Mi rebelión contra las marchas

Mi rebelión contra las marchas

"Entre más crece mi indigestión por el gobierno, menos ganas de protestar tengo". ¿Por qué así? Acá la respuesta

Por: Camilo Suárez De la Hoz
julio 14, 2020
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Mi rebelión contra las marchas
Foto: Leonel Cordero/Las2orillas

La motivación fervorosa de las masas colosales que hace apenas medio año quiso emprender la construcción de una realidad política nueva y ocuparon calles importantes de ciudades grandes del mundo durante días, de un día para otro fue reemplazada por la aceptación masiva de la restricción de las libertades individuales como estilo de vida. Entre tanto, los gobiernos en contra de quienes se alzaron esas voces se quedaron y ganaron para sí más poder y autoridad.

Después de casi 180 días de confinamiento, eso no deja de parecerme curioso. De súbito, todo lo que puede poner en riesgo la vida humana se redujo a un solo enemigo imperceptible que, a decir verdad, ni siquiera es tan letal.

Mi apuesta es que las protestas volverán pronto, quizás para demandar que devuelvan la libertad perdida o para exigir cuentas por las ilegalidades cometidas por los gobiernos que se sabían antes y se saben más ahora. Sin importar qué se demande en la calle, será una cuestión de tiempo el día en que los gobiernos enfrenten las protestas de nuevo.

Me pregunto si para cuando llegue ese momento yo seré parte de esas marchas. La respuesta no es tan fácil para mí. No me siento a gusto con mis gobernantes, ni tampoco en los tumultos, sin importar cuál sea su fin. Entre más crece mi indigestión por el gobierno, menos ganas de marchar tengo.

Esa paradoja aparente me generaba angustia. Por fortuna, sin tener intención de entender mi problema con los gentíos y desenredar lo que puede lucir como un acto de perfidia con el ideal de progreso, encontré una explicación a mi inquietud en la lectura del pensamiento de Hanna Arendt; en el que me sumergí después de leer esta pregunta en el reverso de uno de sus libros que llegó a mis manos: ¿qué es eso que hace que un ser humano no sea igual a otro que haya vivido, viva o vivirá?

Todos los humanos nos guarecemos del clima, comemos, dormimos, vamos al baño o en caso de una emergencia “sanitaria” de verdad lo hacemos en la calle. Todo lo anterior se repite todos los días, una vez tras otra, hasta morir. Cuando nos valemos por nosotros mismos debemos laborar para satisfacer estas necesidades, al tiempo que nos relacionamos con nuestros semejantes. Hasta aquí, además de los detalles fisionómicos, no hay mayor diferencia entre las vidas humanas, ni entre estas y la de otros animales.

Según la filósofa, lo que hará posible una vida humana serán las acciones que no se orienten a satisfacer las necesidades de nuestra propia biología. Las acciones políticas serán los pensamientos individuales que se transforman en cualquier medio que pueda ser visto, oído o recordado por otros.

Como especie, de acuerdo con Yuval Noah Harari, pasamos de un estado “pre político” a vivir en un estado “político”, a partir de la revolución agrícola, hace 9.000 años. Justo en el momento que dejamos de ser nómadas. La decisión de vivir en un mismo lugar implicó dejar de pensar en el presente para pensar en cómo asegurar las cosechas del futuro. Por tanto, la creencia en el futuro determinó la creación de un Estado político, es decir, de un sistema de normas de cooperación dentro de un territorio que asegurara la bienaventuranza.

Convencido de que salir a marchar era una acción política genuina y con ella hacía la diferencia, lo hice una noche del pasado noviembre 2019, junto a millares que como yo supongo que también lo creyeron. Lo hice movido por el deseo de ser oído, de ofrendar mi voz y mi presencia como material de construcción de un mañana diferente al que avizoro.

Sin embargo, no sabía que podía existir una diferencia entre las conductas y las acciones políticas. Las sociedades de masas normalizan a sus miembros valiéndose de una miríada de normas que rara vez están escritas, como la de comer con cubiertos en lugar de usar las manos, o como que si hay marchas y soy joven y no estoy conforme con el estado político debería ser parte de ellas.

Otra particularidad de las masas es que necesitan de muchos para verse grandes y de mi constancia e ingenuidad para permanecer en el tiempo. La vida humana se interpreta con números. Entre más personas hagan lo mismo más irresistible se torna no hacer que hace la gente. Según Arendt, esa infausta manera de reducir a la condición humana nació de la misma raíz de la economía moderna, que logró convertirse en la ciencia social por excelencia, de la mano de la estadística, su arma técnica principal, cuyas reglas solo son válidas cuando cuentan con grandes números o períodos largos.

Creí que la idea de salir a marchar había nacido de mí de forma espontánea, pero si millares también la tuvieron, cuál fue la diferencia. Y tampoco cambió nada. Por el contrario, ahora debo usar un tapabocas hasta en la banca de un parque. Lo irónico es que mis conocidos que apoyaron las marchas ahora me dicen que está bien que eso sea así.

En la Grecia antigua ser político o vivir en una ciudad significaba que se mandaba por medio de palabras. La retórica era la herramienta de gobierno. Se persuadía en vez de mandar. Se creía que mandar era una forma “pre política”, cuyo uso se reservaba para tratar con extranjeros. Los ejércitos existían para proteger el territorio y su gente de la ocupación de los bárbaros. Si pudiera viajar en el tiempo para describirle a los griegos antiguos cómo es mi mundo político pensarían que soy del pasado.

No salí a marchar más después de esa noche de noviembre. La sensación inescrutable que me dejó ese día la comparo con la de asistir a un concierto. Entre más fuerte es el paroxismo que me produce oír y ver hacer la música que asalta los confines de mi alma, más fuerte es la desolación que me aqueja saber que para el artista yo no puedo ser más que un número en la estadística de su gira.

El origen judío de la filósofa la obligó a emigrar de Alemania durante el fulgor del nacismo. Sus circunstancias fueron el filón para escribir la obra Los orígenes del totalitarismo. En ella sustenta que el fin de un sistema de cooperación totalitario es lograr que todo sea posible. Para hacer realidad los trazos del futuro que bosqueja, el sistema busca integrar a todos sus miembros en una sola masa que secunde ingenuamente todos sus fines. Esta táctica se funda en la creencia de que todo será posible si las personas actúan unidas. El poder se diluirá si se dispersan. Para evitar que la masa se diluya debe convertir todos los aspectos de la vida humana en una cuestión pública o política, hasta el acto que simboliza el amor. La intimidad se secuestra. Entiende que un humano teme tanto al aislamiento como a la muerte.

Yo era cándido al creer que el fascismo era una forma de vivir la vida social o política propia de otros, mientras que yo era siempre un ser bondadoso y tolerante de la diferencia. Sin embargo, el día que vi Bastardos sin Gloria, la película me enseñó que yo también podía ser un ingenuo de mis propias creencias. Me divertí viendo a Brad Pitt romper cráneos nazis hasta que una escena mostró a la cúpula del nacismo en un cine, justo como lo estaba yo, regocijados viendo cómo en una película sus soldados acribillaban a sus enemigos. Cuál es la diferencia entre ellos y yo.

La estrategia del totalitarismo, como dice la filósofa, es intensificar la experiencia de la soledad. La soledad la define como la ausencia de identidad. El totalitarismo despoja a la persona de la vida privada. Hoy por hoy me cuesta hallar un producto que se consuma más que la privacidad de otros. Si reconozco que soy miembro de una masa que desea cambiar la realidad política, y que como yo puede sufrir de un ramalazo totalitario, qué sentido tendrá reemplazar un sistema así por otro igual pero distinto. A lo mejor la respuesta será lo que dijo el escritor célebre al final de su obra célebre, estaremos condenados a otro siglo de soledad.

Mi acción política será rebelarme de las marchas. No volver a revelar mis intenciones en la calle. Haberlo hecho, me tiene hoy pagando las consecuencias con mis libertades. Esperaré paciente y con un tapabocas hasta el día de la votación. Si se quiere, el único día útil para cambiar gobiernos. Poder votar, al menos en el papel, es lo único que diferencia a mi mundo político de hoy con el de Hong Kong, el primero de los más entusiastas que fue mandado a confinarse. Si de aquí allá no me quitan ese día, votaré para que no vuelvan a despojarme de mi voluntad de respirar sin la boca cubierta. Esa es la única nueva normalidad que estoy dispuesto a reconocer en mi interior.

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