Un año desempleado

Un año desempleado

Por: Carmelo lucio Aldana Roldán
julio 09, 2014
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Un año desempleado
Imagen Nota Ciudadana

La infausta noticia llegó el 19 de julio de 2013. Mi jefa me anunció que yo no podía seguir trabajando en su oficina arguyendo que el trabajo estaba cada vez más escaso. Obviamente se trataba de una mentira; eran otras las razones que la habían orillado a tomar ese decisión, pero no voy a ahondar en ellas. Igual para mí ese despido más que preocupación me produjo una refrescante sensación de alivio. No tendría que dedicarme más a la tediosa tarea del free press que consiste en rogarles a periodistas de distintos medios regionales y nacionales para que publiquen sin cobrar un peso menciones o publirreportajes sobre marcas, lanzamientos, eventos deportivos, productos, aniversarios, certificaciones de calidad, etc., claro, disfrazándolos de noticias. Prácticamente esa labor se equipara a la vender y yo no estudié cinco años para dedicarme a vendedor.

Tras el despido intensifiqué un ritual para buscar trabajo que había adoptado desde hace tiempo: entrar a internet después del mediodía; buscar ofertas en Computrabajo, primero para comunicador, luego para docente de español y luego para agente de call center; y posteriormente indagar en otros portales como Elempleo.com, el servicio público de empleo del SENA y la página de mi Universidad. Con el tiempo descubrí que el único portal realmente efectivo para buscar trabajo es Computrabajo; al menos resultó ser el único con el que me llamaron a entrevista. Aplicar a ofertas en los demás portales se reveló como una auténtica pérdida de tiempo.

Aun así las ofertas para comunicador que salían en Computrabajo eran mínimas. Sólo recuerdo haber sido convocado a dos entrevistas: una para trabajar en otra oficina de relaciones públicas y la segunda para trabajar en una organización dedicada a elaborar publicaciones institucionales. Ninguna entrevista se tradujo en empleo. Un día en una visita a mi universidad vi un cartel a través del cual se solicitaba personal para logística. Angustiado por la necesidad de tener dinero para pagar la EPS asistí a esa convocatoria. El trabajo era para hacer logística de una transmisión en pantalla gigante de un partido de la eliminatoria del Mundial que tendría lugar en las ruinas de lo que fue el glorioso Club San Fernando. Debía estar un viernes al mediodía en ese lugar. Mi labor supuestamente consistiría en vigilar que no hubiese grescas y escaramuzas entre los asistentes al evento, pero básicamente me dediqué a cargar cajas de cerveza para surtir los puntos de venta donde ellos satisfacían su dipsomanía; también debí cargar bolsas de hielo y hasta me tocó cuidarle la mesa a algunos de los asistentes que se tuvieron que ausentar un momento no sé a hacer qué. El evento culminaría a eso de las tres de la madrugada, pero por fortuna la mayoría de los presentes se marcharon cuando el reloj marcaba las doce. Al final todos los muchachos de logística y unos cuatro pelagatos que aún estaban rumbeando nos quedamos escuchando un concierto que dio Junior Jei, o como sea que se escriba, cantante que fue traído exclusivamente para el evento. (Qué fracaso para la cerveza patrocinadora de esa actividad contratar a un “cantante” tan célebre para que le terminará interpretando sus temas al personal de logística).

¿Estudiar cinco años en una Universidad para acabar cargando cajas de cerveza? Sí, es patético. Caí demasiado bajo. Pero cuando a uno lo acosa la necesidad de pagar su EPS para no quedarse sin atención médica, no queda más alternativa que rebajarse.

Después de esa experiencia continúe dilapidando mi energía a ese ritual cada vez más desgastante y soporífero de conseguir trabajo. Empecé a enviar hojas de vida a Bogotá sin obtener respuesta. Realmente me estaba desesperando hasta que vi una luz al final del túnel: me resultó un empleo como encuestador. Me decía a mí mismo: “está bien… Al menos no tengo qué vender nada”. Asistí a la capacitación y me pintaron pajaritos en el aire: el empleo duraría un mes, habría que viajar y trabajar sábados y domingos y por cada día de trabajo se pagarían 32 mil pesos. “Perfecto –dije en mi mente- La semana tiene 7 días, 7*4= 28, 28*32.000= 896.000” Lo suficiente para pagar un curso de community manager que tenía contemplado ver. Mas todo resultó pura palabrería: el primer mes sólo trabajé seis días, el segundo 4, y el tercero 5. En total no logré devengar ni siquiera un salario mínimo aunque al menos tuve con qué pagar la EPS por unos cuantos meses.

Entre tanto hice todo lo que un autista y asocial sin contacto en medios y palancas tiene a su alcance para conseguir empleo como comunicador. Le pregunté a un conocido que trabajaba en la oficina de comunicaciones de mi universidad cuál era el secreto para entrar a trabajar allá. “Averigüe usted. Arrégleselas como pueda”, fue su destemplada respuesta. Aunque no era para menos: el sujeto en cuestión era gay y en el pasado me intentó persuadir de que fuera a su casa quién sabe a qué. Yo me negué y ahora me cobraba ese rechazo. Tiempo después le pregunté a otro conocido que también trabajaba en la oficina de comunicaciones de la universidad lo mismo: cómo se hace para entrar a trabajar allá. El tipo –que curiosamente también es gay- fue más amable con su respuesta: “te recomiendo que vayas a la oficina de egresados”. Así lo hice a pesar de que en más de cuatro años de graduado nunca he visto ni una solo oferta para comunicador en la plataforma web de esa dependencia. Estando allí me respondieron que a ellos casi no les llegaban ofertas para comunicadores y que por ello averiguara en la Escuela de Comunicación Social. Me dirigí a la Escuela. Tampoco sabían de ofertas. Así se resume el gran apoyo que ha brindando mi universidad para ayudarme a salir de este desempleo crónico. Sí, ya sé que esa no es obligación de las instituciones de educación superior, pero por otro lado es triste que gradúen gente a diestra y siniestra y los dejen a merced del hostil mundo real sin preocuparse por su suerte.

Por su parte le escribí al director de la oficina de comunicaciones de la universidad y no obtuve respuesta; le envié correos a varios directores de medios en la ciudad poniendo a su consideración mi hoja de vida y sólo uno me contestó diciendo que por el momento era imposible contratarme; asimismo le escribí al director de una academia de locutores y me manifestó que por el momento ya tenían toda la planta de profesores contratada, pero me tendrían en cuenta para más adelante. Y hablé personalmente con el director de la emisora de mi universidad para entregarle mi hoja de vida. Él afirmó que siempre salían proyectos en la emisora y que le daban preferencia a los egresados de esa universidad para que participaran en ellos. Apenas resultara un proyecto me llamarían. Pasaron los meses y nunca me llamaron. Volví a hablar con el director de la emisora. “Todavía no ha salido nada”, fue su contestación.
Incluso osé ir a la Biblioteca más grande mi ciudad esperanzado en trabajar haciendo reseñas de libros o películas o lo que se necesitara. Una niña de la recepción me dijo que por Ley de Garantías no estaban contratando personal, pero para que “no perdiera la ida” averiguara con alguien del Museo que queda allí mismo. Un funcionario de ese museo no tuvo empacho en decirme que esa entidad se manejaba con "pura política" y si quería tener al menos un mínimo chance de entrar a trabajar allá debía empezar asistir a las reuniones de un determinado partido político para que allí ofreciera conseguir determinada cantidad de votos. Hasta extra de televisión fui por un día. Y en una serie de esas de narcos que tanto odio. Debí fungir como el acompañante de un par de matones. Grabé mi primera escena al mediodía y me dijeron que más adelante debía participar en una segunda escena. Ya entrada la medianoche me despacharon sin haber grabado nada.
Ese fue mi debut y despedida en el mundo de la actuación.

Cansado de tocar puestas y defraudado por un trabajo de encuestador que no resultó ser lo que supuestamente sería entré a trabajar a otra firma encuestadora. Anteriormente sólo había hecho encuestas en punto fijo, es decir yendo a droguerías, supermercados, colegios, centros recreacionales de una caja de compensación familiar para conocer la opinión de sus usuarios sobre sus servicios. En sí el trabajo no revestía mayores complicaciones. En esta nueva firma encuestadora debía ni más ni menos que hacer encuestas en casas. En los barrios de estratos bajos no se me presentaron mayores problemas puesto que la gente estaba dispuesta a colaborar. Pero en los barrios de estratos altos el trabajo se me convirtió en un pequeño infierno: puertas que no se abrían, gente que no cumplía con el perfil estipulado para la encuesta, personas que se negaban a colaborar y lo peor, un tipo que me abrió la puerta cubierto sólo por una diminuta tanga y que groseramente me dijo que no me podía atender. No hay que ser muy suspicaz para adivinar qué de seguro el susodicho estaba copulando con alguna vieja –o viejo- y se enojó por la interrupción. En ese instante me convencí de que ese trabajo no era para mí pues no estaba dispuesto a soportar el sol, las caminatas y los desplantes de la gente. Renuncié.

Mi historia buscando trabajo como agente de call center merece su propio apartado. La primera vez que apliqué fue en enero de este año. Me citaron a las ocho am en una temporal al norte de Cali para las pruebas de selección. La primera prueba fue de dicción. En ella –y no pretende sonar racista- la mayoría de gente afro es descartada porque suelen tener problemas de pronunciación. Luego fue el momento de la presentación: cada quien debía ponerse de pie decir su nombre y su experiencia laboral. En un momento dado una mujer se levantó y tras decir su nombre y su experiencia laboral aseveró sin temor que convivía con una pareja de su mismo sexo. Admiré su valentía. Después de que todos se presentaron la sicóloga de selección citó a esta chica aparte. No sé qué le dijo pero lo cierto es que la muchacha se retiró y no siguió haciendo pruebas. Ignoro si su homosexualidad declarada era un obstáculo para ser contratada. Posteriormente los que quedamos hicimos las pruebas de digitación y clínica de ventas. En ésta última la sicóloga le asignaba a cada uno algo que debía vender y que bien podía ser una olla sin tapa, un chicle masticado, un perfume con olor a caño, etc. A mí me correspondió vender ni más ni menos que un zombie. Las pruebas terminaron a las siete de la noche y al día siguiente nos tocó ir a Menga –un barrio que queda en el culo del mundo- para hacer las mismas pruebas en el sitio donde hipotéticamente íbamos a trabajar. Yo fui descartado en la prueba de dicción.
Últimamente he continuado aplicando a estas vacantes. Una de ellas era para el cargo de agente de call center de una importante marca de telefonía celular. Imagínense tener que lidiar con las quejas de cientos de usuarios. Ésta vez pasé todas las pruebas y empecé capacitación, pero cometí un error: al presentarme ante mis compañeros se me escapó decir que no tenía hijos “y que no me interesaba tenerlos”. Ese apunte no sé si desafortunado no le cayó en gracias a muchos de ellos. Seguramente son de esos que piensan que los seres humanos sólo existimos para engendrar y parir hijos, o simplemente fueron incapaces de ponerse un condón o tomarse un anticonceptivo para evitar tener descendientes que no estaban en sus planes, pero que ahora son el centro de sus vidas. Vaya usted a saber. Lo cierto es que empezaron a hacerme un salvaje bullyng. Me senté cerca a ellos y entre sí se intercambiaron papeles en los que estaban plasmadas frases como: “te tocó al lado del estéril, ¿no?”. Además de eso la capacitación empezaba a las 6 am y por ello debía levantarme a las 3 y media de la madrugada para poder llegar temprano. La madrugada, el matoneo y la avalancha de información que daban cada día de capacitación me hicieron claudicar.

No lo voy a negar: soy un mediocre. Si fuera canchero, extrovertido, labioso en estos momentos tendría un buen trabajo. Pero no lo soy. Me faltó tener un papá con fama en los medios, o que lo diga Yamid Amat Serna, Julio Sánchez Cristo o Luis Carlos Vélez. Me faltó ser una mujer bonita y con buenas tetas para a pesar de no ser comunicadora y carecer de cerebro poder triunfar en los medios, o no Laura Acuña o Cristina Hurtado. Me faltó participar en Miss Universo y mostrar partes íntimas ¿o no Catalina Robayo? Me faltó participar en el reinado nacional de belleza o en protagonistas de Nuestra tele. Me faltó ser ordinario y con un humor ramplón y de mal gusto como los locutores de Olímpica Stéreo o Radio Uno. En fin.

Mi sueño sería… no sé. Madrugar a las cuatro de la mañana para hablar caca en un programa de radio hasta el mediodía. Conducir un programa de entrevistas. Participar en un programa de periodismo de denuncia. Y, por qué no, ser famoso, tan famoso como la parte íntima de Robayo.

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