A una nuestra América latina, virgen e inexplorada en muchos aspectos, se nos educó para contemplar al invasor europeo, empotrado en níveos balcones o desfilando como cisnes que nadan sobre aguas cristalinas. Pero ya está bueno de servilismo. Ya es tiempo de romper ese espejismo, porque ni ellos son aves del paraíso, ni tampoco pertenecen a ningún tipo de realeza, distinta de la que pueda otorgarles la adulación banal del sometido.
Y eso fue lo que me pareció ver hoy, en el partido de Brasil contra Alemania. Una selección alemana decidida y ambiciosa frente a una selección brasileña, nerviosa en el inicio y postrada después, en el resto del partido; una actitud mental que no se compadece con su historia futbolística ni mucho menos con el hecho de jugar en casa. ¿Jugaría Alemania alguna vez con esta actitud mental, estando en su propia casa? No lo creo. No lo harían porque a ellos los educan para ganar y no simplemente para competir. No lo harían porque ellos sienten la superioridad con la que nosotros los vemos, como siente el depredador el terror en la actitud de su presa.
Francamente siento tristeza por ese resultado tan apabullante. Siento tristeza porque para mí, no se trata solamente de la humillación del fútbol brasileño. En ese marcador (1-7) está también la humillación del fútbol latinoamericano. ¿O es que acaso ya se nos olvidó que hace apenas unos días hablábamos del fracaso del fútbol europeo en este mundial? Por eso, lejos de ver en el marcador una revancha para el fútbol colombiano, siento vergüenza ajena por todos los latinoamericanos que lo celebran, como si fuese un triunfo propio o, como si con él, se hubiese saldado una cuente pendiente.
Aunque pensándolo bien si tenemos una cuenta pendiente. Pero es una cuenta pendiente con nuestra ignorancia y ésta solo puede saldarse a través de la educación. Tenemos que aprender a querernos más y a odiarnos menos. Tenemos que aprender a no adular sino a emular. Tenemos que aprender a creer más en nosotros mismos y tenemos que aprender a no sentirnos menos que nadie. Humildes en la fortuna y grandes en la derrota.
Por último, quiero enviarles un mensaje de solidaridad a todos mis hermanos brasileños. Sé lo que están sufriendo, porque hemos pasado por allí, muchas veces. Y sé también que de allí se puede salir, porque recién ahora, nosotros mismos estamos empezando a salir de siglos de sufrimiento y frustración.