, permitiendo únicamente el arribo de personas de la comunidad. Hasta la fecha no se han presentado casos de coronavirus en miembros de los pueblos wiwa, kogui, arhuaco y kankuamos. Cada noche, las autoridades se reúnen para consultar en zhatukwa las acciones que permitan remediar el impacto de la enfermedad y cancelar la vieja deuda con los padres espirituales de la naturaleza; Ramón participa espiritualmente desde Bogotá.