En el corregimiento de Tasajera (doce mil habitantes), municipio de Pueblo Viejo, el pasado lunes 6 de julio ocurrió una de las más dolorosas tragedias en la historia de Colombia. Un camión cisterna que transportaba gasolina de Barranquilla a Santa Marta, por la transversal del Caribe, se volcó, llevando a la gente del lugar a despojar del líquido el vehículo. Mientras saqueaban el combustible, el líquido explotó, dejando a veintidós personas muertas y a unas cincuenta y cinco heridas. En ese lugar, la vía es la fuente de sustento diario de la población y es frecuente que cuando un camión sufra una falla o tenga algún siniestro la gente aproveche para saquear la mercancía, que parece ser este caso.
Se trata de una población en condiciones de aguda pobreza y miseria, agravada por la expansión del coronavirus en la región (una de las más contagiadas del país), que pocos apoyos ha recibido de la cascada de decretos expedidos por el gobierno de Ivaá Duque en los últimos tres meses.
Tasajera está en la Ciénaga Grande del Magdalena, un ecosistema estratégico seriamente afectado y diezmado por megaproyectos como la Transversal del Caribe y la agroindustria de poderosos hacendados que destruyen humedales y fuentes de agua para ensanchar sus unidades productivas. Además, es espacio de rutas de narcotráfico de los grupos neoparamilitares que operan allí.
Pues bien, lo que acaba de ocurrir no es algo casual. La miseria extrema en la que viven sus habitantes es el resultado de un sistema socioeconómico caracterizado por la concentración de la propiedad agraria y el desarrollo de un capitalismo agroindustrial que se ha consolidado con el despojo de la tierra mediante la más espantosa violencia.
Pueblo Viejo es uno de los veintinueve municipios del departamento del Magdalena, una de las regiones más azotadas por la violencia de los grupos paramilitares entre los años 1995 y el 2006. En su territorio desplegó una feroz campaña de violencia asesina el Bloque Norte de los paramilitares al mando de Jorge 40, quien regresará en próximos meses desde los Estados Unidos (donde paga cárcel) y cuyo hijo el actual gobierno nombró como alto funcionario dizque para proteger las víctimas de la cruenta guerra colombiana.
Diversos grupos criminales prolongan en el neoparamilitarismo la violencia en la región. Se trata de la Oficina de Barranquilla, bajo el control de los herederos de Hernán Giraldo y el Bloque Tayrona, que se identifican como los Pancheca, autores en días recientes del asesinato de varios líderes sociales en la Sierra Nevada de Santa Marta; de los Urabeños o Gaitanistas; y de los Paisas, que son el brazo caribe de la Oficina de Envigado de Medellín con amplia influencia en Barranquilla y Santa Marta.
El contexto de la violencia paramilitar en la región Caribe explica en gran parte la tragedia de los campesinos y artesanos de Tasajera.
Para regresarnos en la historia, entre los años 1996 y 2005, los paramilitares ligados a la parapolitica y a las Autodefensas Unidas de Colombia, a través del Bloque Norte, cometieron casi trescientas sesenta masacres en los departamentos de Atlántico, César, Magdalena y Guajira, con un total de dos mil setecientas víctimas y miles de desplazados (más de cuatrocientos mil) que se encuentran en Barranquilla, Santa Marta y Fundación.
Jorge 40 y sus hombres cometieron en el departamento de Magdalena un total de ciento trece masacres y asesinaron a ochocientos, siendo Ciénaga, El Piñón, Pueblo Viejo, Zona Bananera, Fundación, Salamina, Tenerife, El Banco, Sitio nuevo, el Difícil y Plato los municipios más afectados.
El municipio que registra allí el mayor número de masacres (asesinatos de más de tres personas) es Ciénaga, con cincuenta y dos que dejaron trescientas doce personas asesinadas, siendo el más afectado; seguido por Zona Bananera, cuya cabecera municipal es Prado (Sevilla) con un total de veintiún masacres y noventa y cuatro muertos.
Continúan en número de masacres los municipios de Fundación con dieciséis y sesenta y una personas asesinadas en crímenes colectivos y en cercana proporción Sitio Nuevo, municipio a orillas del río Magdalena, cabecera del corregimiento de Nueva Venecia, en donde ocurrió la peor de las masacres.
De esas masacres fueron autores directos sanguinarios cabecillas paramilitares del Bloque Norte como José Gregorio Mangones Lugo, alias Carlos Tijeras, exjefe del Frente José William Rivas que operaba en los municipios de Ciénaga, Fundación, Sevilla, Aracataca y El Retén; Jhon Jairo Esquivel Cuadrado, alias El Tigre, quien estuvo al frente de los grupos La Trocha de Verdecia y el Juan Andrés Álvarez (que secuestró recientemente a una sobrina del escritor García Márquez, oriundo de la región) y que delinquía en el centro del Cesar y parte de Magdalena; y Edgar Ignacio Fierro Flórez, alias Don Antonio, jefe del Frente José Pablo Diaz, responsable de centenares de crímenes contra sindicalistas en Barranquilla y su área metropolitana.
De los anteriores cabecillas el que que más masacres ha reconocido hasta el momento es José Gregorio Mangones Lugo, alias Carlos Tijeras, con un total de diecisiete, cometidas en Ciénaga, Fundación, Aracataca, El Retén y Zona Bananera en el Magdalena. Tijeras está libre y al parecer opera de manera subrepticia en las regiones donde hizo presencia, amenazando víctimas del despojo de tierras ejecutadas por poderosos terratenientes que a su vez son dirigentes políticos de ultraderecha del Magdalena.
Masacre de Nueva Venecia
En el municipio de Puebloviejo, cerca de Tasajeras, ocurrió la más espantosa de las masacres de los paramilitares en Nueva Venecia o El Morro, cometida por un grupo comandado por alias Esteban (09) el 21 de noviembre del año 2000 contra los habitantes de los pueblos palafíticos de la Ciénaga Grande del Magdalena. Alias Esteban recibió la orden de Jorge 40 y este a su vez de Salvatore Mancuso. Todo se planificó en el municipio de Pivijay.
Los autores fueron sesenta y cinco integrantes de la compañía Walter Usuga de las AUC de Carlos Castaño.
El recorrido de muerte de los paramilitares comenzó a las diez de la noche por el caño El Clarín en cinco lanchas que transportaban cada una doce personas armadas. Andrés, el jefe de la compañía Walter Usuga, llevaba una lista con ocho nombres de Nueva Venecia, a quienes acusaban de formar parte de una banda llamada Los Patos, dedicada al abigeato, y de ser colaboradores del ELN. A las once y media de la noche las lanchas de los paramilitares arribaron al sitio conocido como el kilómetro 13, uno de los lugares a donde llegan los pescadores en la madrugada para vender su producto. Allí retuvieron a dieciséis de ellos y les preguntaron por el paradero de los nueve de un listado. Los campesinos no sabían nada. Entonces, sin darles un respiro a sus víctimas, los hombres la emprendieron contra once de ellos, a puñal y a machete, los degollaron con sevicia. A otros nueve se los llevaron como rehenes para que los guiaran en el recorrido por los caños y manglares de la Ciénaga Grande.
Hacia las dos de la mañana, cuando las cinco lanchas iban a Nueva Venecia, interceptaron una canoa con catorce pescadores que se dirigían hacia Barranquilla para vender el producto de una noche de trabajo. Después de arrojar el pescado al mar los paramilitares los obligaron a devolverse hacia Nueva Venecia, a donde llegaron una hora después. Allí el comando de asesinos se dividió en tres grupos.
El primero se quedó con los doce pescadores al frente de la iglesia y después de interrogarlos para que revelaran el paradero de las seis personas de la lista los fusilaron. El segundo comenzó a disparar indiscriminadamente contra las casas, para luego asaltarlas. El tercer grupo entró a las tiendas y a otras viviendas del lugar, donde saquearon víveres, electrodomésticos y motores de las lanchas de los pescadores. A las cinco y media de la mañana los paramilitares, entre ellos tres sanguinarias mujeres, salieron de Nueva Venecia. Pero la cosa no paró allí.
Cerca de Buenavista, otro pueblo flotante, se cruzaron con tres pequeñas canoas en las que ocho pescadores se disponían a comenzar su jornada. Estaban como a sesenta metros, según los relatos de varios testigos, y sin detener las lanchas los paramilitares comenzaron a dispararles ráfagas de metralleta
Por matar a nueve personas que llegaron a refugiarse al pueblo terminaron asesinando a más de cuarenta inocentes. Y lo peor es que de la gente que ellos estaban buscando soolo mataron a uno. Los demás se volaron, afirmó uno de los pocos habitantes que no huyó de Nueva Venecia. Es que después de la masacre el caserío flotante quedó reducido a trescientos temerosos habitantes, de los cuatro mil que había el día anterior.
Según los paramilitares la masacre de Nueva Venecia fue una retaliación contra sus habitantes, a quienes acusan de haber guardado silencio cuando el ELN trasladó por esa zona rumbo a la Sierra Nevada a los secuestrados de la ciénaga del Torno el 6 de junio de 1999. Con este mismo argumento los paramilitares realizaron dos masacres en el año 2000. El 11 de febrero en Trojas de Aracataca, otra de las poblaciones palafíticos de la ciénaga, en donde asesinaron a ocho pescadores, y 27 de agosto en el barrio El Polvorín, en el municipio de Ciénaga, en donde murieron once personas.
Todas estas masacres hicieron parte de una aberrante táctica de guerra de los paramilitares como instrumento de guerra de la elite política y empresarial magdalenense para sembrar terror, con decapitaciones, ejecuciones y torturas en plazas públicas de los líderes o de personas respetadas por la gente. Con esta práctica silenciaron a la gente humilde, que terminó apoyándolos a la fuerza o huyendo despavorida dejando sus pertenencias, su tierra, sus animales y sus casas a la rapiña.
La tragedia de Tasajeras es prolongación y consecuencia de toda esta inicua violencia, cuyos artífices hacen parte de una degradada elite política que hoy busca destruir el proyecto progresista del gobernador Carlos Caicedo, objeto del más absurdo sabotaje por parte de los clanes familiares locales.
* Franklin Carreño es defensor de derechos humanos en Santa Marta y en el departamento del Magdalena.