1 de julio de 2020: Neiva, Huila. Seguramente a ustedes ya se les olvidó por el desastre de Tasajera, pero una niña de 4 años entró al hospital por emergencia. Se notó al principio trauma facial, pero luego se diagnostica trauma craneoencefálico, trauma torácico, trauma abdominal, desgarro perineal y desgarro vaginal. Claramente su cuerpo quedó destruido, por algo o por alguien. ¿Alguna fuerza sobrenatural? ¿Una persona que podemos ver caminando casualmente en la calle? La niña fue operada, se le practicó una descompresión de cráneo y luego fue sedada y remitida a cuidados intensivos, donde no pudo resistir más de tres días. Ya no importa si se llamaba Salomé, Yuliana o Paula Nicole, no importa si vivía en el centro de la ciudad o en un resguardo indígena, no importa si los degenerados son de grupos armados o son de su propia familia, la enfermedad es la misma y ataca por todas partes. Es una enfermedad que nos acompaña y afecta a todos de una u otra forma desde el momento que nos empiezan a criar hasta el último respiro. Esa enfermedad se llama cultura y la cepa colombiana es una de las más agresivas.
Cultura es el conjunto de pensamientos y prácticas, transmitidas de una generación a otra en un grupo social determinado. No solamente es hablar sobre la bandeja paisa, el sombrero vueltiao, cómo bailar salsa o cómo escoger tu equipo de fútbol, puede ser también el conjunto de decisiones colectivas que tomamos de cara al futuro para mejorar. Ejemplos de esto último pueden ser la reunificación alemana o la reconciliación ruandesa. En Colombia las decisiones han sido para empeorar: luego de más de un siglo de guerras civiles entre liberales y conservadores, empezó la guerra entre supuestos capitalistas y socialistas y el país se entregó al narcotráfico, terminando de destruir lo poco de tejido social que había antes. Las casas empezaron a enrejarse como las cárceles, el porcentaje de familias disfuncionales se disparó debido a la epidemia de drogadicción y pérdida de valores: se instaló una cultura de mafia. Quien la hace la paga, perro come perro, el vivo vive del bobo, usted no sabe quién soy yo, si usted no es mía no es de nadie. Un ambiente violento es cultivo de una infinidad de secuelas mentales: ataques de ira, brotes psicóticos, esquizofrenia, trastorno bipolar, depresión, ansiedad, sevicia, sadismo, trastornos por estrés postraumático, trastornos de personalidad narcisista, trastornos antisociales de la personalidad, por ejemplo. El resultado es claro: uno de cada tres colombianos tiene tendencias psicópatas. No solo son abusos a niños, son personas que matan a sus madres, padres, hermanos, hijos y golpean, violan y matan bebés, perros, gatos. Usan ambulancias para hacer piques ilegales, hacen rumbas en hospitales y funerarias, amenazan con machete al conductor de un camión accidentado y roban su contenido, aunque este pueda explotar. Son noticias que llegan todos los días de todos los rincones del país, por televisión o internet. Noticias que hace mucho tiempo dejaron de ser noticias y son recordatorios del manicomio en el que vivimos, estemos en la casa o en la calle. El presidente Duque lo bautizó “Locombia” el 3 de mayo y todos los hipócritas le cayeron encima. Yo no, él tuvo toda la razón y defiendo su decisión a donde quiera que vaya.
Si usted no se convence de que el problema es la cultura, piense que del top 5 de asesinos seriales con más víctimas en la historia, tres son colombianos. Los infames Luis Alfredo Garavito y Pedro Alonso López contaron unas 300 víctimas cada uno, luego Daniel Camargo con 180. Todos empezaron a actuar durante o después de la descomposición social que sufrió el país luego del narcotráfico, que empezó con la marihuana, siguió con la coca y quién sabe con qué terminará. Si sigue sin convencerse, piense en cómo reaccionamos como sociedad cuando nos enteramos de estos casos: a ese man hay que picarlo, hay que meterle un palo hirviendo, hay que echárselo a los pitbulls, cortarle las partes con cortauñas, sacarle los ojos... comentarios que parecieran venir más de paramilitares que de civiles.
Todo esto es legado de nuestros “gobernantes”, nuestros honorables padres de la patria. Los mismos que no nos independizaron sino que reemplazaron a los chapetones, los responsables de la Patria Boba, la Guerra de los Mil Días, la Violencia, los Pájaros, los Chulavitas, los Cachiporros, las Farc, el ELN, el Cartel de Medellín, el Cartel de Cali, las AUC, el Clan del Golfo. Los que volvieron a Colombia narcotraficante, sus descendientes hoy se lavan las manos, fingen ser oposición o supuestamente legislan por la cadena perpetua para monstruos como Sebastián Mieles, Rafael Uribe o los militares y sacerdotes despedidos, monstruos creados por la clase política al sumergir al país en la guerra, la corrupción y el sufrimiento. Gracias a ustedes, no pienso que sea sano traer un hijo a esta realidad superpoblada y de esa forma me ahorran parcialmente una vida de psicosis. No estaré preguntándome todos los días si es que lo va a abusar el taxista, la empleada doméstica, el profesor, el tío, el primo, la mamá. Gracias a ustedes, hoy siento que tener descendencia en Colombia es lo mismo que tirarla a un estanque infestado de cocodrilos, porque ellos también son depredadores que no perdonan un segundo de distracción, al fin y al cabo aquí el vivo vive del bobo. Mi invitación para quienes no quieran ser responsables de más tragedias es reflexionar y desligarse de los valores de la cultura, que en el caso de la colombiana es una de las más venenosas del planeta. Es un trabajo que dura toda la vida, pero verás cómo tu salud mental y tus relaciones sociales mejoran.