El que goleó el martes fue Alemania, no Colombia
Opinión

El que goleó el martes fue Alemania, no Colombia

Por:
julio 10, 2014
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Ayer obvio que iba por Alemania, no porque creía que en sus manos estaba vengarnos, sino porque había sido hasta ese momento, junto con Colombia, la selección que había mostrado mejor juego en este mes futbolero.

Los panzers ayer demostraron que los partidos se ganan poniendo a circular la pelota y no a punta de patadas. Así no le guste al mafioso del Beckenbauer los alemanes ganaron hoy a lo brasilero y por eso a los amantes del “jogo bonito” el equipo de Joaquin Löw nos ha hechizado.

Lo vi en mi casa, solo, haciéndole caso a Nicolás Samper quien sostiene que los partidos se tienen que ver encerrados en un estudio, con el celular apagado y el portátil metido en un morral lejos de aquellos hinchas impertinentes de ocasión que solo ven fútbol cada cuatro años. Estando solo se analiza mejor un partido, se ven cómo se marcan las líneas, cómo se para un equipo para defender cuando no tiene la pelota y cómo se cambia de figura para atacar. Si lo ves solo podrás apreciar que el fútbol es el arte de la estrategia y que ningún partido es aburrido.

Alejado de todos me encerré a ver la semifinal y a pesar de la felicidad que me embargó al ver la primera media hora de partido, no podía entender porqué mis vecinos gritaban cada gol alemán como si los estuviera haciendo el Cúcuta Deportivo. En el entretiempo me puse a ver las redes y efectivamente, Colombia había hecho suya la victoria alemana.

Después de tantas injusticias, derrotas, masacres y miseria, Colombia volvió a sentirse importante esta vez por los logros de los once guerreros que nos representaron en Brasil. La euforia de haber ganado la primera ronda con comodidad, incluso reservando titulares y la clara victoria ante Uruguay, sumado al mal juego demostrado por los anfitriones, quienes serían nuestros rivales en cuartos, encendieron la ilusión de un pueblo que quería seguir abrazado en torno a la Selección.

Ese viernes 4 de julio Brasil durante veinte minutos nos echó su historia y su camiseta en la cara y con eso les bastó para imponerse. Si queríamos pasar a semifinales necesitábamos soportar el ahogo del local los primeros 15 minutos y después tenerles la pelota y jugar con su desesperación. Había que ganar claro para que el árbitro no tuviera la oportunidad de desequilibrar la balanza. Pero el gol de Thiago a los cinco minutos fue un mazazo del cual no pudimos levantarnos. Al final, cuando Brasil ya acusaba el cansancio que dejó la batalla con Chile, nos dimos cuenta de que los dos equipos estaban en un nivel parejo y apareció el cuento del árbitro que ahora, volviendo a ver ese partido, me parece que pitó mal para ambos lados.

Llegó la Selección a Bogotá, todo el mundo salió a recibirlos como los héroes que son y dos días después la odiada Brasil, a la que en 35 encuentros disputados tan solo le hemos podido ganar dos veces, se enfrentaba con Alemania. Y entonces los chibchombianos nos convertimos en teutones y hubo gente que hasta se atrevió a sacar el carro con improvisadas banderas alemanas hechas en celofán y se apropiaron a la brava de un triunfo ajeno.

Yo no sé cómo hacen los que son hinchas del Atlético, del Barcelona, Madrid, Manchester City o ahora de Alemania para gritar los goles. Yo solo puedo hacerlo cuando convierte Colombia, el Cúcuta o un equipo nacional jugando Copa Libertadores. De resto, no tengo ningún motivo para hacerlo.

Claro que disfruté el triunfo de Alemania porque es la victoria del arte contra el pragmatismo, de la verticalidad contra la especulación, de Guardiola contra Mourinho. Pero me preocupa que en dos mundiales el combo de Swanstaiger le haya hecho once goles a Argentina y a Brasil, potencias absolutas de la Conmebol. En Sudáfrica la vergüenza la tuvieron que pasar los gauchos cuando en cuartos Thomas Müller, el mismo jugador que un par de meses antes había sido despreciado por Maradona en una rueda de prensa, bailó él solito a la vapuleada defensa argentina, convirtiendo uno de los cuatro goles que recibió el conjunto que en ese entonces dirigía el Pelusa.

¿Qué es lo que pasa? ¿Por qué razón llevamos dos finales seguidas, la del 2006 y 2010 sin que ninguno de los dos finalistas sea suramericano? ¿Por qué a pesar de que jugadores como Messi, Suárez, Falcao, James, Agüero o Alexis Sánchez sean codiciados por los grandes clubes europeos, quienes pagan millonadas por sus servicios, tan solo Uruguay ha sido el único equipo del área en pasar a semifinales en los dos últimos mundiales? Yo creo que la razón de peso es el pésimo manejo administrativo a que son sometidos nuestros clubes, que con el afán de amasar fortunas lo más rápido posible deciden vender a los futuros cracks a Europa cuando aún no han cumplido la mayoría de edad.

Ojo que pudieron celebrar mucho acá en Colombia y todo eso, pero es preocupante que al gigante del área un equipo europeo le marque siete goles en una semifinal de Copa del Mundo y jugando en Suramérica. Es un resultado que seguramente refundará el fútbol brasilero que necesita urgentemente volver a sus raíces. Nosotros mientras tanto seguimos felices, no por la supuesta venganza alemana, sino porque la actuación de Colombia en el Mundial fue de ensueño. En este momento somos la cuarta selección que más puntos hizo, 12, solo superada por Argentina que tiene 15, Alemania y Holanda que tienen 13. El mediocre equipo de Felipão, a pesar de que nos superó, apenas cuenta con 11 puntos. Tenemos al que probablemente sea el goleador de torneo con seis goles y en el ranking histórico de los mundiales avanzamos más de 20 puestos.

Un Mundial de ensueño que terminó para nosotros el viernes pasado. Porque esos rubios, altos y calidosos que ayer jugaron con la camiseta del Cúcuta Deportivo no son Colombia, son Alemania y van a ser tetracampeones del mundo jugando a lo Brasil en la tierra de la samba.

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