¡¡Fiscal no se va, ni más faltaba!!
Opinión

¡¡Fiscal no se va, ni más faltaba!!

El fiscal está para acusar, no para que lo llamen a dar explicaciones, y menos sobre la parte de su vida pública que se entrelaza con la privada. ¿En dónde estamos?

Por:
julio 09, 2020
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Así se hace, qué tal ser fiscal general de la Nación y verse llamado a perder valioso tiempo para rendirle cuentas a gente que no entiende la dimensión inagotable del servicio público; usted lo ha dicho bien según registran los medios, y es que antes que fiscal es padre, primero los hijos, y muy atinado es que decida no hablar más del asunto y poner punto final a la discusión, para eso se es fiscal. Algunos funcionarios --decía un gran tipo que ya nos dejó-- tienen el privilegio de “callar cuando callan, y callar cuando hablan”.

Tiene razón de sobra. Inclusive se ve la necesidad de hacer desde ya una reforma constitucional, eso no es tan difícil, para que el juramento de los servidores públicos cuando llegan a algún puesto oficial y elevan una mano al cielo y ponen otra en el corazón, deje sentado y expreso: “Juro cumplir con los deberes del cargo, desde luego después de mis obligaciones con mis hijos menores y mi familia, porque antes que funcionario soy padre, o madre, o las dos”.

A quién puede ocurrírsele que las prohibiciones y las advertencias que debe acatar todo el mundo, niños y viejos, empleados o desempleados corrientes, también lo fueran para un alto dignatario, para un fiscal, para alguien que tiene el poder de investigar a los demás, y trabaja duro. El fiscal está para acusar, no para que lo llamen a dar explicaciones, y menos sobre la parte de su vida pública que se entrelaza con la privada.  ¿En dónde estamos?

Con seguridad el Fiscal hizo las consultas legales para poder llevar a su hija, y según se dice a una amiga de ella, a San Andrés un puente festivo mientras en el país se prolonga la cuarentena. Primero la alta responsabilidad del cargo, la presunción de inocencia, el debido proceso, el derecho a la familia. Ningún periodista ni ciudadano tiene el derecho a lincharlo pública ni mediáticamente, y menos aún por la venenosa envidia de que esos críticos o sus propios hijos estén en confinamiento saludable. Para eso está el “juez natural” del fiscal: la Comisión de Acusaciones del Congreso, un lugar sabio, oportuno, recordado por su historial de eficacia para el olvido.

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“Juro cumplir con los deberes del cargo, desde luego después de mis obligaciones con mis hijos menores y mi familia, porque antes que funcionario soy padre, o madre, o las dos”

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 Así se lee todo esto; esta fórmula que agobia. La ética oficial llevada al tiempo del mito, al espacio de la irrealidad cuando no de la burla. Aquel distanciamiento que parece irreconciliable entre el servicio público y la aspiración ciudadana, en donde esta última está llamada a ceder, a claudicar en toda aspiración.

Por supuesto, si tuvieran que renunciar o se sintieran éticamente llamados a hacerlo todos los funcionarios que cometen un error, alguna indelicadeza, cierta imprudencia, o, más allá de los invisibles límites, algún acto de extrema corrupción, de las ramas del poder público no pendería ni una hoja marchita. Habitaría el desierto. No es característica de hoy, ni del gobierno, ni del fiscal de turno, es de los anteriores, y los anteriores, y de los que los antecedieron en años que parecen sin cuenta.

A nadie extrañe si Andrés Felipe Arias, por ejemplo, vuelve a ser candidato presidencial. A poco está de su reivindicación. Cuando estalló el escándalo en el que se vio involucrado no renunció, acudió a su resguardo alambrado de presunción de inocencia, a esa fórmula de los corruptos que se juegan el cuello diciendo “mi moral y mi conciencia están tranquilas”, como en la gran película La gente de la Universal, en donde cada mentiroso le dice al otro y con eso cierra la discusión: “A mi pídame la prueba de honestidad que quiera”.

Cometió un error el fiscal pasándose por alto restricciones que en otros ciudadanos darían para que él mismo investigue; y no le resulta prudente la explicación de que es padre antes que funcionario, no si ha optado por la vida pública.

Genuinamente no parece suficiente que eso lo ponga en el mostrador como el más terrible servidor público del país, pero le toca empezar a subir la cuesta en la promesa de ser el mejor de la historia, una promesa que si recordamos a sus antecesores resulta profundamente realizable; pero hay que hacer méritos, no globos, para cumplirla.

 

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